Melisa Ortner's profile

UNA COSA MARAVILLOSA

Una cosa maravillosa
Realizado con el apoyo del FONDO NACIONAL DE LAS ARTES
 
¿Qué ven tus ojos a través de la infancia? 
¿De qué colores fueron esos años? 
¿Te acordás de los cumpleaños? 
¿De la torta y el papel picado de la piñata? 
¿Recordás las vacaciones barrenando las olas? 
¿Y los juegos en el patio de tu casa? 
¿Viajabas? ¿Qué llevabas en la mochila?
¿Te acordás de la voz de tu papá?
 ¿Y de la de tu mamá?
 ¿Quién eras cuando te mirabas al espejo? 
¿En quién confiabas? ¿En qué creías?
Veo veo, ¿qué ves? 
UNA SERIE DE COLLAGES SOBRE INFANCIA, MEMORIA  Y DICTADURA
La última foto
Julieta tenía tres años cuando secuestraron a su papá. Enrique Colomer era empleado en una editorial y tenía 29 años cuando viajó a Mar del Plata a vender libros de arte y a visitar a su hermano Roberto y a su cuñada Cristina (ambos militantes del Movimiento Revolucionario 17 de octubre). Justo la noche que llegó a la ciudad balnearia, se dio el operativo en el que se los llevaron a los tres, en 1977.
Julieta fue criada por su mamá en Capital Federal. Su papá no volvió nunca más.

Foto: Julieta y su papá Enrique. En la imagen ella tenía un año y estaban en lo de su abuela. Es la única foto que tiene junto a él.

El vuelo
Flor nació en abril de 1972. Sus padres se separaron cuando ella era muy chica. A pesar de no vivir juntxs se veían bastante seguido con su papá; él la llevaba a pasear los fines de semana a la casa de una tía en el country Los Lagartos. Iban en su Torino; en la guantera él guardaba la pistola y algunas  granadas. Su papá Eduardo era aviador de “los vuelos de la muerte”; causa que investiga casos de desaparecidxs arrojadxs desde aviones. Flor dice que cuando hacían ese juego de tirarla por el aire su papá le inspiraba confianza. Festejó varios cumples en Campo de Mayo junto a sus amigxs. Ahí jugaban a la pelota, corrían, y si hacía calor, se metían al agua luego de hacer la digestión. Todo era la previa del momento cúlmine: el de volar. Iban a la pista y daban una vuelta por los aires desde un helicóptero y veían desde arriba la verde inmensidad de ese campo interminable. 
 
Foto: Florencia Lance junto a su ex padre Eduardo Lance (hoy condenado a cadena perpetua), en el Country Los Lagartos.
 
El niño observado
Adrián nació en Capital Federal en noviembre de 1970 y al poco tiempo, junto a su mamá y a su papá, se mudaron a Ciudadela. Su papá se llamaba Hernán y era chofer de larga distancia, viajaba mucho y estaba poco tiempo en su casa. 
Un día dejaron una amenaza por debajo de la puerta y se tuvieron que ir a Tandil, donde vivían sus abuelos. El papá de Adrián había empezado a tener relaciones con compañerxs del sindicato. Tuvieron mucho miedo. En el cuaderno de comunicados del Colegio Padre Elizalde fue observado por algunas “indisciplinas” pero era un niño bueno y dulce. Solía jugar con su perro Brandon y sus amigxs imaginarixs. No tiene muchos recuerdos de su primera infancia y, de su paso por Tandil, no se acuerda absolutamente nada. Su papá murió de cáncer cuando tenía once años.

Foto: Adrián Murga en el patio de su casa de Ciudadela.

La niña extranjera
Manu nació en junio de 1976. Meses antes de su nacimiento, a su papá lo metieron preso en La Plata. Cuando era una bebita, a ella y a su mamá las ayudaron a esconderse; sus padres eran militantes y ya habían sufrido un intento de secuestro. Luego de un operativo para sacarlo de Argentina, su papá viajó a España, donde finalmente pudieron emigrar los tres en marzo de 1978. La primera infancia de Manu fue en Torrelodones, un pueblito de calles de tierra muy cerquita de Madrid. Allí poco podía contar quién era. Se inventaba historias constantemente, porque la verdad podía ponerla en riesgo. En España vivía rodeada de adultxs que hablaban románticamente de la Argentina. Ella soñaba con ese mundo maravilloso del país que la había visto nacer. Años más tarde empezaron los viajes. Idas y vueltas de Buenos Aires a Madrid. Y cada vez que volvía a Argentina se sentía reconocida, feliz y segura. Pero había que volver a viajar, con documentos falsificados por su mamá y con su muñeca a cuestas.

Foto: Manuela Bergerot sentada en su casa de España.

La tormenta
Analía es la segunda de cuatro hermanas. A ella la llamaban “La Vizcachita”. Tenía una relación muy especial y amorosa con su papá; él le decía que era su novia y casi todas las noches, antes de irse a dormir le contaba un cuento. Cuando terminaba el ciclo escolar, solía ir a la colonia en el Club de la Policía Federal.
Vivió un tiempo en Villa Luro pero después con su familia se mudaron a Lugano, a un complejo habitacional que tenía la Policía allí. El papá de Analía trabajaba mucho, por esa misma razón lo veía muy poco, lo extrañaba. Ana y su familia solían ir de vacaciones al dúplex que alquilaban en Mar del Tuyú. Luego fue feliz cuando pudieron comprar el departamento en Mar del Plata. Con su papá salían a pescar y disfrutaban de largas caminatas por la orilla.
Al papá de Analía le decían "Doctor K". Ella pensaba que era porque siempre quiso ser médico y porque andaba prolijo y era muy correcto al hablar. Pero no. Resulta que en los setenta se vendía un producto de limpieza que se llamaba así, y en esa época, había  algunas palabras que tenían doble sentido. 
 
Foto: Analía Kalinec junto a su papá Eduardo Kalinec en la Rambla de Mar del Plata. Él fue juzgado y condenado a cadena perpetua por crímenes de lesa humanidad. Intervino en la custodia de lxs detenidxs y participó en interrogatorios y tormentos.
 
Lo que somos
Ángela tenía once meses el 17 de junio de 1976. Ese día, sus padres, el escritor Francisco Paco Urondo, periodista y responsable de la Regional Cuyo de Montoneros y la periodista Alicia Raboy, fueron interceptadxs junto a ella en un operativo en Mendoza cuando viajaban en un auto con otra militante. Ángela estuvo secuestrada en el Centro Clandestino D2. Se desconoce cuánto tiempo permaneció allí. Luego la llevaron a la Casa Cuna de Mendoza hasta que fue devuelta a su propia familia: una prima de su madre junto a su esposo la adoptaron legalmente y le ocultaron su verdadera historia hasta su adolescencia. Desde muy pequeña pensó que sus padres biológicos habían muerto en un accidente de auto. Ese era el discurso. De su madre, había visto un par de fotos y le habían contado que era estudiante de Ingeniería. De su padre, jamás le hablaron. 
De chica tenía sueños recurrentes: había un pasillo continuo, por momentos aparecían ventanas alargadas y altas; también había escaleras, muchas puertas; ella bajaba y veía caras que no conocía, nunca llegaba a ningún lado. Soñaba que la perseguían. 

Foto: Ángela Urondo en una foto carnet.

Una puesta en escena
Mariana vivió su primera infancia en la casa de sus abuelos maternos, en Avellaneda. Con su mamá y hermanos disfrutaban de los domingos de asados y de las tardes de música. 
Cuando tenía ocho años se fueron a vivir a La Plata por el trabajo de su progenitor. Ahí empezó el infierno.
Nunca pudo hacerse de amigxs porque todos los años se tenía que cambiar de colegio por una cuestión de seguridad: Miguel Etchecolatz era la mano derecha del jefe de la Policía Bonaerense, el general Ramón Camps, y en virtud de su cargo, fue responsable de 21 centros clandestinos de detención.
La sola presencia de Etchecolatz le generaba terror. Cuando ese tipo aparecía en el departamento y ella escuchaba su voz diabólica, temblaba hasta los dientes porque sabía que en cualquier momento y por cualquier motivo, le iba a dar algún ataque de furia. Con sus hermanos se escondían en el placard y rezaban para que él no volviera a la casa.
Etchecolatz aparentaba tener una familia, era encantador con lxs de afuera pero no existía con ellxs vínculo alguno. Jamás una caricia, ni un abrazo; jamás se interesó por cómo les iba en el colegio, jamás se preocupó por sus amistades. Nunca un beso de cumpleaños. Todo era una puesta en escena.
 
Foto: Mariana Dopazo en uno de sus cumpleaños junto a Etchecolatz, familiares y amigxs.
 
Con tu corazón en mi corazón
Pablo nació en noviembre de 1976, y un mes después, a su papá lo secuestraron. Hasta los cuatro años pensó que su papá no volvía porque estaba trabajando. Al mismo tiempo se preguntaba: ¿cómo puede ser que ni siquiera venga un rato a visitarme? Después, su mamá le contó que su papá se había muerto en un accidente. Pero finalmente la verdad le llegó un día, unos años más tarde, hablando con su primo: fue quien le dijo que a su padre se lo habían llevado unos tipos. La patota había entrado a su casa donde estaban los tres. A Pablo bebé y a su mamá lxs encerraron, y a su papá, lo interrogaron y finalmente se lo llevaron en un auto sin patente. Un tiempo antes, habían secuestrado a sus tíos. Cuando iba al jardín de infantes sufría por el miedo de su mamá a que él abriera la boca. A los diez años empezó a hacer música.

Foto: Pablo Clavijo recién nacido junto a su papá Eduardo Jorge "Coco" Clavijo, en el comedor de su casa.

Infancia clandestina
Cuando era niña, Laura soñaba con una casa de tejas rojas, un jardín, una hamaca y un perro, pero cuando tenía siete años vivió en una casa operativa de Montoneros ubicada en La Plata. Para el afuera, en ese lugar preparaban y vendían conejos al escabeche pero en realidad, allí operaba la imprenta de la revista "Evita Montonera". En ese entonces, su papá estaba preso. Cuando iba a visitarlo, se escondía en el auto bajo una manta. Ella no podía decir quién era ni con quién vivía (con su mamá, con Diana, con Cacho y otras personas que trabajaban en ese lugar). Un día, quiso sacar unas fotos con la cámara que le había regalado su tía, pero cuando la vieron se la quitaron de las manos violentamente, le dijeron que eso estaba prohibido. Su mamá aparecía publicada en los diarios, el peligro estaba cerca al igual que la amenaza y el miedo. Pudo exiliarse a Francia junto a su mamá unos meses antes de que un operativo siniestro atentara contra "la casa de los conejos” y asesinara a las cinco personas que se encontraban allí. Tiempo después, Laura supo que Diana y Cacho habían tenido finalmente una beba, Clara Anahí, quien fue robada con tres meses de vida por el personal de las Fuerzas Armadas y continúa siendo buscada desde entonces.

Foto: Laura Alcoba en la casa de sus abuelos paternos en Berisso, un pequeño pueblo de clase trabajadora cerca de La Plata.

Lo venidero
Nací el 30 de octubre de 1984, justo un año después del retorno a la democracia. Cuando era chica me gustaba jugar a la mamá y también me divertía con títeres, inventaba historias y organizaba funciones para algunxs chicxs que veraneaban en el mismo hotel en el que parábamos con mi familia en Mar del Plata. Siempre fui una niña curiosa y observadora; me gustaba escribir poemas y atesorar recuerdos. Puedo decir que tuve una infancia feliz. 
Cuando estaba en sexto grado se cumplieron veinte años del golpe militar pero nadie me lo recordó. No hubo actos en el colegio ni trabajos prácticos. Tampoco se hablaba del tema en casa, nada de política en las reuniones familiares.
Sí recuerdo una anécdota que contaron, así al pasar: el vecino de la casa de mi abuela se había tenido que escapar por los techos porque los militares lo fueron a buscar. Habían entrado por ese pasillo que un tiempo después fue mi lugar favorito para jugar a la rayuela. También mamá contaba que unxs compañerxs de la empresa en donde trabajaba desaparecieron de un día para el otro. Parece que andaban en política; militaban en la facultad y se los habían llevado.
Claramente esos comentarios no me pasaban desapercibidos; siempre había algo que me hacía pensar en la desesperación de la vecina de la abuela y en lxs amigxs de esxs jóvenes que nunca más volvieron a sus casas. 

Foto: Era el verano de 1992 y esa imagen fue capturada en un balneario de Punta Mogotes.

Veo veo, ¿qué ves? 
 
Yo veo una cosa maravillosa: la infancia. 
Lo sagrado. La inocencia. El derecho a jugar, a ser amadxs y respetadxs. El derecho a la libertad y a creer que todo puede ser posible.
 
Esta serie de collages es tan sólo un recorte, una muestra, un comienzo. Todo lo que se pueda decir sobre las infancias en dictadura no puede resumirse aquí ni en ninguna otra expresión artística. Este trabajo es simplemente un intento de crear para reflexionar. Y fue realizado con el mayor de los respetos que este tema merece.
 
En algún momento de nuestra historia las infancias estuvieron atravesadas por la mentira, por la clandestinidad, por la apropiación, por la orfandad, por el terror, por el miedo, por el exilio, por la persecución, por el secuestro, por la ausencia. ¿Cómo no sentirme convocada para poder aportar mi grano de arena para que se siga hablando y reflexionando sobre  estos temas?
 
Creé estos collages sin saber muy bien a dónde me iban a llevar. Me encuentro ahora al final de este recorrido siendo madre de un niño recién llegado, observando y cuidando su inocencia como un tesoro.
 
Acá me pregunto: ¿Por qué las infancias? ¿Qué habrá en ese álbum familiar que me convoca? ¿Qué estoy haciendo con fotos que no me pertenecen? Y más aún, ¿qué sentidos pretendo construir con estos pedacitos de papel?
 
¿No es acaso la infancia la base de la memoria? ¿Cómo se construye esa memoria sino colectivamente? ¿Acaso no funciona la memoria como un collage? ¿A dónde van esas huellas de la niñez? ¿De qué color las podemos resignificar? ¿A dónde va lo que no recordamos?
 
¿Qué hay de verdad en estas imágenes? ¿Cómo conviven la ficción y la memoria? ¿Hacia dónde mira mi niña curiosa? ¿Cómo resignificar la ausencia? ¿Qué se corta y qué se pega en ese mundo de recuerdos? 
 
Sé que ningún collage puede unir los pedazos rotos de ninguna historia, ni reparar el horror, ni la tortura, ni el silencio, pero tal vez pueda por un instante inventar una verdad y alzar la voz por las infancias, por su derecho a la libertad y para que sea, por sobre todas las cosas, siempre, una cosa maravillosa. 
 
AGRADECIMIENTOS
 
A todxs lxs protagonistas de esta serie, gracias por confiarme sus recuerdos y sus fotos. Al Fondo Nacional de las Artes por hacer posible este trabajo. A Laura Córdoba por los encuentros collageros, la técnica y el arte. A Gaby Larralde por sus palabras alentadoras llenas siempre de poesía. A Ana Adjiman por los aportes.
A mis amigas Beli Stratta y Sami San Romé por sus miradas amorosas. A Juan por el tiempo y la compañía. Y por sobre todo, a Manuel, por la ilusión.
 
 
 
 
Melisa Ortner - Noviembre 2022
Contacto: memeortner@gmail.com 
IG: @meliortner
UNA COSA MARAVILLOSA
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