Tres minutos

Desde pequeño había visto el mundo de manera distinta; en mi primera memoria, recuerdo estar preocupado por no poder ver mi rostro con mis propios ojos, angustiado por aquel inconveniente, no tuve más remedio que verme ante un espejo. Algo asustado, me acerqué a visualizar mi reflejo, que para mi sorpresa era el de un niño normal.
Pasados los años, entré a la enseñanza media, no fue una experiencia amable. No lograba encontrar mi lugar entre las materias que se impartían. Solo me consolaba buscar información que fuera relevante para mí.

Me sentía atraído por el funcionamiento “disfuncional” de la mente humana, aquel trabajo que solo un psiquiatra es apto para diagnosticar, a esto le añadí la pasión por el ocultismo, dando como resultado una mente que – a veces- tenía sus propias realidades.
Mientras más me adentraba en el mundo de la mente humana y las percepciones alteradas, los multiversos, ovnis, el Himalaya, los continentes perdidos, la búsqueda de Shangri La; menos contacto humano necesitaba, hasta, que conocí a una joven…

Una adolescente que logró sacarme de la cueva intrapersonal, de mi fascinación por lo desconocido, ella hizo que fuera posible comenzar una vida nueva, desde cero.
Decidimos irnos a estudiar a Valparaíso, juntos en una nueva ciudad, sin pensar que nada malo pasaría. Me adentré en esta realidad desconocida para mí, una que involucraba sentirse tranquilo, en calma. Una realidad que me obligaba a pensar antes de actuar, aunque, a pesar de que todo era miel sobre hojuelas, no podía evitar sentir el lúgubre pero cálido llamado de lo oculto, lo prohibido.

Existían factores que nos limitaban, el hecho de vivir en pensiones, en las que, no siempre autorizaban las visitas; la constante falta de dinero, las tardes en donde nuestra once era solo una taza de té, ya que, o comprábamos pan o íbamos a clases. Está demás decir que solo viajábamos a Puerto Montt dos veces al año, en vacaciones de invierno y en las de verano.

En Valparaíso, viví en unas seis pensiones, intentaba encontrar algo que se pudiera llamar hogar, un lugar que fuera accesible a mi bolsillo en que, a su vez, me permitieran llevar a mi novia.

Al pasar cuatro semestres, nuestra relación floreció como la flor de un ciruelo en primavera. Nada de lo anteriormente descrito me afectaba demasiado; el solo hecho de saber, que al finalizar el día compartiré una taza de café me bastaba para completar mi felicidad, ella me sonreía y eso era amor. En palabras de Benedetti “ella me daba la mano y no hacía falta más. Me alcanza para sentir que era bien acogido. Más que besarla, más que acostarnos juntos, más que ninguna otra cosa, ella me daba la mano y esa era amor.”

Logré encontrar la pensión perfecta, una cuidada por unos abuelitos, era limpia, accesible y no me hacían problema por las visitas, pero claro; nada dura para siempre y por motivos que ya no recuerdo, tuvo que cerrar. Desesperado busqué otros lugares donde vivir, moví mis maletas, mochilas, ¡hasta un televisor de esos antiguos! De un lugar a otro en este cerro llamado placeres. Finalmente, encontré una pensión que me cautivo por ese aire aciago, funesto y sombrío. Un lugar descuidado; comida con hongos en el refrigerador, en los muebles, sin un lugar para lavar ropa, loza sucia por donde se mira, polvillo, tierra, basura en el piso y un hedor pestilente.

Basta solo tres minutos encerrado entre esas cuatro paredes, para que dicho aroma se impregne en la ropa.

Una mañana me desperté algo distinto, eran algo así como las 6:00 Am, habiendo descansado solamente 45 minutos, me preparé, como de costumbre, para ir a clases, comencé a sentir que algo andaba mal, tomé un baño extenso, algo me impedía salir de aquella regadera de aguas tibias, apurado, ya que me sentía atrasado me vestí y salí del cuarto donde hospedaba, una vez parado en la calle, sentí que era demasiado temprano para estar afuera, una parte de mi comenzó a creer que la hora de mi celular y por ende, la de mi alma se habían desconfigurado, por lo que habría salido a la calle a las 3 Am…Decidí omitir este pensamiento, ya que ¿Cómo podía estar averiado un celular sin fallo previo? Caminé por 15 minutos hasta llegar a la micro que me llevaría a la universidad, mientras, aquel pensamiento se alojaba cada vez más profundo hasta quedar arraigado en mi Superyó.

Este pensamiento desapareció cuando logré ver que la hora de mi celular estaba en lo correcto, pero no se detuvo ahí…
Por semanas me sentí bien, aunque, no podía sacar de mi mente aquel evento de la madrugada ¿había comenzado a volverme paranoico? O ¿solo había sido producto del poco descanso? La duda me asaltaba, pero no me encontraba en condiciones de ir con un profesional.

Todos los días, en las tardes, me juntaba con mi novia a tomar once o a estar un tiempo juntos, al estar lejos de casa, solo nos teníamos el uno al otro, luego de compartir, la iba a dejar a su pensión y esperaba afuera mientras ella me cocinaba la comida para el siguiente día de clases.

Un lunes en la noche, regresaba con mi almuerzo hacia mi pensión, cuando sentí como todo volvía a pasar, sentía como las personas se volteaban a mirarme, nuestras pensiones distaban en tres minutos, pero eso bastó; los vellos de mis brazos se comenzaban a erizar junto a los de mi cuello y espalda, por fin había llegado a la pensión. Introduje la llave en la cerradura sin poder sacar aquél pensamiento en el que la gente comenzaba a perseguir, entré al patio común de las casas pero, al cerrar la puerta me había sepultado en mi propia mente, mi Ello había estado mutando; carcomía mi Superyó al nivel en que mi Yo creía todo lo que estaba pasando: Aquella no era mi pensión, alguien había puesto una casa igual, en el mismo lugar donde se encontraba la anterior y se había encargado de poner todo en el mismo lugar de la original. Mis ojos comenzaron a vidriar, sentí un nudo en la garganta, el único lugar seguro era mi cuarto, aquel cuarto que estaba al final de un largo pasillo oscuro. Corrí hacia la habitación, entré, prendí la luz y cerré la puerta, encendí la televisión; se había quebrado el nudo de mi garganta y con él mi valentía, rompí en llanto al no saber qué me estaba pasando.

El fin de semana siguiente le comenté todo a mi novia, ella me abrazó y dijo que era un acto normal, así se manifiesta el cansancio, me dijo, “mañana me quedaré contigo en la noche, para cerciorarme de que duermas bien” me sentí aliviado, al fin y al cabo, ella era todo para mí en esta ciudad tan extraña y lejana de mis tierras natales.

El siguiente fue un día tranquilo, un sábado sin novedades; comenzaba el ocaso a eso de las 19:51 y junto a la creciente penumbra crecían mis miedos de sufrir alguna “crisis”. A las 20:00 llego mi novia a la pensión, entró en mi cuarto, nos acostamos, vimos algunas películas animadas, comimos algo, bebimos té y como a las 00:00 decidimos apagar las luces para dormir.

…Recuerdo que a eso de las 22:00 comenzó a llover torrencialmente, Esas lluvias que evocan el sentimiento de estar en casa…

Desperté a las 03:45 de la madrugada, algo transpirado con ganas de orinar. Me lavé las manos frente al espejo, cuándo vi el reflejo de alguien acostado, durmiendo plácidamente en mi cama. Absolutamente convencido de que ella no era mi novia, tomé una afeitadora, la acomodé sobre el suelo con la mayor cautela posible para no despertar a la extraña persona, la rompí de una pisada y recogí las navajas.

Con suma precaución me senté en la cama, y me abalancé sobre ella, en mi mano tenía las navajas, estaba decidido a ver quién se escondía bajo aquélla mascara que llevaba por rostro.

Se despertó e intentó gritar, pero era tarde, me encontraba sobre ella y mi mano sobre su boca. Forcejeó por su vida, logrando golpearme en la cara, a lo que respondí con un golpe en su rostro, caía sangre de su nariz al igual que gotas de lluvia caían sobre el techo.

Estaba acabando con mi paciencia, agarré la taza que aún tenía un poco de té, con mi mano libre desvié su cabeza para que quedara de costado y la golpeé, la taza se rompió... solo quedó el asa entre mis dedos. Sentí como su cuerpo se tensaba para luego quedar totalmente relajado; en la penumbra, pude ver que, en el costado de su cabeza, había un agujero del emanaba sangre, algunos huesos astillados y vapor de color purpura o rojizo… De sus oídos caían gotas de sangre, las mismas que vuelven a caer por la ventana cuando llueve.

A las 03:48 procedí a pasar la navaja por el contorno de su rostro, retiré la máscara para solo darme cuenta de la macabra verdad.
No era ninguna extraña… ¡era mi novia! Ella, la que me había dado la opción de ver el mundo con otros ojos, que se había quedado a dormir para cuidarme. Ella yacía sobre la cama, sin rostro, con una apertura en el costado derecho de su cabeza.

Me alejé aterrado del cuerpo sin saber qué hacer, lágrimas caían de mi rosto, solo acerté a sentarme en el borde de la cama, tomar su mano aún tibia, comencé a creer ciegamente que ella se aferraba a la vida, pero solo era para menguar la culpa de  haber matado a la persona más importante en mi vida.

Amanecía, había pasado la noche en vela, tomado de la mano de un cadáver sin rostro.
A eso de las 07:30 comenzaban los ruidos, personas continuando con su rutina y yo, sin poder articular una palabra o pensamiento.

Ahora, a las 07:33 dejo constancia ante usted, mi lector, que fui una persona débil, caí en mis propios pensamientos, me dejé engañar y la culpa me corroe.

Solo se necesitan tres minutos para caer en la locura...

Por favor, si lee esta carta, llame a la policía, pero no entre al cuarto.

Cerro Placeres, Av.Matta #499, Valparaíso.
Tres Minutos
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