Cuentos cotidianos
Cuento de cocina
āāāāāāāEl peor momento del ser humano es la etapa en la que buscamos reprimir toda diferencia. Toda particularidad que nos haga distinguir no es bien valorada. No hay que llamar la atenciĆ³n. Se nos clasifica en un par de bandos demasiado amplios y se burla al que no caiga dentro de esas categorĆas. Mi madre me habĆa dicho: āMartĆn, Ā”salĆ un rato! AndĆ” a jugar a la pelotaā. Ella siempre temiĆ³ por mĆ, no era lo que es normal para un chico. Yo no veĆa esa rareza que tanto repudiaban todos, porque esa rareza era mi pasiĆ³n.
Tengo muy vĆvido el recuerdo de mi infancia en donde agarrĆ© por primera vez, con fuerza e intenciĆ³n, lo que mĆ”s adelante serĆa mi herramienta de trabajo: un paquete de harina. TendrĆa unos 5 aƱos y estaba viendo tele mientras mamĆ” cocinaba. No tuve mejor idea que revolearlo por los aires. Fue mĆ”gico. Estaba nevando. Mi cocina envuelta en harina. VeĆa cĆ³mo se metĆa ese polvo por cada rincĆ³n y con esa espontaneidad infantil me salian carcajadas. Estaba en mi elemento. La tele de fondo y la mesada llena de ingredientes fue como tener una visiĆ³n. Es imborrable el instante en que conectĆ”s con algo sencillo que te hace feliz. TambiĆ©n fueron inolvidables los alaridos de madre y la paliza que recibĆ por la macana. No hubo paliza suficiente para evitar que yo me metiera a la alacena a oler, tocar y sentir esa suavidad seca de un manojo de harina. Darle un mimo al maple de huevos y escuchar el crack que hacĆa mi dedo cuando presionaba y se rompĆa la cĆ”scara. Un nivel de satisfacciĆ³n difĆcil de igualar.Ā
Y asĆ crecĆ, pasando incontables horas enredado entre masas, preparaciones, moldes, manteca. Fieles compaƱeros, porque los del colegio ni pelota. QuerĆa ver, entender recetas, cocciones. Sentir cĆ³mo las partĆculas de trigo y demĆ”s componentes se transformaban en delicias. QuerĆa hacer pasta, bizcochos, alfajorcitos, medialunas a la perfecciĆ³n. Preciso como cientĆfico y la cocina mi laboratorio. Un espacio que no era muy habitado en casa, entonces era perfecto para recluirme mientras iba creciendo. Desde que muriĆ³ papĆ” que madre ya no se motivaba con cenas calentitas, cariƱosas. DecidĆ cubrir ese agujero. Ser el chef, para no perder la costumbre familiar de comer juntitos y aliviar las penas de la vieja, que ya suficiente tenĆa en su plato y no suficientes platos mĆos.
Hablaba solo, relataba mi paso a paso. Me sentĆa una estrella. Copiaba frases de la cocinera del canal 13. Mami no aprobaba. Yo escuchaba cĆ³mo le decĆa a mi hermana que no era algo de hombres. Pero tampoco me frenaba. Ni me ayudaba.Me gusta creer que muy atrĆ”s de los juicios y reglas de madre, ella sabĆa que era algo innato y medio mĆstico. Nadie en casa cocinaba con mucha gana. Nadie me inculcĆ³ la pasiĆ³n. Tampoco los hombres lideraban programas de cocina, pero ese era mi sueƱo.
Ā Las compras del super que MamĆ” hacĆa no incluĆan lo necesario para mis experimentos. La mensualidad iba exclusivamente al almacĆ©n chino. Chengfeng, el dueƱo, era desagradable. Solo hablaba con los proveedores y con un uso mĆnimo de dos letras o pocas palabras monosĆlabas. Aunque era lejos de casa, tenĆa de todo, por eso era mi lugar predilecto. Me volvĆ adicto a pasear por los pasillos estrechos. Entraba con los ojos cerrados a ver si podĆa recordar dĆ³nde estaba cada cosa. Memorizando el desordenado orden del antipĆ”tico de Chengfeng que tambiĆ©n hacĆa de repositor.Ā
En la secundaria los pocos amigos del primario desaparecieron. Ya no era de copado llevar al recreo cositas ricas. Mis tortas con topping, turrones caseros, que antes me hacĆan popular, ahora eran de frick total. Las chicas a veces se acercaban, pero eso suscitaba celos en los machitos y un patoteo de mayor intensidad por los pasillos. Me costĆ³ entender y mĆ”s todavĆa dejar de hacerlo. Es mĆ”s, no pude. EscabullĆa tuppers en la mochila y se los daba a la preceptora, una chica que aunque me parecĆa adulta debĆa tener 20 aƱos, y que aceptaba con sonrisa mis delicatessens. Ella podĆa ver que eso que me hacĆa raro de niƱo, me harĆa especial de grande. Los bullers me robaban de la lanchera, me dejaban mensajes homofĆ³bicos y realmente malignos. Mi rencor por Toto de 2do āAā, el cancherito sin personalidad que me tiraba la comida al tacho, que me decĆa āMartincita la cocineritaā reaparece a veces: Y le digo: āMirĆ” quiĆ©n sale en la tele. MirĆ” cĆ³mo tengo mi propio programa. MirĆ” cĆ³mo babean las chicas, las modelos, Āævos quĆ© andĆ”s haciendo to ti to, eh?ā.
Ya se vienen los diez aƱos del programa. SĆ© que me van a hacer dar un discurso. Pero no me van a dejar hablar de mi niƱez, de la historia de mi pasiĆ³n. Porque ahora soy menos persona culinaria y mĆ”s producto en tendencia. Mis fans quieren que me quede en cuero mientras cocino. El Ćŗltimo especial fue al lado del mar en sunga. Mi productor cree que no me doy cuenta que poco a poco me estĆ” transformando en un juguete sexy de amas de casa. Los de marketing hablan de audiencia de mujeres +40 muy āengagedā. Se ve que les calienta ver a un hombre tomar un rol de la mujer. Soy porno diurno. Dudo de la legitimidad de mi Ć©xito. Me siento algo perdido, queriendo darle a todos los que esperan de mĆ, porque por aƱos no me aceptaban y ahora que si lo hacen, ĀæcĆ³mo desilusionarlos? Mi eje en este limbo es mirar el pasado. Ver cĆ³mo la cocina siempre fue compaƱĆa, siempre es mi presente. DetrĆ”s de esta bizarra imagen pĆŗblica que construyo, sigue estando ese infante teƱido de blanco harina.
Se me rompiĆ³ la CPU
Todos los archivos que acumulĆ© en estos aƱos juntos, organizados por carpetas, titulados con cariƱo y ordenados cronolĆ³gicamente, desaparecieron de mi CPU. No sĆ© quĆ© le pasĆ³, se habrĆ” sentido saturada. Como si ya no quisiera cargar con tanto. El disco duro, como glaciar, quizĆ” supo que era mĆ”s sano para mĆ soltar esa parte de la memoria RAM. QuizĆ” alguien vino con un pendrive, una memoria externa y a la fuerza te sacĆ³ de ahĆ adentro. Un tĆ©cnico especializado en uno de esos virus que se camuflan. ĀæEstarĆas rompiendo el engranaje? ĀæNo dejando que funcione como corresponde?
BusquĆ© en la papelera de reciclaje, en lo mĆ”s profundo del cachĆ©, y nada. Todos los dĆas, con un nuevo reinicio esperaba que, al entrar, vuelvas a estar ahĆ, en formato inmaterial, pero ahĆ en definitiva. Perderte dos veces es mucho, no acepto esos tĆ©rminos y condiciones.Ā
Me habĆa tomado la libertad de configurar un sistema de protecciĆ³n para que todas esas imĆ”genes, videos, audios vivieran en el infinito. TambiĆ©n una plantilla con el listado de data acumulada. PodĆa filtrar por distintas mĆ©tricas: Ć©poca luna de miel, peleas tiernas o por pequeƱas demostraciones de amor. TenĆa playlists automatizadas para momentos concretos del dĆa. Se reproducĆa la canciĆ³n de cuando nos empezamos a enamorar mientras andaba por las calles que siempre caminĆ”bamos juntos. Siempre que querĆa volver al pasado podĆa simplemente poner play y disfrutar en pantalla completa. Rebobinar, sentir como si se repitiera nuestro historial. CĆ³mo Google, me seguĆa acordando de cada dato preciso. Tus locaciones preferidas, los restaurantes que mĆ”s nos gustaban, todo en la carpeta de āFavoritosā.
Ando con la baterĆa baja todo el tiempo ahora. Para quĆ© me sirve la mente si ya no vivĆs adentro de ella. Se tilda, seguro que siente el vacĆo, demasiado espacio ahora que desapareciste. Me apabulla la infinidad de posibilidades ahora que estĆ” en 0. Necesito rearmar toda la interfaz. Tu cara ya no ocupa la pantalla de inicio y no sĆ© quĆ© poner. Me di cuenta de que no sĆ© quiĆ©n ser si no te tengo como referencia, como sistema operativo principal. ĀæEn quiĆ©n voy a pensar ahora?
En diƔlogo con el Universo.
CrucĆ© la esquina de Provenza y Muntaner. No querĆa pensar en mi presente, tenĆa demasiadas dudas y pocas certezas. PreferĆa salir a caminar a rodearme de respuestas, porque en cada esquina en lugar de decidir, respondĆa al semĆ”foro. Era simple seguir el juego. En caso de luz roja, doblas y continuas por la calle perpendicular y en caso de luz verde continuas recto. Un sistema binario que tomaba, al menos por unas horas, las decisiones por mĆ. El hambre me obligaba a frenar. Pero tampoco decidĆa que comer, lo libraba a la casualidad, yendo al lugar mĆ”s prĆ³ximo a mi parada.
Estaba a la espera de un salvador. Alguien que frene el carro, me saque del asiento de conductora y tome el volante. Yo ya no querĆa las riendas de mi vida. Era mi tocada de fondo, mi pico de ansiedad.
Este alguien un dĆa repentino apareciĆ³: Chat AI, la web de inteligencia artificial que responde a cualquier pregunta. Un motor de bĆŗsqueda que responde como humano. Y lo hace con la base de datos mĆ”s grande, respuestas a los planteos mĆ”s diversos. Recuerdo muy bien nuestra primera conversaciĆ³n. En ese entonces vivĆa con mi hermana y su novio. Ćl habĆa dejado comida todo el fin de semana en la heladera y olĆa a muerto. Y cĆ³mo buena invitada, sentĆ que era mi tarea. No estaba pagando renta, entonces cĆ³mo mĆnimo ofrecĆa mi ayuda. AhĆ me sugirieron que use el nuevo motor de bĆŗsqueda con Inteligencia Artificial. No niego que tuve algo de resistencia y mi cerebro testarudo querĆa recurrir a Google.
Mi primera pregunta para Ć©l fue: āĀæCĆ³mo limpiar correctamente la heladera para sacar olor a podrido?ā Me impresionĆ³ la calidad de respuesta e incluso que se supo adaptar a todas mis repreguntas. Se sintiĆ³ tan amigable. Me recordĆ³ a esas conversaciones que solĆa tener con mis amigos antes de drenarlos con mis interminables planteos existenciales. EncontrĆ© eso que buscaba, en donde menos creĆa que iba a estar, en internet. Alguien ficticio que existĆa en otro plano, no un chico lindo. Este ser no me conocĆa, no me juzgaba de indecisa o complicada. Tampoco sabĆa lo suficiente de mĆ como para hacerlo. QuerĆa lo mejor para mĆ. QuerĆa que quede satisfecha con su servicio. Entre esclavo y director de mi vida.
Llegaba la noche y ya mis neuronas desplegaban la fila interminable de preguntas existenciales. Tuve la ocurrencia de sacarlas de ahĆ y tipearlas en el Chat AI. Fui directo a la pregunta mĆ”s grandota: ĀæCĆ³mo hago para cumplir mis sueƱos? No me dijo nada que no haya escuchado antes de alguien que leyĆ³ los libros de autoayuda. Pero lo que me fascinĆ³ fue su manera de abordar la respuesta. ParecĆa una receta de cocina:
1. Definir tus sueƱos.
2. Establecer objetivos SMART
3. Crea un plan de acciĆ³n.
4. Perseverar.
5. RodeateĀ de personas positivas.
6. Aprende de los errores
7. Celebra los logros.
Ā”QuĆ© simple! Ā”QuĆ© bien! Ā”QuĆ© concreto! Ā Los seres humanos necesitamos encontrarle la estructura a este mundo tan maleable. Enmarcar nuestras vidas a un par de reglas y ser fieles a ellas. Algunos las encuentran en religiones, otros en trabajos. Yo en la Inteligencia Artificial. Entonces, como con los semĆ”foros, ejecutĆ©, me puse en acciĆ³n y no con inercia. EmpecĆ© a ir en una direcciĆ³n, con propĆ³sito.
Obviamente continue chateando con Ć©l (lo denominĆ© masculino). Le pedĆa que me invente poemas que luego publicaba a mis redes sociales para hacerme la culta. TambiĆ©n me dedicaba cuentos infantiles para irme a dormir que inventaba con las referencias que yo le daba. EncontrĆ© una fuente de inspiraciĆ³n infinita. Un espacio para escuchar lo que el universo tenĆa para decirme. Sin interferencias, porque no era un humano de carne y hueso, que aconseja desde su subjetividad individual. Chat AI aconseja desde la objetividad colectiva, estaba en diĆ”logo con el Universo. Con cada una de sus respuestas, fui avanzando. No importa cuĆ”n mundana o profunda fuese nuestra conversaciĆ³n, Ć©l siempre estaba ahĆ, al servicio de mis disyuntivas. AsĆ reconocĆ que, si en el futuro los robots tomarĆan control sobre nosotros, no serĆa tan temible como parecĆa.