ACARICIANDO PIEDRAS

Acuérdate conciencia, de que la vida es tan sólo un soplo, del cual eres tu testigo inefable e irremplazable del camino clandestino de los pensamientos. Erróneamente te creí ausente entre los gritos angustiosos de mi espíritu. Yo volaba descalzo por los bosques de metal, observando las masas de sujetos, todos afanados en un movimiento inerte y desalmado que me hunde en la desesperanza.

Uno de mis mayores miedos, que entreguen el fruto de sus manos en el baile sin música a la luz tenue de la fogata.

Estaba de pie junto a una fuente, la luz del día se escondía mientras me llenaba de impotencia. Y estaba justo en frente de mí, sus ojos grandes y marrones permanecían a la defensiva. Es tan sólo un infante que ya conocía el abandono, intentaba eludir mis inspecciones porque es novato en encubrirse,  su rostro era aún sincero y transparente, y sus tímidas manos se tragaban el grito de no comprender qué pena están pagando. Habría de vivir la ausencia del abrazo, y no conoció la infancia genuina. Había sujetos junto a él, y sin embargo, era contenido por la soledad. Es tan sólo un fragmento, una pieza del rompecabezas del humano desgraciado, que comparte junto al mal, con el que ríe bajo el sol.

Hace unos años tuve una idea que penetró en mi mente y burlándose bailaba en mi conciencia, apenas el deleite de pisar las hojas secas a la orilla del camino, lograba aislarme por un instante de la inquietud mental. Cinco lápices azules y un destornillador de estrella, se hallaban tendidos sobre un plato en el desierto. Me sedujo por completo, pero no me atreví siquiera a tocarlos, fue más que suficiente contemplar, seguí mi camino sin mirar atrás, me negué a destruir la magia que me envolvió. Fue como un punto negro plasmado en una hoja blanca y que, aún subestimado por su tamaño, se ha robado y de modo infame, para siempre la atención. Con un costoso esfuerzo, decidí respetar su espacio y no darle lugar a la interpretación. Logré conmemorar la portentosa escena cantada con el melifluo que susurran mis pies al apretar las hojas secas de la orilla del camino.

No sé, conciencia, si existe la plenitud absoluta del humano en la tierra, si así fuera, no sería humano, ese increíblemente sensible, y creativo como desastroso. Aunque se use un fino perfume, no se puede disimular el hedor de las moscas muertas. Cada vez que me veo en otro y soy yo su propio reflejo, cada vez estoy más seguro del desagrado de la esencia humana, si hay esperanza de encontrar algo bueno, no puede ser por voluntad de algún sujeto, no, ha de ser algo externo e inevitable, una voluntad mucho más fuerte que hala sin razón especial, y aborda al fulano a la plenitud por la que fue planeado de antemano. Sí, ha de ser arrastrado por la fe.

Huir quieren los helechos de la oscura sed de fuego, es un acto cruel y triste que no tienen opción de rechazar.

Tendido en una silla de un paradero común, suelo encontrar patrones de acción involuntaria. Pero no diré que hay monotonía, no concibo tal idea. No hay pasos contados, ni nubes iguales, no he visto la misma cosa dos veces, ni mi reflejo en el espejo ha permanecido. No es posible recordar todo, sólo los cambios grandes de un suceso a otro son lo que se guarda en los recuerdos, se apeñuscan en la piel y pesan, pesan para evidenciar la gravedad del tiempo. Mi entendimiento atrapa algo diferente y reitero mi ignorancia. Y si escuchara colores, si oliera sonidos o viera los olores; aún no concibo el mundo cambiante y mi avaricia brota de golpe. Absurda es la complejidad de la simpleza humana.

Complacido me siento por su compañía, ella se arrastra por el suelo sin titubear, se entrega a mi criterio, se rige a mis decisiones y no refuta una palabra. Un día solo me desesperé; atrevido y sin aviso, y la dejé, la deje en alguna parte del mundo,  en algún espacio de la noche. Me obstiné en no regresar por ella, me cansé de aplastarla todo el tiempo y encubar sus opiniones, en que me siguiera siempre. No era por ella, no pude con la idea de ser desagradable, de saberlo, y no hacer algo al respecto. Toda una terapia excusada por la comprensión que alimentaba mi orgullo. Pero fallé, era parte de mi vida, parte de mí ser, caminaba sin ella, casi en dolorosa soledad. Después de algunos días de tortura, decidí recogerla en la puesta del sol, fue la vez que ignoré el encanto del amanecer para reunirnos y ser uno de nuevo. Nunca, nunca más abandonaré mi sombra.

“Mañana fue tarde para no explicar un suspiro”, escuché a través de una puerta de metal que  aseguraba una casa en paja.

Mi piel estaba lisa, sin recuerdos atrapados que se dejasen caer en el tiempo. No había familia que dejar atrás, no había a quién ni a qué pertenecer. La muerte me arrebató muy joven a mis progenitores, y quedé sin rumbo particular. Anestesiado por el cansancio, caminando por muchos años, me topé con algo repentino, logré ver el destino de dos sujetos para volverse uno. No creí pertenecer a alguien, pero fue inevitable y perfecto en nuestra imperfección. Hoy su ausencia se hace cada vez más fuerte y aguda. No pude ver su piel retocada por el tiempo, ya no nos abrazamos en recuerdos. Concluir algo es imposible, su ausencia es la mitad de mí.

Pienso en la fuerza de las miradas, ninguna igual a otra, recorrimos juntos las vidas de los sujetos que nos dejaron entrar. Cosimos las distancias con curiosidad ingenua, debíamos ser fuertes y no entregar todo de nosotros, ¿qué nos quedaría para dar a otros?

Casi como el talón de Aquiles, fue para mí una pequeña que compartió su pan.

Me he negado por muchos años a aceptar tal barbaridad. Ya me he sentado y no logro siquiera considerarlo.  Es noviembre, un lunes frío y es un riesgo que no me atrevo a correr. No podría dejar de pensar en ello, sería cambiar parte de la dirección de mi identidad, es un ultraje contra mí mismo y no seré mi propio ejecutor, desde que esté en mis manos, me permitiré pasar esta copa. No, hoy no usaré medias a cuadros.

El viento me oculta lo que ha visto. Y el agua tiene más de mil secretos que enreda entre las piedras, las flores se ríen por las noches, las coloridas mariposas cuentan orugas, pero las más alegres son las que tienen un solo color, una identidad señalada. Cuando casi para de caer la lluvia, el sol delinea un camino para encontrarse a sí mismos.  

Niños que mendigan amor debajo del pan, hombres cegados por la envidia andan organizando su propia desgracia, he visto pobres en lujosos atuendos, y ricos en harapos sucios, ¿acaso debo medir la riqueza por su bolsillo? Deben esperar llevar la piel como aros de oro para comprender que cometieron un error. Creo estar dormido y haber soñado algo espantoso, pero algo me espanta más, es una pesadilla que se incrustó en la realidad, de la que despertar cuesta un acuerdo grupal para luchar contra el mundo.

Soy una amalgama azul y puntos verdes.

He creído que un recorrido no es en vano, no hay azar en una melodía, ¿cómo pensar que todo sucede de manera deliberada y en desorden? ¿Quién es responsable de señalar el camino? ¿No tendría sentido decir que ha sido el dueño de la firma de la creación de las proporciones perfectas?  No podría decir algo diferente, opto por brindarle todo el beneficio a la fe. Sí, es preciso; no pintaré la pared de rojo.
Ya anocheció, permanezco en silencio escuchando mi consciencia titubear, viendo las imágenes que mi mente recrea con las palabras aún sin pronunciar. Desde que Rebeca se ausenta sin retorno, el fuego de la chimenea me cuenta la historia de un caminante, es tan solo un fragmento, uno distinto cada día. No entiendo por qué, pero es efímero, cada palabra debe ser escrita, no puede quedar en el olvido.

Parte II

El tiempo ya había dado suficientes vueltas en mi muñeca y fue lo que me obligó a ir a la cama. Al ponerme de pie, mi cuerpo me recuerda que tampoco he comido algo, además del café de la tarde. Me dirigí a la cocina y me preparé un sándwich con un poco de jugo de la nevera. Mañana tendré tos de nuevo. Me deshice de las pantuflas y la bata y me metí entre las cobijas. Ocupo, desde el borde hasta donde alcanza mi cuerpo. Siento que cada noche la cama se agranda un poco más, como si disfrutara hacer más evidente la única presencia en la habitación.

Mi mente apunta a unos ojos ansiosos y rodeados de dolor. Los llevaba un anciano en su rostro. Había dejado caer su cuerpo cansado al piso frío en un movimiento brusco, estaba vestido con ropaje desgastado y llevaba los zapatos rotos. Sus palabras eran confusas y aleatorias, pero sin perder la mirada a ningún punto fijo, como queriendo descifrar un acertijo. Era uno de esos sujetos que se apropian de las calles porque su conciencia, siendo no tan cruel, como rendida de ser ignorada, los ha abandonado sin piedad, no sin antes dejarlos atados a una obsesión. Por pequeños instantes, pude evitar desdibujar su más cuerda sonrisa que agradecía un poco de alimento. Nunca me bastó.

Imaginar la inexistencia de los colores solo me irrita una y otra vez.

Me encontré encerrado en mí indecisión, un campo abierto y mil trayectorias que seguir ¿Habré elegido el adecuado? ¿Aun cuando hay tantas opciones y lo más sencillo es equivocarse? Reafirmo lo oportuno de un camino estrecho, para mirar fijamente la certeza, en sólido convencimiento de que no me deja hundir.

Caminé hacia un aposento en algún pequeño pueblo, al ritmo incontrolable de pequeños movimientos, que delatan la amenaza del calor con abandonar mi cuerpo, ingenuo es usar unos zapatos ajenos por un lapso corto y asegurar entender el resto del ropaje. Ese día lo supe, lo supe de verdad. No tengo nada en absoluto.

En un recorrido de mis ojos para apreciar la luz del sol que se filtra entre las ramas de los árboles, encontré una vieja maleta colgada de una de ellas y no dudé en treparme y tomarla. Este tipo de cosas no se dan porque sí, no se pueden dejar pasar. La maleta tenía un olor particular, nunca antes lo conocí pero no pude no apreciarlo. La cargué en mis hombros por un par de horas y cuando estuve completamente seguro abrí la cremallera. Un tarro con pinceles, lápices y unos tubos de pintura atados con una lana blanca y una nota que decía “Sorpréndete”.

Mastiqué un trozo de nube para aliviar un mal momento.

Curiosos obstinados, dejan intangibles códigos que intentan resolver el mundo. Es conocimiento horizontal, razonable e intuitivo. Sin embargo opto por la sabiduría vertical, la que no discute propietario.

Mi vida entera ha caminado hacia adelante, solo para poder volver atrás, a la esencia real enquistada en mi alma. Divagué miles de pasos junto a mi inconsciente filiación, ¿cómo decir que soy Jacobo? No se pueden limitar las palabras a un significado sin sentido, ningún sujeto puede ser un nombre, por eso tampoco diré que soy bohemio, nadie es un adjetivo. Y el verbo, demasiado ordinario. ¿Quién soy yo, si no lo que debí ser, rescatado mucho antes de creer serlo? Eso soy.

Nadie le dijo, siquiera, de qué color pintar las aves, ¿cómo juzgaré sus decisiones? Se apoderó de mí el enojo, la impotencia y me aplastó la tristeza, su corazón se cansó antes de alcanzar nuestro diciembre número diez y seis, la recibí sobre mis brazos ya sin aliento. Ahora solo mis pasos son escritos en la arena. Como un infante, me aferro al lazo de tres cuerdas que no se rompe fácil.

No, de Ágape nunca he extraviado el abrazo oportuno.

De repente, siento mi alma envuelta entre el pánico, la incertidumbre me abraza inoportuna y el peligro acecha mi sonrisa. Mis pulmones se agitan y no me dejan escuchar nada, cuento mentalmente hasta siete y la brisa susurra que no hay razón para temer. No creo que haya algo más fuerte que la mente desesperada. Lo sé, mis zapatos necesitan ser embolados de inmediato.

El mundo noctívago, se encuentra vivo aun si la luz lo quiere dejar en inexistencia. Para dejar espacio a la percepción subjetiva, se torna más interesante el misterioso paisaje oscuro. Para embargarse de indagación, e inspirarse en los sonidos y los vestigios insinuados por las siluetas que revela la luz nocturna.

Escucho mi conciencia que pregunta con recelo, ¿peregrino azul, cuándo tus pies dejarán ya de rayar la tierra?

Continuamente percibo la irrisoria discusión. Ágiles argumentos con ramas exuberantes se disputan por acaparar la carga de la decisión. Todo sucede muy rápido, pronto aparecen imágenes gritando a colores en desorden, poco antes de ser empujadas por las palabras importantes, los recuerdos en relación, aguardan pacientes tras un muro gris con blanco, una vez son llamados, desfilan altivos por entre los signos indefinidos. Parece haber demasiado, pero ya se sabe que en el mundo ideal hay espacio para más. Los hilos conversatorios se tensionan y el más fuerte escupe seguro y con satisfacción.

Cae la lluvia incontrolable, como un llanto resentido por la crueldad humana. Solo en este punto y puntos más, se deja ver un malvado arrepentido. Sale agua podrida de los labios del vil sujeto que reprocha maldiciendo las desgracias espontáneas. No sé si llamar injusticia a que el inocente esté obligado a asumir las mismas represalias.

Es irónico que gracias al pasar del tiempo, hoy tengo muchas estrategias de vida, hoy, cuando ya solo las puedo aconsejar.

Me ha susurrado una falsa realidad y me hace creer cosas por azar. Ya ha burlado mi confianza y tergiversado mi opinión. Lo creo incomprendido y me apiado de sus reacciones. He ignorado la reflexión y la dejo intencionada. Creo reconocer sus mañas pero éstas cambian sin aviso. Podría asegurar que no sabe que le temo y que necesito liberarme de esta invisible opresión. La independencia es tediosa y confusa. Difícil es desengañar mi propio corazón.

Me cautivan los esbozos que se van dibujando, como un tatuaje que se retoca para siempre. Cada pedazo de composición habla en silencio y con franqueza, celebran cada triunfo pero sin evadir los infortunios. No hay secretos ni tampoco hay lugar para el engaño. Las manos de los ancianos son el más leal registro de un espacio en el tiempo.

Mi memoria es autónoma y además egoísta, se lo guarda todo para ella.

Conocí el odio con él, odié que estuviera cerca de mí, pero no se daba por enterado, sólo se importaba a sí mismo, sin pensar, siquiera, en que pudiese hacer daño. Debía deshacerme de él pero con cautela. Me molestaba su presencia. Apretaba mi herida de soledad y yo empezaba a desvanecerme sin explicarle a  mi cuerpo la sensación de liviandad. Cada vez quería más espacio y yo no podía evitarlo. Un día lo tomé de improviso y desgarre sus impulsos, llevaba mucho sin tener tanta firmeza en mis pies. Y lo asesiné. Para siempre y sin arrepentimientos. Asesiné el miedo a vivir.

Me espanto o me sorprendo de mis propias reacciones, creo ilusamente, tener un carácter puntual, pero es inevitable ser inesperados. Como de mi libro, encontrarme con páginas que salté por accidente. Firmo el desconocimiento eterno. Es un hecho exquisito, abierto a ser percibido como venga en gana, la palabra la tiene Misterio. Todo es nuevo para siempre y bailo junto al mundo inquieto porque exige de mí lealtad.  

Me conmueven las paredes solitarias que envidian las entelarañadas esquinas.

Antes de cumplir diez y nueve años, arribé a un pueblo casi oculto entre un gran bosque. Jamás antes me habían insultado tanto. Me apuntaron con tres miradas mezquinas. Me tiraron cinco vistazos osados. Me dieron la espalda seis rostros esquivos mientras se escondían de mí siete ojeadas sutiles. Y nueve divisas burlonas animaron el desprecio. No volveré a comprarle un sombrero gris a un vagabundo amable.

Los casi están muy lejos de saborear una buena manzana.

Conozco un rostro sincero que no niega mis caricias. Siempre alegre y espontáneo. Es un resabiado y caprichoso bulto peludo que duerme siempre cerca de la puerta de la habitación. Dos ancianos somos, admirando la lluvia a través de la ventana.

Reconocí esa mirada embustera, creo que aseguraba un trato oscuro, pero no me sedujo la facilidad, mi piel no revela inexperiencia y éste sujeto insiste en intentar. Sostuve su mirada y mantuve su ilusión. Con la única intención de verla desmoronarse. Una vez intuyó el rechazo, desapareció casi empapado de vergüenza. Claramente yo no vuelvo al vómito.
Su mirada entorpeció mis palabras. Me había descubierto observándola detenidamente y optó por hablarme. Era decidida y con un carácter particular, obstinado y muy curioso. Su voz sólo logró hechizarme un poco más, era tan libre como sus cabellos despeinados. No supe cómo había vivido sin conocerla pero ya no la dejaría alejarse. Compartimos el amor por el Artista Mayor, el placer por los caminos nuevos, amé sus arrebatos de leves locuras y nos comprometimos después de dos semanas de habernos conocido. Contemplamos todos los atardeceres que parecían ser pintados solo para los dos. Me deleitaba observándola pintar. Deseó ser madre tanto como yo, pero nuestro deseo voló como las hojas secas. Anhelo haber podido tenerla más tiempo conmigo, pero haberla tenido es mi mayor placer.  

Me agrada que llueva sobre mí y mi sombrero adquiera un pequeño lago.

Ayer era jueves de chocolate, me levanté temprano y me di una ducha caliente, me puse  mis pantalones grises y el chaleco rayado sobre mi camisa negra. Até mi corbata gris y puse el sombrero blanco en su lugar, deseché la idea de esas odiosas medias colgadas junto al espejo. Tengo el ánimo de algún día tomar el riesgo, pero espero no hacerlo. Llevé mi termo y me senté en una silla vieja en madera para compaginar la escena. No estuve allí más de dos horas, después de las nueve y treinta me perturba la velocidad de la carretera. Siento que me arrasa con violencia y yo solo quiero pasear con el perro.

El telos de todo tiempo parece inoportuno.

Recuerdo el pedazo de un poema que me enseñaron en la escuela:

“Oscuro desvarío se dispersa en la neblina,
Huye de la razón que desmiente su  inocencia
Corre por los valles de vergüenza
Ya no se incorpora hasta las rocas
Y recibe la luz del día que anochece para siempre”
Nunca memoricé el autor.


Me gusta pensar que a las palabras se las tragan los sancudos.

Leí una palabra en un diccionario sin letras, a la luz de una noche nublada, sentado en un sillón de una casa vacía, mientras tomaba leche tibia en un vaso sin fondo. Me asomé por la ventana trancada y las flores corrían desesperadas. Escuché a un mudo gritar mi nombre y salí volando por entre los árboles de arena. Abrí mis ojos y observé mis manos que permanecían entumecidas agarrando las cobijas.

Quisiera ser un ave y desafiar el viento.

Acariciando Piedras
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