CLAROSCURO
 
Cuando volvió en sí se consiguió arrodillado frente al cadáver de una mujer cuyo vestido blanco sólo era desvirtuado por el círculo amorfo de color rojo que brotaba de su abdomen,  su mano izquierda posada sobre la frente de aquella mujer como si quisiera consolarla y su mano derecha aferraba con fuerzas el cuchillo. Sus labios se abrieron en gesto de asombro, sus ojos se entrecerraron asomando la tristeza y su cálida voz murmuraba – ¡No! ¡Otra vez no! –
 
Soltó el cuchillo, se levantó y retrocedió dos pasos, sus ojos negros escondidos tras el cabello castaño observaron por breves instantes el cuerpo inerte que empezaba a lavarse con la lluvia que recién caía. Le dio la espalda al cadáver y comenzó a caminar en sentido contrario. Se encontraba en un callejón oscuro, al final se observaba una vía principal, no sabía con certeza en que parte de la ciudad estaba, así que debía dirigirse hacia algún camino que pudiera reconocer. Al salir del callejón observó la avenida y comprendió que se encontraba a sólo tres cuadras de su apartamento.
 
Al notar la poca afluencia de carros y de personas observó el reloj, eran las tres de la mañana. Aprovechando la soledad y la lluvia que ya disimulaba las manchas de sangre en su ropa emprendió el camino, cabizbajo y con paso apurado.
 
El día siguiente llegó con gran remordimiento – No puedo continuar haciendo esto, debo buscar ayuda. – Pensó. La suerte lo acompañó en las cuatro muertes anteriores, pero esta última se ubicó muy cerca de su casa y no tardarían en conseguirlo, aunque siempre ha sido muy meticuloso cubriendo sus rastros. La ayuda descartaba cualquier intervención profesional pues no confiaba en la discreción de terceros y no estaba preparado para pasar el resto de su vida en una cárcel y más sin estar consciente de lo que había hecho. Siguió analizando sus posibles opciones.
 
Tres días después, en su sitio de trabajo, escuchó a una de sus compañeras que estaba consternada conversando con otra y le contaba que a su hermana la habían atacado en un callejón siendo asesinada. Comentó que la policía sólo consiguió un cuchillo pero sin huellas en él. El hombre intervino con precaución y le preguntó cuándo ocurrió aquel lamentable hecho, trató de establecer conversación pensando en obtener información de las pistas que pudiera tener la policía en su contra. Una vez que estuvo hablando con ella se percató de lo mucho que le gustaba esa mujer, siempre le había gustado, pero nunca le llegaron fuerzas para hablarle. Era hermosa, blanca con el cabello negro azabache, los ojos grandes y labios carnosos. ¡Oh, cuantas veces había soñado con besar esos labios! Se asombró de lo cómodo que se sentía conversando con ella, era una mujer agradable, de hablar pausado y de voz dulce.
 
Transcurrió una semana  y logró establecer una buena relación con la hermosa mujer, siempre cruzando palabras y miradas, esto le dio la fuerza para invitarla a tomar un café al salir de la oficina.  Cuando se atrevió a invitarla, ella con una elegante sonrisa asintió en gesto de aceptación. El corazón empezó a bajar el ritmo, sus manos pararon de sudar y sintió un calor agradable que invadía su pecho.
 
Compartieron una velada muy amena, tomaron café, comieron unos pasteles, conversaron, se conocieron. Aunque tuvo el impulso de no hacerlo le preguntó por el caso de su hermana para conocer nuevos detalles, ella cambió el rostro mostrando gran pesar, le contó que no hubo avances en la investigación, luego le dijo que no entendía cómo podían pasarle estas cosas a gente tan bondadosa. Le contó cómo era su hermana y lo querida que era por todos quienes la conocían, también le contó de su familia y de lo mal que estaban sus padres. El hombre empezó a sentir una inmensa carga, no es lo mismo mantenerse en total desconocimiento de la vida de una víctima, que conocerla a través de quienes sufren su muerte y darse cuenta de todo el daño que había causado. Luego de cambiar el tema y pasearse por otros más triviales llegó el momento de despedirse.
 
La relación siguió creciendo día a día, con salidas frecuentes al cine y a cenar. En el compartir diario en la oficina, siempre conversando y siempre uno pendiente del otro. El hombre empezó a preocuparse, pues el interés inicial para conversar con aquella hermosa mujer cambió y ahora no sabía cómo manejar el sentimiento de culpa que le producía la cercanía de la mujer de la cual se había enamorado.
 
Tres meses después se consiguió de nuevo frente al cadáver de una mujer, era blanca, con el cabello negro y ojos grandes, su boca destilaba un hilo fino de sangre. Con lágrimas en los ojos se inclinó y besó por última vez los labios del recién llegado amor. Al levantarse y retroceder tropezó con dos oficiales quienes lo arrojaron al suelo, lo esposaron y lo trasladaron a una patrulla. En el camino hacia la jefatura el hombre le preguntó a los oficiales – Disculpe, ¿cómo supieron de este asesinato? – El oficial que estaba de copiloto se volteó y lo miró con rostro extrañado, luego de unos segundos le contestó –Usted mismo nos avisó lo que iba a hacer, nos llamó hace dos horas, pero no pudimos dar con el sitio a tiempo –.
 
La confusión se presentó en la mirada del hombre quien luego se sintió destrozado al recordar los ojos sin vida de su amada, pasó a mostrar un rostro de alivio,  satisfacción y tranquilidad pensando que ya todo había terminado, pero de inmediato se sintió traicionado pues comprendió que así como no tuvo nunca el poder de evitar los asesinatos, tampoco lo tuvo para entregarse y terminó siendo el mismo asesino quien le tendió la trampa llamando a la policía. Ahora sería él quién pagaría la pena.
 
Miguel Quijada Díaz
 
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