La montaña y el colibrí, dos especies sumamente entrelazadas pero desiguales, Una depende de la otra. Ambas casi opuestas con ciclos de vida muy diferentes; el colibrí, cuyo tiempo de vida es casi imperceptible comparado con la formación la montaña, pero aun así, en este lapso tan corto, el colibrí es capaz de darle color a la montaña, ¿Qué pasa si se alteran estos ciclos?, ¿Si se invierten las cualidades que hacen único a cada ser?

De este modo, nuestra instalación busca mostrar esta relación, la forma como cada especie complementa y le da vida al otra. Mientras el hombre cuyo papel es meramente el de un observador, tiene el ímpetu de modificar estos ciclos a su antojo, alterarlo hasta romper este equilibrio.

En este nuevo mundo, el que hemos creado, hay una guerra constante.
¿Guerra? No… ¿Batalla?
… juego.
Un juego entre el Hombre y la Naturaleza.

Al comienzo la Naturaleza podía mantener todo en orden, los ciclos cerrados, los organismos vivos, el cielo brillante, pero, con el paso del tiempo, la guerra, el juego se volvió mucho para ella, el Hombre jugaba muy duro y a la Naturaleza se le acabó la energía. El Hombre ganó.
Todo se derrumbó.
¡Pero no es culpa del Hombre! Él solo se quería divertir. No es su culpa que la naturaleza se fuera tan débil y se cansara tan rápido. Todo el mundo Nadie lo pudo haber visto venir…
¿Cierto?

“¡Maldita Naturaleza!” pensó el Hombre. “Siempre todo es su culpa. Ahora que ella no está yo me estoy muriendo.”
En efecto, este era el fin del Hombre.
No de la Naturaleza, ella solo estaba cansada. Necesitaba un tiempo para recobrar su energía.
¿Pero el Hombre? 
Él es muy corto, volátil, débil. De ninguna forma habría podido aguantar todo el tiempo que la naturaleza necesitaba.

Este fue el fin.
Su triunfo Su derrota.


Ahora la naturaleza se ha recuperado.
Ahora el mundo es nuevo.
Ya está todo está listo para volver a empezar el juego.