Nuestra historia se sitúa en un árbol en el que se expande un río en forma de corazón. Allí, vive la familia Ramos que se encarga de cuidar el Amazonas. La familia está conformada por don Juan Ramos, un hábil pescador (su red siempre está llena de jurel) ; su esposa Ester, una gran recolectora (con un cesto lleno de camú camú); y sus dos pequeños hijos, Alonso corriendo por el prado y Ana envuelta en mantos en la espalda de su madre. Ellos viven el día a día rodeados de una flora y fauna majestuosa. Un oso de anteojos rechoncho que siempre visita el sendero para pedirle pescados a don Juan. Un guacamayo que surca el cielo con sus pichoncitos. Unos árboles gigantes de randia armanta, simiria cordata y pentagonia. El cantar de las aves embelesa a quien visita el sendero, y el cantar del río hace eco entre los arbustos. No hay paraje más hermoso.   

Trasladémonos cinco años en el futuro. La familia Ramos continúa viviendo en Loreto muy cerca al río Amazonas, sin embargo el  panorama no luce igual. Algunos árboles han sido talados. La familia fuerza sonrisas; don Juan tiene tan solo dos pescados en la red y el Oso de anteojos que suele visitarlo está esquelético por el hambre. Muchos animales muestran una actitud temerosa y violenta, muy distinta a la bienvenida que nos daban hace algún tiempo. El cesto de doña Ester está semi vacío y no deja que sus hijos se alejen de su lado. El nido del guacamayo está vacío y su canto es triste… Diez años después, volvemos a transitar el mismo camino hacia el río Amazonas, pero ya no hay árboles. Todos han sido talados y donde estaba la familia, han sido cementadas tres tumbas y Ester llora por su esposo e hijos. Se escuchan sonidos de la maquinaria y defensores gritando al tratar de defender su hogar. Quién nos recibe es un rostro desconocido, un cazador que viste la piel del Oso de Anteojos y lleva al guacamayo en una jaula.  Mientras nos fuimos desplazando a través del tiempo, la fauna y flora se fueron deteriorando y pasaron a convertirse en simple tierra inerte. Cincuenta años después ya ni siquiera hay  vida, tan solo un desierto.
Tu selva, mi hogar
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