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Las Ciudades Invisibles

    LAS CIUDADES Y EL DESEO. 3                                     DESPINA

De dos maneras se llega a Despina: en barco o en camello. La ciudad se
presenta diferente al que viene de tierra y al que viene del mar.
El camellero que ve despuntar en el horizonte del altiplano los pináculos de
los rascacielos, las antenas radar, agitarse las mangas de ventilación blancas y rojas,
echar humo las chimeneas, piensa en un barco, sabe que es una ciudad pero la piensa
como una nave que lo sacará del desierto, un velero a punto de partir, con el viento
que ya hincha las velas todavía sin desatar, o un vapor con su caldera vibrando en la
carena de hierro, y piensa en todos los puertos, en las mercancías de ultramar que las
grúas descargan en los muelles, en las hosterías donde tripulaciones de distinta
bandera se rompen la cabeza a botellazos, en las ventanas iluminadas de la planta
baja, cada una con una mujer que se peina.
En la neblina de la costa el marinero distingue la forma de una giba de
camello, de una silla de montar bordada de flecos brillantes entre dos gibas
manchadas que avanzan contoneándose, sabe que es una ciudad pero la piensa como
un camello de cuyas albardas cuelgan odres y alforjas de frutas confitadas, vino de
dátiles, hojas de tabaco, y ya se ve a la cabeza de una larga caravana que lo lleva del
desierto del mar hacia el oasis de agua dulce a la sombra dentada de las palmeras,
hacia palacios de espesos muros encalados, de patios embaldosados sobre los cuales
bailan descalzas las danzarinas, y mueven los brazos un poco dentro del velo, un
poco fuera.
Cada ciudad recibe su forma del desierto al que se opone; y así ven el
camellero y el marinero a Despina, ciudad de confín entre dos desiertos.
  LAS CIUDADES Y LOS SIGNOS. 2                                ZIRMA

De la ciudad de Zirma los viajeros vuelven con recuerdos bien claros: un
negro ciego que grita en la multitud, un loco que se asoma por la cornisa de un
rascacielos, una muchacha que pasea con un puma sujeto con una traílla. En realidad
muchos de los ciegos que golpean con el bastón el empedrado de Zirma son negros,
en todos los rascacielos hay alguien que se vuelve loco, todos los locos se pasan horas
en las cornisas, no hay puma que no sea criado por un capricho de muchacha. La
ciudad es redundante: se repite para que algo llegue a fijarse en la mente.
Vuelvo también yo de Zirma: mi recuerdo comprende dirigibles que vuelan en
todos los sentidos a la altura de las ventanas, calles de tiendas donde se dibujan
tatuajes en la piel de los marineros, trenes subterráneos atestados de mujeres obesas
que se sofocan. Los compañeros que estaban conmigo en el viaje, en cambio, juran
que vieron un solo dirigible suspendido entre las agujas de la ciudad, un solo
tatuador que disponía sobre su mesa agujas y tintas y dibujos perforados, una sola
mujer gorda apantallándose en la plataforma de un vagón. La memoria es
redundante: repite los signos para que la ciudad empiece a existir.

 
    LAS CIUDADES SUTILES. 3                                          ARMILLA

Si Armilla es así por incompleta o por haber sido demolida, si hay detrás un
hechizo o sólo un capricho, lo ignoro. El hecho es que no tiene paredes, ni techos, ni
pavimentos: no tiene nada que la haga parecer una ciudad, excepto las cañerías del
agua, que suben verticales donde deberían estar las casas y se ramifican donde
deberían estar los pisos: una selva de caños que terminan en grifos, duchas, sifones,
rebosaderos. Contra el cielo blanquea algún lavabo o bañera u otro artefacto, como
frutos tardíos que han quedado colgados de las ramas. Se diría que los fontaneros
han terminado su trabajo y se han ido antes de que llegaran los albañiles; o bien que
sus instalaciones indestructibles han resistido a una catástrofe, terremoto o corrosión
de termitas.
Abandonada antes o después de haber sido habitada, no se puede decir que
Armilla esté desierta. A cualquier hora, alzando los ojos entre las cañerías, no es raro
entrever una o muchas mujeres jóvenes, espigadas, de no mucha estatura, que
retozan en las bañeras, se arquean bajo las duchas suspendidas sobre el vacío, hacen
abluciones, o se secan, o se perfuman, o se peinan los largos cabellos delante del
espejo. En el sol brillan los hilos de agua que se proyectan en abanico desde las
duchas, los chorros de los grifos, los surtidores, las salpicaduras, la espuma de las
esponjas.
La explicación a que he llegado es ésta: de los cursos de agua canalizados en
las tuberías de Armilla han quedado dueñas ninfas y náyades. Habituadas a
remontar las venas subterráneas, les ha sido fácil avanzar en su nuevo reino acuático,
manar de fuentes multiplicadas, encontrar nuevos espejos, nuevos juegos, nuevos
modos de gozar del agua. Puede ser que su invasión haya expulsado a los hombres, o
puede ser que Armilla haya sido construida por los hombres como un presente
votivo para congraciarse con las ninfas ofendidas por la manumisión de las aguas. En
todo caso, ahora parecen contentas esas mujercitas: por la mañana se las oye cantar.
watercolor and ink on paper
 
By Luis RIco.
Las Ciudades Invisibles
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Las Ciudades Invisibles

Series of watercolor illustrations about the book 'Las Ciudades Invisibles' of Italo Calvino.

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