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Obsesión visual desbordante

El río Magdalena está unido a mi sombra y esencia, ese río que atraviesa Colombia de sur a norte; una arteria fluvial que ha alimentado la cultura visual y literaria, inspirando a cineastas y escritores nativos y foráneos. En su juventud Gabriel García Márquez viajó por este torrente y quedó encantado. Más adelante, en una frase describió esa fascinación: “Por lo único que quisiera volver a ser niño es para gozar de aquel viaje”. Las remembranzas, vivencias e imágenes de esa aventura Gabo las relató en El amor en los tiempos del cólera.

Me pasa igual: me dejo llevar por el río. Lo sueño e invade mi interior. Me imanta e inspira.  

Aunque nací en una ciudad del Caribe colombiano, a los pocos días mis padres me llevaron a Bomba, un pequeño pueblo caribeño ubicado en el departamento del Magdalena. Recorrí ese majestuoso río desde que mis primeros latidos conocieron este mundo. El río Magdalena ha sido mi cómplice. Jamás ha sido esquivo cuando lo miro y lo narro. Sus huellas siguen en mí y en mi mirada.

La vida me tiende puentes para que siempre regrese y lo redescubra cada vez que obturo. En el río están mis recuerdos de la infancia. Estoy segura de que también están las nostalgias que alguna vez perdí, aunque se diga que acudir a la nostalgia es peligroso.

El río Magdalena está unido y se besa con la ciénagade Zapayán, ese cuerpo de agua en el que nadé hasta no sentir los brazos. Allí se encuentra otro puñado de recordaciones: las lavanderas y los pescadores que día a día se encontraban en el puerto y hablaban sobre la vida, las alegrías y las añoranzas. Nadaba y me sumergía. El barro, mis pies y mi imaginación no conocían al tiempo. El agua fue una inmensa ventana que me acercó a un mundo anfibio —a no vivir con los pies en la tierra nada más, sino también con los pies en el agua—; un mundo inolvidable de conexión y movimiento.

Bebo de esta agua a través de las fotografías que nacen. Ya no vivo cerca del río ni de la ciénaga, pero vuelvo siempre y alimento mi obsesión visual. El agua crece en mí y cuando se desborda vuelvo a nacer. Y la cámara me permite ser aquella niña. Cuando deje de fotografiar seguro me marchitaré y morirá mi memoria, eso es lo peligroso. 
Obsesión visual desbordante
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