ABBYS

El abismo rugía desde su interior y exhalaba hacia la superficie un aire invernal, tiñendo todo a su alrededor con una suave pero profunda capa de nieve; un panorama blanco se alzaba sin otro horizonte visible más que un cruel invierno, en donde a la mitad de aquel gélido paisaje se localizaba la entrada al infierno que invitaba a los incautos a lanzarse.
Abajo se encontraba la locura, la nada infinita, la tierra prometida para todo aquel que la vida le parezca injusta y cruelmente triste. Al borde, en donde se encontraba sentada con los pies colgantes, se encontraba el dolor y la desesperanza. Ni siquiera el frío podía aliviar en algo a Amaris. Sus cabellos azabaches y piel morena eran visibles desde la lejanía, y tal vez a esa misma distancia, la tristeza reflejada en sus llorosos ojos marrones podía ser visible de igual forma.
— ¿Terminarás pronto? — el canto del silencio fue interrumpido, causando un sobresalto en Amaris que dio un respingo al sitio contrario de la voz.
Amaris no esperaba que alguien apareciera en un lugar tan desolado como sus pensamientos más profundos, por lo que la analizó de pies a cabeza con el ceño fruncido; era una chica que parecía estar en sus veinte igual que ella, de cabellos recogidos en una bonita coleta adornada con un moño grande y oscuro.  Llevaba un vestido color azul petróleo que contrastaba con todo el panorama, exceptuando por sus pies descalzos que estaban rojos del frio.
— ¿No tienes zapatos? Te congelarás aquí —inquirió la de ojos marrones, que iba cubierta con un grueso abrigo color negro y un ushanka del mismo color.
La chica negó con la cabeza y se sentó a un lado de Amaris para colgar los pies en el borde del abismo y juguetear con ellos al aire.
— ¿Qué haces? – la chica de cabellos oscuros se alejo un poco de la otra, molesta por que ella realmente quería volver a su estado de silencio total, pero lejos de entender el mensaje, la chica del vestido se sentó mas cerca a ella.
—No me contestaste mi pregunta, supongo que tardarás en terminar, por lo que te esperaré—
—No voy a terminar jamás— susurro Amaris con pesar, regresando sus ojos a la oscuridad que brindaba el boquete. Todo eso era un sueño y ella lo sabía, la chica debía ser algún residuo de su memoria inventando su existencia ¿Era algún tipo de truco barato de su subconsciente para evitar que se lanzara al vacío nuevamente?
—Eso es verdad, y más si no haces nada diferente. Por eso siempre son los mismos resultados—
Amaris bufó molesta ante el atrevimiento de la chica; sabía que ella tenía razón, pero aun si era solo un invento de su cabeza ¿Quién era ella para criticarle?
—No sé qué haces aquí, pero ahora quisiera estar sola— respondió con fastidio.
—Siempre me dices lo mismo, ¿Cuándo terminarás de querer estar sola? – mencionó la otra chica observando al sitio que parecía que respiraba bajo sus pies —Quiero jugar— añadió con un puchero
— ¿Siempre? ¿Nos hemos visto antes? – la voz de Amaris sonaba estupefacta con tal declaración, ya que ella jamás la había visto.
—Claro, pero todos los días me olvidas—
— ¿Y cuál es tu nombre? —preguntó con curiosidad mientras trataba de traer a su memoria algún indicio que la llevase a recordar a tan peculiar chica, aunque sin éxito. La poca luz que alumbraba el cielo se oscureció, sumiéndolas en una repentina fría oscuridad.
—Mi nombre es el miedo que sangra en tus labios–

Amaris despertó de golpe sobresaltada, quitándose el sudor frio de la frente mientras trataba de convencer a su corazón de no salir corriendo de su pecho. Poco a poco hizo contacto con la realidad y no tardó mucho en darse cuenta de que estaba en su habitación y que pronto el reloj daría las 3 de la tarde; el insomnio había hecho de las suyas por meses junto con un interesante repertorio de pesadillas, por lo que despertar a tal hora había dejado de ser una novedad.
Salió de su habitación molesta y con ganas de volver a la cama, deseando no haber despertado. Su familia al volver a verla en ese estado de donde ella parecía negarse a salir se irritó y como día tras día, una discusión sin sentido se hizo presente antes de un buenos días.
Tras una rebanada de pan y una pelea con sus padres volvió a la oscura habitación, en donde tomó su celular y se lanzó a la cama; tenía miles de chats sin leer, y sin embargo solo abrió uno cuyo último mensaje había sido de días anteriores para concretar una cita, donde aún guardaba la esperanza de que le respondiera en algún momento.
La chica de cabellos azabaches bufó molesta y se levantó para arreglarse con la firme esperanza de que él llegara al lugar aun si ni siquiera había leído el mensaje. La cita especificaba que quería que se vieran ese día al atardecer, por lo que debía darse prisa si quería llegar rápido. Pronto la tristeza pasó a un segundo plano entre el maquillaje y las prendas de vestir, mientras en su rostro se dibujaba una sonrisa de adolescente enamorada, aun si ya era mayor de edad.
Pero tal felicidad no duró mucho después de dejar su casa. Tres horas después ella estaba de vuelta con los ojos llorosos, enojada con la existencia y con ella misma. ¿Por qué fue si sabia que él no iría?
No leyó ninguno de los mensajes que tenía antes de ponerse a llorar hasta dormir. Ninguno era de él, por lo que no valía la pena el esfuerzo de leerlos, inclusive si algunos de ellos se habían convertido en llamadas de preocupación, ya que nadie sabía de ella. Poco a poco viajó de nueva cuenta a su sueño del día anterior, en donde con el corazón más roto que antes pudo recordar lo que la chica desconocida le había dicho, pero tal recuerdo era vago y confuso, como si hubiera pasado años de que ocurrió aun si fue el día anterior.
—Es verdad, si no hago nada diferente… siempre obtendré los mismos resultados. Nadie dijo que resultados debían ser— meditó antes cerrar los ojos con fuerza.
Su corazón latía con fuerza mientras se acercaba al abismo y con su bota rozó el borde, sintiendo como este se desmoronaba un poco con la presión de su suela. Su mente se nublaba con el pensamiento de que no era tan malo estar allá abajo, ya que no era la primera vez que descendía en caída libre hacia el sitio en donde se escondían sus peores miedos; su pequeño infierno personal. Solo quería estar en paz, en un lugar donde nadie la molestara, donde el dolor era tanto que era inmune y donde el tiempo no existía en realidad.
Tras un salto, Amaris caía a gran velocidad. Su corazón podía sentir el dolor incrementándose en el descenso mientras caía en el abismo, sintiendo como su interior se volvía de piedra con cada segundo que pasaba.
—Oh, te atreviste—la voz de la chica la sacó de su trance y la morena le miro con horror ¿Qué hacía ahí, cayendo a su lado a un agujero oscuro? Era lo único que cruzaba su mente —Ya te habías tardado, al fin tendré quien me acompañe en el fondo—
— ¿Qué crees que haces? ¿Por qué saltaste tu? —gritó con dificultad por la caída
—Te lo dije ayer, estoy esperándote. –
Amaris la miró estupefacta y casi olvidó que estaban cayendo con rapidez, pero dicha distracción duró poco ya que azotó contra el suelo sin piedad. Tras unos momentos después su cuerpo se movía, aunque con dolor, su cabeza seguía en su lugar y su corazón seguía latiendo. Ella debía estar muerta con tal caída, pero no lo estaba.
—Bienvenida de nuevo— musitó la chica entre la oscuridad del fondo del abismo.

Abbys
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