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Movimiento Obrero Asturiano e Iglesia Católica (IV)

Historia de la relación entre el movimiento obrero asturiano y la Iglesia Católica (IV)


En la vereda opuesta, encontramos a la Izquierda Republicana, de Manuel Azaña, que agrupaba a la centro-izquierda reformista; al PSOE, el mayor partido obrero, que vivía momentos de enfrentamientos internos entre posturas más o menos radicalizadas; el Partido Comunista Español; que siguiendo la política de Stalin, buscaba generar alianzas con las fuerzas de centro-izquierda para frenar el avance fascista; la CNT que, aunque muy debilitada tras la fracasada insurrección de diciembre de 1933, seguía apostando por la acción revolucionaria; y la Esquerra Republicana de Catalunya, dirigida por Luis Companys, que se volcaría hacia la izquierda a raíz de su enfrentamiento continuo con el gobierno de derechas de Madrid.

Los incidentes de Casas Viejas, en los que la Guardia de Asalto sitió y asesinó a un grupo de campesinos anarquistas, supusieron un escándalo tal que el gobierno republicano-socialista convocó a nuevas elecciones en noviembre de 1933. Pero para entonces, la derecha se había organizado. La CEDA (Iglesia), la Renovación Española (monárquicos) y la Falange Española (fascistas) se presentaron a elecciones frente a una izquierda dividida.

Estos nuevos comicios significarían un vuelco derechista que fue visto con alarma entre la clase obrera, que enfrentó unas elecciones con una izquierda dividida. Italia y Alemania habían sucumbido ante el fascismo y era deber de los trabajadores defender las conquistas logradas y frenar el avance de la extrema derecha.

“Mientras la izquierda se presentó fragmentada en múltiples grupos y los anarquistas llamaron a la abstención. Las elecciones dieron la victoria de los grupos conservadores: Partido Republicano Radical y la CEDA. El triunfo conservador fue contestado por una insurrección anarquista que fue tuvo como resultado más de cien muertos.” (Ocaña, 2005, p. 12)

El ingreso de tres ministros de la CEDA al gobierno en octubre de 1934 fue interpretado por la izquierda como una derrota frente al fascismo y el PSOE, la UGT, la CNT y el PCE llamaron a la huelga general contra el gobierno.

En Madrid, el gobierno acuarteló a las tropas y detuvo a los principales dirigentes comunistas y socialistas. En Barcelona, Companys, desde la presidencia de la Generalitat, dirigió la insurrección con un claro matiz independentista. El Ejército, de todos modos, aplastó la rebelión. Pero lo peor se viviría en Asturias:

“Aquí la huelga general triunfó y degeneró en una verdadera revolución organizada por la UGT y la CNT. La persistencia de la insurrección llevó al gobierno a optar por la represión más brutal. La Legión, dirigida por el general Franco, fue la encargada.” (Ocaña, 2005, p. 13)

Los mineros asturianos resistieron por 15 días en Oviedo y Gijón pero la represión fue implacable: 1.500 muertos, 3.000 heridos y 50.000 obreros encarcelados. Alcalá Zamora felicitó al general Franco por su actuación en Asturias, llamándolo Salvador de la Nación. El alejamiento del gobierno mixto de la II República de las bases populares parece irreconciliable.

En los sucesos de Asturias participó una mujer que habría de convertirse en símbolo de la defensa de la II República: Dolores Ibarruri, más conocida como la Pasionaria. Dolores se volvería un símbolo de la lucha socialista y feminista en España y en el mundo y arengará a los antifascistas con consignas históricas como No pasarán y Mejor morir de pie que vivir de rodillas.

“Dolores Ibarruri vivió mucho más allá de lo que marcaba la costumbre. Con independencia de su deriva ideológica y de su papel político, Pasionaria fue una mujer en el pleno sentido de la palabra. Comprometida y libre por decisión propia.” (Villa, 2009)

La contrarrevolución se da en el seno del gobierno: los principales líderes socialistas son encarcelados, se suspende el estatuto de autonomía de Cataluña y se dicta una nueva Reforma Agraria, que no es más que una contrarreforma.

Sin embargo, las disensiones en el seno del gobierno eran crecientes. Las diferencias entre el Partido Radical y la cada vez más extremista CEDA eran evidentes. José María Gil Robles, el nuevo ministro de Defensa, nombró en puestos clave a militares contrarios a la república y a los ideales democráticos. El fascismo ocupaba así puestos claves en el Ejército. Francisco Franco fue nombrado Jefe del Estado Mayor.

Un escándalo de corrupción desacreditó a altos cargos gubernamentales ligados al Partido Radical, fortaleciendo aun más las posiciones fascistas. La legislatura se vio paralizada y se convocaron a elecciones generales en febrero de 1936.

La polarización nunca fue más evidente. Izquierdas y Derechas conformaron alianzas electorales. Se jugaba el futuro de España entre el Frente Popular y el Frente Nacional. Europa y el mundo contemplaban expectantes.

La izquierda entera en su amplio abanico, por primera vez, llamó a la unidad tras el Frente Popular. La coalición de los grupos de derecha, encabezada por CEDA y Renovación Española, se presentó como la salvación de la España católica frente a la amenaza de la revolución social apátrida y atea. La Falange y el Partido Nacional Vasco se presentaron de manera independiente.

La derecha se consolidó en el norte y en el interior del país mientras que la izquierda lo hacía en el sur y en la periferia. El Frente Popular ganó con 4 millones de votos contra 3,5 millones de la derecha y obtiene la mayoría absoluta en las Cortes.

“Tras las elecciones, Manuel Azaña fue nombrado Presidente de la República. El objetivo era que Indalecio Prieto, hombre fuerte del ala más moderada del PSOE, ocupara la jefatura del gobierno. Sin embargo, la negativa del Partido Socialista, dividido en diversas tendencias, llevó a que se formara un gobierno presidido por Santiago Casares Quiroga y formado exclusivamente por republicanos de izquierda, sin la participación del PSOE. Así, el nuevo gobierno nacía debilitado.” (Ocaña, 2005, p. 13)

El nuevo gobierno libera a todos los presos de la Revolución de Octubre de 1934, aumenta un 15% todos los salarios, restablece el Estatuto de Autonomía de Cataluña, tramita nuevos estatutos para Galicia y el País Vasco y encara una nueva reforma agraria, medida que es rápidamente desbordada por la ocupación de fincas de los jornaleros sin tierra en el sur.

A la euforia popular le responderá el accionar directo de los grupos de derecha. Los enfrentamientos callejeros de las milicias socialistas, comunistas y anarquistas contra la los grupos falangistas se vuelven cotidianos.

La violencia se esparce por España: 200 iglesias destruidas, 300 asesinatos políticos, 130 huelgas espontáneas, 10 periódicos saqueados (Rossif, 1963). Los generales más hostiles al gobierno protestan y son alejados de Madrid: Francisco Franco es enviado a las Canarias, Emilio Mola a Navarra y Manuel Goded a las Baleares. Pero la conspiración está en marcha.

Bajo la consigna Arriba España, los grupos golpistas se agrupan detrás de la cruz: el derrocamiento del gobierno del Frente Popular implica la salvación moral y religiosa de España. Se trata, para ellos, de una cruzada santa.

Emilio Mola, desde Pamplona, orquestaría el golpe. Los contactos con Mussolini y Hitler se iniciaron de inmediato. Ambos líderes se aprestaron a apoyar el golpe. La asistencia directa prestada por Alemania e Italia al fascismo español frente a la indiferencia o “neutralidad” de los aliados naturales de la República española sería decisiva en los años venideros.

Podría decirse que los vencedores de la Primera Guerra Mundial decidieron sacrificar a España ante los altares del fascismo para evitar, al menos por unos años, el inevitable enfrentamiento con la Alemania de Hitler y la Italia de Mussolini.

El historiador Eric Hobsbawm (1998) ha sostenido la tesis según la cual la Guerra Civil Española sería la antesala de la Segunda Guerra Mundial. Es cierto que los acontecimientos españoles se enmarcan dentro de un panorama mucho más amplio y que Inglaterra, Francia, Alemania, Italia, la Unión Soviética y los Estados Unidos no fueron ajenos a la caída de la Segunda República Española.

La pasividad de las potencias occidentales frente al avance del fascismo se tradujo en la negativa de la Sociedad de las Naciones a intervenir en la guerra civil española. Pero esta complicidad pasiva se enmarca dentro de una política de debilidad occidental frente al fascismo que excede las fronteras españolas:

“Por muy inestable que fuera la paz establecida en 1918 y por muy grandes las posibilidades de que fuera quebrantada, es innegable que la causa inmediata de la segunda guerra mundial fue la agresión de las tres potencias descontentas, vinculadas por diversos tratados desde mediados de los años treinta. Los episodios que jalonan el camino hacia la guerra fueron la invasión japonesa de Manchuria en 1931, la invasión italiana de Etiopía en 1935, la intervención alemana e italiana en la guerra civil española de 1936-1939, la invasión alemana de Austria a comienzos de 1938, la mutilación de Checoslovaquia por Alemania en los últimos meses de ese mismo año, la ocupación alemana de lo que quedaba de Checoslovaquia en marzo de 1939 (a la que siguió la ocupación de Albania por parte de Italia) y las exigencias alemanas frente a Polonia, que desencadenaron el estallido de la guerra.” (Hobsbawm, 1998, p. 45)
Las señales estaban a la vista. El 16 de junio de 1936 en las Cortes, el líder de la derecha, Calvo Sotelo, amenaza al gobierno:

“Contra este Estado estéril, propongo el Estado integral. Muchos lo llamarán fascista. Pero si el Estado fascista es el fin de las huelgas, el fin de los desórdenes, el final de los abusos contra la propiedad, entonces declaro con orgullo que soy fascista. Declaro tonto a todo soldado que frente a la eternidad no se levante contra la anarquía cuando sea necesario.” (Rossif, 1963)

El 13 de julio, tres semanas después del discurso en las Cortes, Calvo Sotelo sería asesinado. Los golpistas tenían ya su mártir y su excusa.

Ignorando las advertencias de las organizaciones obreras, el gobierno del Frente Popular recibe la noticia, en Madrid, del levantamiento del ejército de Marruecos, unos días después.
Franco declara en la radio de Tetuán: “Todos ustedes, que sienten el santo amor por España, que juraron defenderla de sus enemigos hasta perder la vida, la nación los llama a defenderla. El ejército decidió restablecer el orden en España.” (Rossif, 1963)

A partir de este momento, la clase obrera, y el pueblo español en su conjunto, vivirá el momento más oscuro de su Historia.


PARTE IV

Conclusiones


Repensar la Historia

Hemos propuesto hasta aquí un recorrido por la Historia de España desde la Edad Media hasta el siglo XX haciendo foco sobre el surgimiento, la evolución, la organización y las características del movimiento obrero.

Analizamos el desarrollo de las industrias españolas, las características de las poblaciones urbanas y rurales y las particularidades de las distintas regiones y provincias a través de los distintos períodos históricos.

Vimos cómo España, arrastrando la herencia imperial de la miseria y la opulencia, entra de manera tardía a la era de la industrialización, y cómo se fueron conformando los proletariados urbanos y rurales.

Nuestro análisis nos ha llevado a contemplar los procesos político-económicos que desencadenaron en la Primera República y la dictadura de Primo de Rivera.

Asistimos al crecimiento de la organización del movimiento obrero y a las diferentes corrientes sindicalistas, anarquistas, socialistas y comunistas que se desarrollaron en España.

La Guerra Civil Española, de acuerdo con Hobsbawm (1998), serviría no sólo para aislar a España por otros 30 años, sino que significaría una alerta para los restantes movimientos obreros y sociales del mundo.

La Historia española es rica, amplia y compleja y muchas veces es motivo de interés en muchas casas de estudio foráneas. Entre los múltiples episodios del devenir histórico ibérico, los eventos que más curiosidad suelen despertar en la comunidad académica son los que refieren a la Conquista de América y la Guerra Civil.

Precisamente, no de manera inocente hemos dedicado tanto esfuerzo a intentar comprender en el presente trabajo lo que significó la Conquista para España puesto que, a nuestro entender, es justamente este episodio el que marcará a fuego la brutal desigualdad que perduraría por siglos en la sociedad española.

Y es justamente esa desigualdad social estructural, esa pesada herencia española, la que favoreció, al norte de Gibraltar, la pasión, el entusiasmo y, también, la crueldad, con las que los españoles abrazaron las nuevas ideas y las llevaron a la práctica, al punto de lanzarse de manera colectiva a una carnicería fratricida nunca antes vista.

Las clases trabajadoras, oprimidas durante siglos bajo el yugo militar,  aristócrata y clerical, abrazaron las ideas de izquierda, frente a una élite que se alineó tras la cruz y la espada.

Existe mucho material sobre la Guerra Civil y, afortunadamente para las generaciones futuras, cada día se logra avanzar un paso hacia el esclarecimiento de las responsabilidades civiles, hacia el reconocimiento de las víctimas sin nombre, hacia la apertura al conocimiento público de los documentos clasificados y a la necesaria reparación histórica.

Muchos investigadores y entusiastas se vuelcan al estudio de la Guerra Civil tomándola como el comienzo de un capítulo nuevo, aceptando las condiciones históricas del momento sin detenerse a preguntar sobre el origen y las características de eso que da forma a la estructura histórica donde se dan los hechos.

Este trabajo se propuso, desde su humilde posición, aportar al debate intelectual sobre la Historia de España abordando los factores históricos, políticos, sociales y económicos que desembocaron en el golpe de 1936.

No es casual que estos años sigan despertando el interés de las nuevas generaciones, desde diversas disciplinas y tendencias, dentro y fuera de España.

No es casual, tampoco, que estos temas sigan generando hoy reacciones airadas, resistencias feroces y obstáculos permanentes para su estudio y entendimiento.

Se podría aprender de la experiencia española, de los errores y aciertos cometidos, de la pasión, el idealismo y la brutalidad que se emplearon y reconocer, en el camino, que revisar, releer y resignificar la Historia es un ejercicio necesario para entender qué y cómo es la España actual.

En este afán de comprensión, los dolores y heridas abiertas no han de ser un obstáculo; que en nombre de la paz social y la reconciliación histórica, no se entierre el pasado reciente del país, que no se escondan bajo la alfombra las penas y los ideales de nuestros abuelos, que no se prive a las generaciones futuras la posibilidad de conocer por qué y cómo somos lo que somos.

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