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Tigre/ Chocó, Colombia

Tigre: cinco días con la guardia indígena en el Chocó
-Somos de carne y hueso, y sentimos en el cuerpo el dolor de lo que nos pasa, y el dolor de lo que le pasa a Colombia-, dice Elieser Valencia, gobernador de la comunidad indígena de Mondó, del departamento del Chocó, en el Pacífico Colombiano. En medio de la selva, más de 800 personas cortaron la vía Quibdó-Pereira durante el Paro Nacional Agrario, en mayo de 2016, reclamándole al presidente Juan Manuel Santos que cumpla con los acuerdos que venían negociando desde 2013.
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¡Ya llegaron! ¡Se nos metieron!-, se escucha en la noche cerrada.
Las linternas se mueven en todas direcciones. Todo el mundo grita o dice algo. Las madres agarran a sus hijos y corren. Mientras nos acercamos a la primera barricada, es decir, la más lejana, los guardias que vuelven no saben decir con precisión lo que acontece. Pero no hay balas, ni gases.
Es una falsa alarma.
Suficiente para entender lo que se preveía, la seguridad era casi nula. Las señales de alarma no eran claras. La guardia indígena estaba integrada en su mayoría por niños, cuya única arma era el bastón de mando. Además de piedras, las únicas armas para enfrentar a una policía extremadamente violenta eran las piedras y la “boquera”, un artefacto casero para disparar flechas regadas del veneno mortal proporcionado por una rana de la comunidad, que estaban más dispuestos a no usar que a usar. Ni molotovs tenían, las prepararon después de la primera agresión, para un posible encuentro.
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Ahora sí. Después de las falsas alarmas, y el dominio de la inexperiencia, Tigre se había convertido en la señal inequívoca para la llegada de la represión. Ahí ya se sintieron los primeros tiros. La guardia corría para todos lados. Podían haber sido los paramilitares, pero era el ESMAD, el escuadrón más violento del Estado, acompañado de policía convencional, el Ejército, y una retroexcavadora. Los gases lacrimógenos se iban uno tras otro en dirección a la montaña. La noche fue clareando y dio paso al día. Ahora era posible ver. Pero también era más fácil que nos vean. Cinco horas duró la agresión. Apuntan a la cabeza esos policías, como evidencian los huecos de bala cerca del ojo. También tiran muchísimo gas, y balas de plomo. Hacen prisioneros, y le gritan cholos hijoeputas´mal paridos a los indígenas, algunos que bajaban de las barrancas que rodean la ruta asfixiados, casi desvanecidos. Todo era nuevo para los integrantes de la guardia indígena, que días antes preguntaban qué armas traía esa policía, cómo era eso del gas, si eran muy violentos. Sí, eran y son muy violentos, pero difícilmente ellos lo entiendan. Nunca los habían visto.
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