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Relatos on the Feisbuc


Es un clásico y hasta incluso un deber sagrado oler la fruta en la verdulería. Utilizar el olfato para seleccionar el "alimento elegido", costumbre arrastrada a través del tiempo desde los antiguos sabios primates.
Hace unos días, mi padre, mi hermano y yo nos encontrábamos en medio de dicho ritual, aggiornado a un escenario moderno a diferencia de nuestros ancestros: mientras ellos lo hacían en la Naturaleza, nosotros lo poníamos en práctica en un supermercado.
Teníamos a nuestra disposición 3 tipos de duraznos. Estando el lugar inundado de una fragancia potente y embriagadora, teníamos que localizar cuál de las tres razas era la cual manifestaba tanto poder y presencia. Pasemos a la descripción de dichos duraznos: unos eran anaranjados y vibrantes, otros más chicos y de apariencia más zen tenían manchas violáceas y los terceros sufrían malformaciones congénitas y de una coloración blanca de enfermedad.
Nuestro ojo curioso clavó los ojos en estos últimos, y al primero que agarramos lo miramos detalladamente.
"¡Es Groucho Marx!" - dice, con emoción, mi viejo.
"¡Llevémoslo!" - gritamos al unísono como si el durazno con cara de Groucho Marx fuera una epifanía.

(Crónica de cómo se mal compra fruta llevando aquella carente de olor)

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Desde la física, la matería es energía. Si esa energía es alterada, también se ve afectada la menifestación de la misma.
Siendo los humanos tan limitados al momento de percibir organolépticamente todo aquello que atraviesa y teje este enmarañado Universo, nuestro espectro visible no nos puede brindar respuestas ante lo "infinito" e inmenso. Sintético como la contratapa de un libro, efímero como nuestra vida y tan certero como la subjetividad. Negar de forma rotunda la posibilidad de la existencia de entes (conscientes o no) no  visibles que intervengan en la materia resulta, por ende, un arrojo a la fanfarronería, un olvido de la Humanidad propia en pos de subirse a un altar de oro fantasía.

Una tarde de encierro inminente encaramos una odisea con mi querido viejo, guía de hace tantos años. Nos encontrábamos en una situación que desafiaba a los dos: una receta de buñuelos en un acotado espacio y carentes de ciertos materiales necesarios. Más allá de las desventuras durante la realización de las primeras etapas, un detalle llamó nuestra atención en el momento del forjado en aceite: los buñuelos tomaban formas reconocibles.
¿De qué es esto producto? ¿De espíritus rondantes que se manifiestan sobre la masa agonizante? ¿Era cada buñuelo un reflejo de nuestros almarios? ¿Una anciana gitana divertiéndose con nosotros?
Lo cierto es que, dada la gran cantidad de buñuelos con formas, ha de existir un arte como la Buñomancia, y si queremos ser más cientificistas, un test de manchas de buñuelo... Esto queda a conclusión de cada uno.
                                                      El Cisne
                                             El Chanchito
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