El límite.
Un límite, más allá de ser un espacio donde algo termina y algo más comienza, es allí donde dos o más espacios se unen. Se relacionan. En sentido literal y figurado, es un espacio físico o temporal, donde se unen dos realidades, dos tensiones de diferentes características, que necesariamente generan una tercera, heterogénea, híbrida, impura, y compleja desde su naturaleza misma. El límite entonces, antes de ser comprendido bajo el plano físico y material, tiene primero que ser entendido y abordado desde una óptica abstracta. Como una sinergia. Una convergencia. Ciertamente, como un intermediador de dos espacios o realidades distintas, donde lo ideal sería suavizar esa transición que se genera en vez de reforzarla y enmarcarla súbitamente. Principalmente, por el impacto que genera y el mensaje que transmite una acción o la otra.

Se ha incurrido, a mi juicio, en el error de comprender el límite como un espacio de fractura. Una barrera que diferencia un espacio del otro, cuando en realidad los une. Como si nuestra realidad fuera tan sencilla; tan modesta. Las ciudades, los edificios, y las personas, tienen estructuras mucho más complejas. Que además están sometidas a un perpetuo cambio; a un movimiento constante. A una naturaleza inestable y dual, pero al mismo tiempo sabia. Es por esto que la disociación de los espacios, de los usos y de las actividades es cada vez menos promisoria. Porque se aleja de las dinámicas y la naturaleza propia del ser humano, sin mencionar el impacto que tienen en la sociedad como conjunto. Lo que hace urgente la reinterpretación y humanización de un concepto tan elemental pero de tan alto impacto como lo es el límite. 

Ahora bien, una vez se ha entendido el límite desde su componente más abstracto, y aunque suene contradictorio, desde su componente más puro, el ejercicio de extrapolarlo a la arquitectura se hace mucho más sencillo, casi natural. Surge de manera espontánea y cándida la necesidad de generar espacios que ya sea por su composición, su descomposición, su forma, o el trabajo armónico de la materia con relación a un vacío, adquieren ese carácter transicional y dúctil. De mediadores de escalas, de dinámicas, de espacios, de paisajes, o en fin, de dos componentes complementarios que se encuentren en tensión dentro de una misma dualidad. De una manera donde este entendimiento abstracto de las dinámicas urbanas y de la gente adquieren, dependiendo del contexto y las problemáticas en las que esté inmerso, diferentes formas, ritmos, texturas, y órdenes que finalmente terminan materializándose y convirtiéndose en arquitectura.
Manifiesto de intereses.
Con base a lo anterior, mi principal interés ahora que se me presenta el reto y la oportunidad para hacerlo, es explorar cómo desde la arquitectura se puede trabajar el concepto de límite en pos de repercutir e incidir positivamente en una sociedad que necesita urgente un cambio de paradigmas. Una sociedad deshumanizada, donde al contrario de lo que sería óptimo, ha prevalecido el bien privado sobre el bien común. Donde se ha polarizado y reducido todo bajo los términos de lo que es público y lo que es privado. De lo que está bien y lo que está mal. Al mismo tiempo que las relaciones interpersonales han sido blindadas por el miedo, la desconfianza, y el egoísmo.

Me es inevitable notar la relación que existe entre la sociedad y la arquitectura en este sentido, donde recíprocamente, las unas inciden en las otras y se redefinen constantemente. El ejemplo más obvio es el desmesurado uso de las rejas, de las porterías ciegas, que en muy escasas ocasiones comparten y se nutren de usos complementarios. Huyendo de la inseguridad al mismo tiempo que generan inseguridad y odio. 

Tengo la convicción que desde la arquitectura se puede, o inevitablemente se genera, un cambio social. Que construir dentro de una ciudad implica una responsabilidad enorme. Que la arquitectura, antes de ser algo escultórico, tiene que estar al servicio de la gente; entender a cabalidad el contexto en el que se está inmerso y todas las variables y los parámetros que la relacionan, para tener éxito más que fama. Que es indispensable trabajar desde la sensibilidad. Pues un edificio no está aislado dentro de su contexto, sino que coexiste dentro de una compleja red de relaciones, dinámicas y flujos, donde la arquitectura, de manera casi sumisa, debería proyectarse, definirse y estructurarse en torno a ellas. Sobretodo, ahora que surge una variable como el Metro, que multiplica dichas oportunidades y redefine las dinámicas existentes [redirige los flujos existentes], habilitando un proceso de creación más que de pura reinterpretación.

Por eso me interesa trabajar principalmente sobre el concepto del límite extrapolado en la arquitectura. Como ese espacio ojalá indeterminado donde confluyen el edificio y la ciudad y por esto mismo es el espacio más especial, más fértil, y del que más posibilidades para proponer surgen. El límite, como se explicó en la primera parte del documento, entendido como ese espacio de unión entre dos o más realidades distintas, que surge naturalmente como un espacio heterogéneo cuyo éxito, desde la óptica que yo lo veo, radica sobretodo en entender cuáles son esas realidades distintas que se enfrentan, y logran encontrar la manera de disolverlas, generando nuevos usos y nuevos espacios intermedios, comunales, que complementan a los otros, y que logran marcar una transición suave, casi imperceptible entre dichas naturalezas casi antagónicas que se están enfrentando, como lo son, por ejemplo, el espacio público y el espacio privado. Y que esta reinterpretación del borde, antes de crear barreras, tome forma de bordado y sea ese elemento tejedor de espacios, dinámicas, usos y personas distintas; que una en vez de desunir.
El límite.
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