Me di cuenta de que mi vida comenzaba a tomar forma de oxímoron cuando todo aquello que había intentado olvidar me exprimió. De vez en cuando, los recuerdos te persiguen tenazmente porque, después de todo, son tus propias elecciones las que te llevaron hasta ahí. Sin embargo, ¿elegirías mirar para otro lado? Nadie me lo contó, bastó con ser partícipe necesaria de todo eso. 

La gente se amontonaba en la puerta a los gritos. Adentro la desesperación manaba a borbotones como sangre hirviendo y el clima era de histeria colectiva. Podría haber escogido ser una más, pero yo misma quise cambiar la historia. 'Esto es para lo que te preparaste', me dijo mi madre cuando, apenas recibida, me tomé el primer tren que partía a Quilmes. Sus lágrimas parecían predecir una tortura y en sus ojos negros sólo se declaraba la desesperanza. Con ese panorama mis convicciones se pusieron a prueba, caían como en un abismo donde perdían a cada segundo la fuerza que las mantenía en pie. 

La oscuridad me maltrataba cada vez que el reloj marcaba las veinte, cuando no reconocía la habitación del lúgubre hospital de la calle Allison Bell o siquiera a quienes me rodeaban. Me faltaba la respiración. Sentía ahogarme al despertar y se me aparecía el rostro de aquella madre desesperada. Todas las personas que perdí en el camino y las vidas que vi nacer fueron imágenes de las que no pude desprenderme, se repetían como en una cinta. Pero siempre resonaba de fondo el desgarrador pedido de ayuda de aquella mujer que parió a su hija y no la pudo tener en sus brazos. En ese momento sólo atiné a decirle que se quede tranquila, pero se la veía pálida y con poco peso. Temí por ella, en los pasillos no se hablaba, pero todos sabíamos que algo no andaba bien. 

“Soy enfermera y estoy para cuidarte”, me oyó decir más de una vez de forma subliminal para que entendiera que podía confiar en mí. Mientras tanto intenté que su estadía no fuera tan cruel, pero todo dio un vuelco después. 

La angustia viene lenta pero calculadora y me invade sin permiso. Suena a helicópteros sobrevolando, gritos guturales de mando ordenando atacar al enemigo. La dejo entrar porque ya no conozco otro estado desde que llegué acá. De fondo se escucha un dejo de nostalgia, cuerdas vocales que se unen para formar una triste melodía que se reproduce en loop por la radio. "¿Dónde estaba Dios cuando te fuiste? ¿Dónde estaba el sol que no te vio?". Es absurdo, esa pregunta me atormentó durante toda la dictadura. ¿Quién pudiera entender los planes de Dios? Peor aún... ¿Quién pudiera seguir creyendo? En las salas de espera se pierde todo tipo de fe. 

En abril del 77 entendí lo que mi madre decía. Resistí porque no había otra cosa que pudiéramos hacer ni otro lugar en donde estar. Finalmente comprendí que no importaba tanto mi vida como mis ideales. "¡Soy una canción desesperada que grita su dolor y su traición...!". 

Primero el timbre, el escozor que se generó en mi cuerpo sabiendo lo que me esperaba. El ruido seco de las cadenas que chocan con el mosaico frío, rejas que se cierran de par en par. Golpes a mansalva, lo siento en mis costillas que crujen, pero no ceden. Nunca hablé, así que las torturas llegaron a ser proporcionales a mi silencio. Pienso en mi madre y en lo que hará cuando ya no le queden fuerzas para seguir esperándome en la vereda, cuando tenga que despedirme antes de tiempo y su grito se asemeje al de esa mujer fusilada por reclamar que le entreguen a su hija. Los instantes que nos quitaron reducidos a abrazos inconclusos en un abrir y cerrar de ojos, lo mismo que me costó asimilar que mis ideales fueron mi propia ruina y que así lo había escogido yo. Morir para no ser cómplice en un país donde se estaba escribiendo el capítulo más triste de todos los tiempos y verme renacida en las historias de aquellos que eligen alzar la voz y mantener viva la memoria.