Dedicatoria

Dedico este libro a todas las personas que por circunstancias de la vida cayeron en la rutina y el aburrimiento pero no saben cómo escapar del estancamiento. Los recuerdos o la imaginación de su niñez les llevará a conseguir una vida más emocionante y apasionada.
Con el paso de los años, cuando hagan un recorrido de su vida, podrán sentirse orgullosos de sí mismos por haber logrado romper con la monotonía para llegar a ser los protagonistas de su vida. 

[Audio 1]

Vivía con mi abuela y mis tías en la capital, una ciudad enorme y ruidosa para una niña muy mimada y cuidada por su abuela y sus tías. No me permitían salir a la calle porque era fácil perderse.

Para una niña curiosa y precoz como yo, no cabía duda de que en cualquier momento pasaría. Mi única distracción en la calle era ir a un gran supermercado que quedaba en frente del departamento donde vivíamos. De vez en cuando íbamos a un viejo zoológico donde los elefantes, los contados leones y los dos tigres que habían eran tan viejos como Matusalén. 
No recuerdo haber ido a otro lugar; sin embargo, en casa había más vida que en cualquier otro lugar de la ciudad. Mis tías tenían muchas actividades y amistades. 
A mi abuela le gustaba cocinar y ser visitada por los paisanos que venían de la selva amazónica, pues ella era de ahí. El departamento parecía una tienda de modas.

Por todos lados se veían zapatos, vestidos, pelucas, perfumes, ropa interior de encaje, sesiones de fotos y en las noches fiestas de mujeres celebrando Baby Showers, cumpleaños, aniversarios y demás. 
Las amigas se quedaban a dormir, intercambian su ropa, pelucas y todo menos zapatos porque a mi abuela le parecía antihigiénico. 

Mi abuela quedó viuda en su juventud con seis hijos y tuvo que sacar adelante a sus niños con ayuda de su profesión de profesora. Mi tío Pedro dejó la escuela para trabajar y ayudar a mi abuela.

Cuando las muchachas crecieron, todas muy bonitas y con buena reputación de ser obedientes, a la perspicacia y sabiduría de mi abuela, aprendieron por la necesidad a ser multifacéticas. Hilaban, bordaban, amasaban roscas, preparaban mermeladas, en fin. Hacían todo aquello que pudiera hacerse para mantener a sus familias. 

Mi abuela se propuso cultivar una mente ensanchada y moderna para su época, no les prohibía ir a fiestas, a kermés o vestirse a la moda; cosas que no pasaban cuando vivía el abuelo. Eso sí, ella era la primera en vestirse y cambiarse para acompañar a sus hijas, puesto que quería que no se embarazaran en algún lugar al que fuesen, ya que quería lo mejor para ellas. Esto era muy común en esa época, a falta de pretendientes, aceptan a cualquiera.

Mi abuela no quería que eso les pasara a sus preciosas hijas y desarrolló otra cualidad de tener ojos de águila y podía palpar el peligro a kilómetros de distancia. Para esto dio instrucciones precisas a Pedro, que todo depredador que se acercara a sus hijas debía ahuyentarlos a como diera lugar.

Cuando llegaban a las fiestas, la noche se abría al son de los ritmos de la Polka, el Mambo y el Rock’n’Roll, los pretendientes después de unos tragos se hacían los amables agarrando coraje para ir con la abuela para pedirle la mano de alguna de las doncellas para poder bailar. 
Algunos astutos se acercaban a ella tratando de conquistarla primero con piropos o adulación, llevando flores o regalos para poder tener acceso directo a la hija.

Mi abuela les daba el permiso pero estaba muy atenta a cualquier señal de peligro; si alguien se sobrepasaba, mandaba al tío Pedrito a poner en su sitio a cualquier pretendiente. Algunos osados o valentones vendían por las noches a dar serenata a las damiselas, pues embriagados de amor se olvidaban de que había un guardaespaldas de firme postura que estaba dispuesto a hacerles correr, ya sea con agua helada en plena noche fría y si eso no funcionaba, tenía un arma letal que hasta el más envalentonado salía corriendo. Era su propia orina lo que les echaba en cara a aquellos rufianes.

Tenía la fama de ser excesivamente celoso, a los más educados les ponía la escoba la puerta; señal de que era la hora de irse. A los don nadie los sacaba de las orejas.

Así, las serenatas se fueron terminando con alivio del vecindario, quienes ya estaban cansados de escuchar las mañanitas y el cucurrucucú.
A la abuela no le gustaba que se les acercaran profesores o mercaderes, ella quería para sus hijas universitarios, ingenieros industriales, administradores, doctores o, ¿por qué no?, empresarios.

Las muchachas fueron creciendo y mi abuela comenzó a sospechar de que había una de sus hijas que parecía perdida en el desierto verde, pues no escuchaba lo que le mandaba hacer y parecía estar siempre aturdida. 
¿Será que se habrá enamorado?, diría mi abuela. Pero, ¿de quién? 
“Tiene que ser un seductor empedernido para que la vea embobada de esa manera”, se oyó decir en un susurro de preocupación y miedo. Pensaba en que no comía, ni dormía mientras observaba a la aprisionada del amor, la pobre tenía ojeras y unos ojos marrones claros perdidos en la inmensidad.

Comenzó a hacer averiguaciones y había llegado algún joven forastero al pueblo. Las amistades y algunas preocupadas madres dijeron que había llegado un joven de gallarda figura con cabello rubio largo ensortijado que estaba rompiendo corazones a sus hijas, con palabras de poeta y cantando con su guitarra, estilo Elvis Presley. 
Ellas no podían hacer nada pues las traía locas y rendidas a sus pies. Lo peor del caso es que no sabían nada de su proceder; ni de dónde venía adónde iba, mucho menos de qué se mantenía. Ya que se la pasaba recitando poemas y enamorando a cualquier bella muchacha que aparecía. 

De regreso a casa mi abuela se carcomía la cabeza, pensando que seguro ese muchacho era el galán que tenía patas arriba a su hija. Pero, ¿en qué momento surgió el romance?, debía poner más atención. <<Solo espero que no sea tarde>>, se dijo. Tal fue su sorpresa que al cruzar la plaza principal, divisó al pequeño Pablo Nerudo, nada más y nada menos enseñando a tocar la guitarra a Pedrito. 

<<Con razón no me di cuenta>>, exclamó con sorpresa y decepción. No podía creer que la situación había llegado tan lejos y a la vez peor de lo que imaginó, pues no solamente la hija había sucumbido al encanto del poeta; sino también su hijo, el temible guardaespaldas. Reía de oreja a oreja, luchando con la pobre guitarra, tratando de sacarle una nota. 
Nunca había visto a su hijo tan alegre como aquel momento. Tenía que tomar una decisión para salvar a su hija. Reunió a todos en la cena y les dijo que no serían como ella: profesoras. <<No se van a casar con comerciantes, profesores, mercaderes y sobre todo con poetas mientras amenazaba con una mirada fulminante a la pobre enamorada. Miren cómo terminó su padre, tuvo que pasar muchos peligros para poder vender sus productos y casi nunca lo veíamos, así que decidí que para que ustedes tengan un mejor porvenir, nos iremos a la capital.>>

A la mayoría les gustaba la idea, pero estaban asombradas. No se rehusaban a la idea, pues querían algo que las despertara y sacara todo ese potencial que tenían dentro de ellas. A Pedrito le daba igual, pues si su mamá estaba feliz, él también lo era.

No soportaría verla sufrir o llorar, en cambio a mi padre le venía bien todo esto, pues estando lejos del control de su madre sería bueno para él. Se había acostumbrado al control que ella tenía sobre él, a estar solo y hacer o deshacer su vida como ella quisiera. 
Estaba por graduarse como profesor, y eso no le gustaba a su amdre por el poco dinero que ganaba, peor aún cuando debía dar clases en lugares remotos. 

La mayor de las tías le dijo:
—Déjame ir primero, mamá. Abriré el camino, después vienen ustedes. —exclamó mi tía.—
Sin embargo, el tío Pedrito respondió:
—Yo voy primero, mamá. Trabajaré de lo que sea y luego las hago llevar —respondió muy seguro de su juventud.—
Pero la abuela ya había hablado con el tío Panchito, alias “El Curioso”. El tío se movió como un político usando sus influencias para encontrar un lugar seguro en la capital e iba a pagarlo hasta que el tío Pedrito y las muchachas encontraran trabajo y la abuela podría jubilarse y recibir su pensión.

Mi abuela no quiso dejarme con mi padre, pues él no podía acompañarnos al viaje. Tuvo que viajar a estudiar la normal en otra ciudad. Mi padre había tenido una aventura con mi madre y de ahí nací yo. Mi madre se fue a vivir a la capital a tener a sus hijos. 
De esa manera fui a parar en la capital, rodeada de mujeres creativas que hacían de todo, con el tiempo las tías se casaron con hombres profesionales que las trataban como muñecas de porcelana y son felices hasta el día de hoy. Una vez, cuando fui a visitar a mi abuela ya entrada en años y satisfecha de haber conseguido lo que quería para sus hijos, le había llevado un collar de perlas. 
Mirándome con sus ojos de águila y sonriendo me dijo: 
—Chipi, nunca me compré un diamante o un brillante, ni un anillo de oro. ¿Para qué?, mis hijas y tú son mis mejores diamantes. —sonreía mi abuela.—

Aprendí mucho de mis tías y mi abuela. Tomé la firme decisión de ser la protagonista de mi vida. 
Cuando tuve que ir a vivir con mi padre y su familia, fueron tiempos de lucha interna para que no se me aplastara el deseo de cumplir con mis metas y sueños que había trazado. 

En casa de mi padre no me permitían desarrollarme, como mi abuela y mis tías sentían un potencial encendido dentro de mí. 

Capítulo II: Las montañas y las cataratas.

Como mis tías ya habían formado sus hogares y dos de ellas fueron a vivir a Estados Unidos, llegó el tiempo en que mi abuela me envió a vivir con mi padre. Sus hijas la necesitaban debido a que ya estaban quedando embarazadas y se sentían solas sin ninguna ayuda en un país donde no se adaptan del todo, menos aún porque no tenían dominio del idioma. 
Necesitaban con urgencia una mano materna que podría ayudarlas a cuidar de sus hijos. 

Mi abuela decidió enviarme con mi padre que vivía en la ciudad pequeña de Alto Amazonas. Cuando llegué al aeropuerto de esa ciudad, me encontré con la sorpresa de que mi padre no estaba, en su reemplazo estaba mi tía Aurelia, hermana menor de mi abuela. Ella era una mujer vivaz y era la diseñadora estrella de la ciudad. 

Tenía la habilidad de coser, bordar y decorar, para las personas exclusivas de la ciudad era admirable ver cómo transformaba a las novias en sus vestidos aperlados. Ella misma confeccionaba todo y para lograr ese enorme trabajo, hizo traer a dos niñas más o menos de mi edad de la tribu de los Palsachos, niñas hábiles en tejidos y bordados para que la ayudaran en el taller de confección. 

A cambio de su trabajo, ella las mandaba a la escuela y les pagaba para que ayudaran a su familia y en vacaciones las enviaba con sus padres a las tribus donde pertenecían. 
Mi tía era adorable, solía decir:
—No te preocupes, Chipi. Tu padre ya vendrá por ti, él tuvo que ir a trabajar por el Alto, allá donde lo asignaron como profesor. —me dijo con mucha ternura, mientras imaginaba mi decepción por no ver a mi padre.—
Una de las niñas se llamaba Lucy, una muchacha risueña, un tanto paliducha, pícara con los ojos rasgados y la nariz chata. Más me pareció ser de  China que una “charapa”, así nos dice la gente cuando venimos de la Selva de Loreto y el Alto Amazonas. Hoy las Charapas son tortugas de río muy lentas y se usa la palabra para decir que una persona es lenta, “Charapas”. Lucy con el tiempo fue a la escuela y empezó a hablar español, se quería comunicar con sus compañeros y conmigo. 
A veces por las noches, en el patio de la casa o cuando estábamos acostadas, me contaba leyendas y creencias propias de su tribu. Otras veces se levantaba asustada hablándome de su lengua, como no me entendía, lloraba de impotencia. 
Sin embargo, cuando nos entendimos, íbamos a un mundo de ensueños. Le decía: “cuéntame Lucy, la historia de las montañas, de las cataratas y los manantiales”, solía pedirle insistentemente. 

La montaña y las cataratas
Una vez estaba un baqueano de nombre Jacinto a casa, estaba muy ilusionado y decía a mi padre:
—Compadre Justino, tenemos que ir a un sitio donde hay mucho oro. Necesitamos llegar hasta allí, pero no tenemos un guía que nos lleve a la selva… sin embargo, si no conocemos, la selva misma nos puede tragar. —exclamó.—
—No te preocupes. —respondió mi padre.— Yo conozco a alguien que llegó hasta el límite de la montaña, pero como se acabaron los víveres y municiones, tuvo que regresar. La próxima semana llegaré a la ciudad. Le pediré a nuestro primo que nos preste su lancha y que prepare los víveres.

Mi padre comentaba que su amigo decía que esa fue de las mejores experiencias que ha tenido. 
Al poco tiempo ya estaba todo preparado con víveres, carne seca, agua, manteca, cuatro perros sanos, linternas, impermeables, botas, un botiquín de primeros auxilios, etc. Hicieron una fiesta de despedida antes de irse e hicieron una comida muy grande.
Se reían y contaban tantas fábulas que los niños abrían los ojos de sorpresa; no querían dormirse de tanta acción. Debían partir al amanecer y los amigos los acompañaron por un buen trecho, algunos experimentados les explicaban cómo sobrevivir en caso de problemas. Unos decían que no debían dormir cerca del río y las boas salen por la noche. 
También aparecía la pantera negra. De tal manera que dicen con ellos un mal muy grande, pero solamente con un sable podían romper el hipnotismo, se tenía que poner atención al sonido de las aves, pues avisaban del peligro; se tenía que estar preparado para el peligro inminente y siempre buscar agua potable. Algunos te acompañan para avisar del peligro si es que les caes bien. 
Los perros harán un trabajo muy importante, pues si se pierden, ellos pueden ayudarlos a regresar. Y así seguían dándoles una serie de consejos sobre los peligros de la selva. 
Debían comer bastante ajo macho para hacer correr a los mosquitos y poco a poco fueron quedándose solos, navegaron días y días en bote por el río. Era un río muy caudaloso, pero se encontraban muchas ramas, árboles o remolinos que parecían querer tragarse la pequeña embarcación. 

Los campesinos experimentados sabían cómo evadir estos obstáculos y poco a poco las aguas fueron tornándose tranquilas. Mientras viajaban pasaban por pequeños caseríos para proveerse de víveres y agua fresca. 
Por las noches preguntaban si habían escuchado hablar de la montaña dorada, pero nadie había escuchado de ella. Y un hombre mayor apareció, que sí sabía sobre la montaña, este hombre era mudo y cuando le preguntaban por qué había quedado mudo un éxtasis invadía su rostro, como si se tratara de ángeles. 
Pasaron meses hasta que se pudieran dar cuenta de que estaban rodeados por hermosas montañas pequeñas a su alrededor. Había un río que se había formado, en estos habían muchas aves y flores que se movían de un lado a otro. 
—Compadre… —dijo uno.— Esto es un pastizal moviéndose, no hay gente por ningún lado. 
Se sentían completamente solos frente a tanta hermosura. De repente el baqueano se paró y dijo que se encontraron con la montaña. Mi padre preguntó cómo sabía que esa era la montaña, él afirmaba que la montaña a la que llegaron tenía la forma de un perro mirando. 
Detrás de él aparecerán 3 montañas unidas. En la más pequeña es a donde debemos dirigirnos y entrar por medio de la montaña más alta.
Mi padre aunque se sentía agotado y quería descansar, decidió hacer caso y dirigirse a la montaña sin apresurarse, aún sin preguntar cuántos días le tomaría ir hasta allá. Los hombres empezaron a descargar los víveres, las escopetas y municiones.

Comenzó la caminata muy temprano, pues querían avanzar antes de que el sol quemara y dejaron el bote bien amarrado. <<El día va a ser espléndido>>, dijo el baqueano con mucho entusiasmo mientras caminaban, observaban a su alrededor y todo era maravilloso. 

Las flores eran blancas, el pasto verde y limpio, aves que jamás había visto. Era como si todo fuera nuevo, el agua era cristalina pues salía de las montañas. Cuanto más avanzaban, más encontraban manantiales, ellos aprovechaban para saciarse la sed. 
Comentaban que los víveres ya se estaban acabando. A pesar del cansancio, no dejaban de contemplar la belleza, no había nada que no fuera bello. 
Llegó el día en el que se les acabaron los víveres y no habían visto ningún venado o antílope, ni árboles con animales o peces en el agua, se estaban preocupando…
De repente vieron una enorme montaña llena de follaje colorido y flores que caían al agua y no divisaban ningún peligro por ahí. Estaban muy hambrientos y sus perros también, llevaban días sin haber comido. Y aún así, con tantos animales, decidieron no matar a ninguno por no querer arruinar su belleza. 
Mi padre dijo:
—Compadre Jaciento, ¿será que estamos muertos? —exclamaba mi padre— Hace días que no comemos, siento que estoy delirando y no hemos encontrado comida por días.
Decidieron dormir y al despertar encontraron personas que pudieron alimentarlos, había hombres con cabellera de un negro azabache hasta los niños. Pasaban horas y horas peinándose y adornándose con piedras y flores. 

Abrieron paso las personas y se acercó un hombre joven con una melena maravillosa. Su piel era rosada con un tono avellana, les hablaron amablemente y el hombre se acercó.
—Bienvenidos a mi aldea, señores. Siéntanse como en casa. —dijo el hombre— Ya que hicieron un largo viaje para visitarnos, son libres de acercarse a nosotros. 
Los hombres estaban alerta, porque la gente de la selva siempre se mostraban cautelosos y con hostilidad. 
Ellos decían que venían por un gran tesoro que se encontraba en las montañas, los habitantes les decían que los llevarían allá, donde se encontraba el tesoro, pero solo cuando descansaran. 

Les traían frutas frescas y verduras, así como empanadas y todo tipo de refrescos. Les preguntaban cómo estuvo su viaje y un joven les decía que varias veces fueron visitados por personas que venían de muy lejos. Tanto mi padre como el baqueano les veían fascinados con sus ojos. No había gente mayor en la aldea, solamente jóvenes; pensaban que por la mañana los llevarían a ver el tesoro. 

Llegó la noche y los hombres habían desaparecido por hora. Las mujeres se dedicaban al quehacer de la casa. No había ningún tipo de animal que pareciera una amenaza. 
Poco a poco empezaron a llegar los hombres, mientras las mujeres les gritaban alabanzas y los abrazaban como si hace tiempo no los hubieran visto. Empezaron a encender antorchas y toda la aldea se juntaba. Ellos estaban impresionados de la disciplina que había, hicieron una oración de agradecimiento y empezaron a beber o comer. 
Los viajeros contagiados por la alegría dijeron que comían carne y los jóvenes se horrorizaron. Audio 2_2, inaudible entre el minuto 17-20 por sonidos de perros y diversos movimientos de quien graba el audio. 

Preguntaban quién era el jefe, pues querían hablar con él. 
—Aquí no hay jefes. —exclamó el más jóven de todos— Si quieren conocer la aldea, con todos pueden contar. Aquí no hay dueños de nadie. 
—Joven, nosotros vinimos aquí arriesgando nuestras tierras. —respondió mi padre— Quisiéramos tomar un poco de aquel tesoro porque nosotros somos muy pobres. 
—Mañana lo verán, pues están cansados por su viaje —contestó el joven— Verán que mañana mismo cumpliremos lo que les decimos, mientras les dio una palmada en los hombres. 

Cuando estaban preparados para dormir, escucharon una voz y se sentía como si alguien los arrullara. De esta forma se quedaron dormidos y por primera vez en sus vidas durmieron plenamente. 
Al momento de despertar, daba la impresión de haber dormido muchos días o meses. Mi padre se sentía como un quinceañero; nunca dormía así, de una manera tan intensa. 
Se encontraban tomando su desayuno y alguien se acercó. 
—Denme el privilegio de que sea yo quien los lleve a donde está el tesoro. —exclamaba el aldeano—
Mi padre tomó su escopeta y los jóvenes se reían. 
—No se preocupe, no es necesario que la lleve. —decía el joven— No hay peligro alguno hacia dónde nos dirigimos y no la va a necesitar. 
Empezaron a caminar y las cajas eran de un color verde intenso. Había piedras muy blancas, se asomaron a ver reflejos brillantes que parecían estrellas doradas, también había aves con un plumaje dorado y colorido, siguiendo sus pasos en parvada.
Eran 10 personas que salieron camino a la montaña; no saben cuánto tiempo caminaron y no se sentían cansados. De repente vieron un pasto con un color dorado y amarillo, no había árboles pero al fondo se levantaban unas montañas enormes lleno de árboles hasta la cima. inaudible entre el minuto 20 y 23 por perros ladrando.
Los habitantes bajaban de un salto a saludar con la agilidad de una cebra, ellos también tenían una larga melena negra y prensada. Su cutis era dorado y brilloso, no había niños, ni ancianos. 
Lo que más resplandecía eran los collares y vestimentas, así como arreglos en los cabellos. Los arreglos de la mujer eran como coronas o diamantes; tanto mi padre como el baqueano se quedaban sorprendidos del brillo de sus collares y la vestimenta. 
Uno de ellos les dijo que se prepararan para ver algo majestuoso, les pusieron unas capas de protección en los ojos. El camino se fue haciendo muy estrecho hasta que fue el momento de salir de allí. Llegaron por una puerta y se quedaron mudos al ver un paisaje hermoso que estaba frente a ellos, con las mismas montañas pequeñas, en ellas habían tallado todo con piedras preciosas. 
En cada montaña había casitas talladas y en medio de la montaña salía agua cristalina y en otros lados salían de colores diferentes. Cada montaña tenía una caída de agua de un color distinta; sea lila, amarillo claro o verde y así suscesivamente. 
Había tres montañas a la izquierda y tres a la derecha, cuando llegaron a la séptima que estaba en medio de ellas, que parecía una pared con la que podría chocar, vieron que estaba coronada por un hermoso arcoíris. El agua que justo abajo del arcoíris caía como si fueran cascadas eran demasiado cristalinas y caían como si fuera el sonido de un estruendo espumoso que llegaba hasta donde estaba la gente y no tenía color. 
—Señor, he ahí el tesoro. Estos son los manantiales de la vida. —exclamó el guía— Los viajes estaban perplejos, cayeron de rodillas del cansancio. 
—Compadre. —exclamó mi padre.— Estamos en un sitio sagrado, no somos nada aquí, esta gente está llena de vida. Les invitaron a entrar a las casitas talladas en piedra. La pared estaba finamente labrada y todo estaba con un blanco intenso. 
Les dijeron que ese era un sitio de oración. Eran 7 casas y cada casa representa 7 cualidades de la vida: amor, prosperidad, salud, justicia, sabiduría, valor, paz.

Para ellos, cada color del manantial estaba creado para cada una de las 7 cualidades que les habían dicho, los sorprendió el manantial color transparente que representaba la salud. Era el agua que se podía tomar. 
Había una mujer con muchos adornos y una corona de diamantes en su cabeza. 
—Señores, llegó la hora de disfrutar los baños de los manantiales. —decía la mujer—
—¿Cómo llegaremos ahí? —se preguntaban los hombres—

La mujer dio un grito y llegaron 4 águilas enormes. Levantaron a los baqueanos y se los llevaron al lago. 
De repente sintieron que el agua volvía a sus cuerpos y sintieron que la juventud volvía a sus cuerpos. Fueron a las siguientes cataratas siempre transportados por las águilas, quienes los mantenían en el aire sin tocar tierra. 
Al momento de regresar, la gente del pueblo los esperaba en un círculo alrededor de todos. Se escuchaba el murmullo de diferentes aves, pasaron varios días y se sentían con mayor vitalidad. 
El baqueano se dirigió a mi padre con una sonrisa de oreja a oreja. 
—Compadre, no logramos encontrar el tesoro que tanto veníamos a buscar. —decía el baqueano— Pero yo no me quiero ir de aquí, siento mucha paz. Yo no me voy a ir, jamás seré tratado tan bien como aquí. No hay maldad, ni malicia, todos se quieren.
—Yo tampoco me quiero ir, es maravilloso estar aquí —respondió mi padre— Ni siquiera en nuestras tierras estamos así. Y así, se quedaron profundamente dormidos y empezaron a soñar en quedarse a vivir allí. 
A la mañana siguiente, se acercó un joven.
—Amigos, llegó la hora de que ustedes regresen a su hogar. —dijo el joven—
Rogaron e imploraron que les dejaran quedarse. La penuria que tenían antes de llegar era tremenda. Les decían que serían como ellos y que reinaba la paz en ese lugar. 
—Lo siento. —dijo el joven— Algún día llegará la paz a sus tierras también, pero ustedes no pertenecen aquí. Los hombres lloraban e imploraban, pero era imposible que se quedaran. 
Así pasaron la noche hasta que les dominó la tristeza, tuvieron que admitir su destino. La gente les trajo regalos y se quedaron nuevamente dormidos. 
Cuando despertaron encontraron su bote y nuevos víveres para partir nuevamente. 
Lucy contaba que su padre se volvió vegetariano y nunca más mató otro animal. 
—¿Y los regalos? —pregunté.— Mi padre los ocultó en algún lugar en la tierra y cada vez que pasamos por problemas, él iba a desenterrarlos para mirarlos. 
Cuando regresaba a casa se sentía feliz y se le pasaba la tristeza. 

Audio 3 [50:00]
Recordatorio de mi tío.
El tío Pancho vivía cerca de nuestra casa y tenía su tienda. Llegaban muchos indígenas y con preparados a base de diversas plantas, cortezas de árboles, ciertos exóticos y un cierto grado de alcohol o aguardiente. Estos contenían los preparados o los cócteles. 
Él mismo preparaba un uvachado, que se hace con una uva borgoña típica de la selva amazónica. Lo dejaba macerar por meses en aguardiente de caña y lo endulzaba con miel de abeja, se conocía como una bebida afrodisíaca.
También preparaba su bebida a base de las 7 raíces. Siempre macerado con aguardiente de caña y con miel de abeja, es bueno para la gripe y da mucha energía.
Para las parejas que no podían tener hijos, tenía en su botica un macerado que se llamaba “Ábrete fábrica”. Las parejas venían llorando con el tío Pancho, diciendo que ya habían probado de todo e incluso gastan todos sus ahorros para poder embarazarse, nada de esto funcionaba y él era la última oportunidad que les quedaba. El tío miraba a la pobre desahuciada y decía “Hmmm, estás enfriada. Comen de seguro mucha comida fría y se bañan con agua fría; de ahora en adelante deben calentar esos ovarios y así activarán la labor de ser futuros padres”
El tío decía que volverían y que traerán a su primogénito. No sé cómo se curaban, quizá por qué sus hijos les mandan pastillas de los Estados Unidos. 
Nosotros teníamos siempre dolores de cabeza, malestar, cólicos o fiebre. Entonces llegaba el tío Pancho a darnos medicinas para sentirnos mejor, mi tío era un hombre delgado y un poco arrugado pero muy sano y fuerte como un cedro y ojos vivaces.
Muchas veces querían extirpar algún órgano y otra vez le dio gangrena en el brazo por un descuido, querían amputárselo; mi tío decía que no y que prefería morirse enterito. Él solo esperaba a que llegaran los indígenas con sus remedios milagrosos a base de sangre de grado y verbena para limpiar el hígado. El único vicio que tenía era fumar el cigarro mapache.
Es una especie de tabaco natural y potente, sin químicos. Normalmente es usado por chamanes andinos o amazónicos, también ayudaba a combatir a los mosquitos; pues cuando estaba encendido el tabaco, ni el mosquito más hambriento se acercaba.
Me gustaba visitar a mi tío porque me gustaba saber acerca de sus pócimas milagrosas, mi tío era muy celoso de sus cosas y a nadie le contaba. Un día entré a su laboratorio y vi que tenía piel de víbora seca. Una víbora viva muy venenosa, así como una anguila disecada, un esqueleto de lagarto, pirañas disecadas, cerdos siameses disecados, etc. Había un pomo grande que olía a alcanfor; también había cabelleras, como si fueran pelucas.
Lo que me llamó la atención fue una cabecita como de un mono medio dormido, después investigué que la cabeza y cabellera eran de unos indios que cortaban la cabeza de sus enemigos. Tenía diferentes tipos de pomadas como base de manteca de boa para dolores reumáticos, remedios para empachos, mal de ojo, penurias de amor, decepciones, etc. 
Su trabajo era todo un misterio y la familia gozaba de una salud formidable. Yo nunca escuché que mi tío fuera detrás de las mujeres o a la inversa, pero lo que llamaba la atención de mi tío era la clientela que tenía, pues vendía todo tipo de cosas, así como sus licores especiales que eran a base de todo tipo de raíces. Todos los hombres iban con él para remedios de las penas, de ahí salían los chismes sobre infidelidades, engaños o cosas por el estilo. Mi tío les daba sus valiosos licores de acuerdo con sus penas y ellos salían contentos como si nada hubiera pasado. Esos licores se convertían en vicios; a la bodega de mi tío le llamaban la botica para calmar las penas. 
Mi tio tenía dinero pero su bodega parecía caerse a pedazos. Él amaba a los indios porque tenían sus secretos bien guardados. 
Ellos llegaban y los indios raras veces venían al pueblo, solamente cuando tenía una urgencia es que venían. Una vez vi algo que me impactó mucho y lo recuerdo con mucha claridad.

Era una pareja de indios de la tribu de los Palsachos, ellos llaman la atención por su vestimenta colorida como los papagayos. Veía a alguien con su esposa bañada en sangre. Ella había tenido un sobreparto y por eso caía su hemorragia a chorros, en estos casos los indios no pueden hacer nada, así que mi tío movilizó cielo y tierra para que atendieran de urgencia a su esposa, sino hubiera muerto.
También vi a un niño que le había caído un tronco sobre la pierna, estaba totalmente rota y gritaba de dolor. Los indios nunca venían con las manos vacías, traían gallinas negras, frutas, verdura, huevos azules o cosas por el estilo, de esta manera es como podían mostrar agradecimiento al tío curioso. Era gente muy alegre, no hablaban en español pero mi tío las entendía muy bien. 
Con el tiempo aprendí un poco de su lengua. Mi tío llegó a tener 12 hijos y él se propuso mandar a todos a la universidad, compró departamentos en la capital, uno para los hombres y otro para las mujeres. 
De ahí salieron médicos, enfermeros, policías o abogados. No sé si tuvo que ver algo con sus famosos remedios pero mi tío siempre alardeaba de que sus hijos eran muy inteligentes. 

¿A qué edad viajaste a Alemania?
Cuando tenía 23 años decidí seguir los consejos de mi tía Aurelia y mi abuelita de salir del país a buscar un mejor porvenir ya que veía que para una muchacha llena de curiosidad, con energía electrizante y con ganas de ganarse el mundo, debía irse del país. El pueblo me había quedado chico. 
Llevaba un mundo de aprendizaje para mi supervivencia en caso de necesitarlo en el futuro. Había ahorrado suficiente dinero para ir a Europa y no a Estados Unidos. Me atraía la historia, pero también quería conocer Europa, con ayuda de una amiga de la escuela pude sacar mi VISA para ir a Alemania, en mi trabajo me regalaron un enorme diccionario alemán, no fue fácil cargar el diccionario, pero me fue de mucha ayuda ya que el idioma no era fácil.

Me dieron permiso de residencia para un año con posibilidad de cambiar a estudiante. Cuando llegué a la ciudad de Munich había bosques parecidos salidos de cuentos de hadas, toda una maravilla.
Yo llegué en verano y solo llevé ropa de verano solamente. Casi no usé esta ropa pues rápido llegaron el otoño y el invierno. Después del año de permiso, fui a Francia a aprender el idioma, me atraía mucho la historia de la revolución francesa. Me gustaba su cultura y de ellos también pero debía adaptarme hacia ellos, a sus costumbres y siempre con una sonrisa a flor de piel. 

Tenía ocurrencias traviesas que volvían locos a los franceses, pues tenía la costumbre de hacerles bromas pesadas. Como eran melancólicos, una broma mía y se olvidaban de la depresión estacional. 

Mis bromas consistían muchas veces en ponerles pimienta en la cerveza, picante en la coca cola o cuando fuimos una vez a conocer Normandía, les escondí la pijama, las pantuflas o el cepillo de dientes. Aún recuerdo que la pobre muchacha no podía ver nada cuando le escondí los lentes. 
Había copiado esta personalidad traviesa a una francesa llamada Matilde y un día nos propusimos sacar de quicio a unos amigos. Era verano y habíamos decidido hacerle una broma muy pesada. 

Sacamos los sillones de la terraza de su departamento y cambiamos el apellido de la puerta de su casa. Cuando ellos salieron del ascensor donde se veía a primera vista la terraza, vieron que no era su departamento porque no se encontraba su nombre, nosotros a propósito habíamos cambiado su nombre. Entonces se pasaron una hora buscando de piso en piso su departamento. 
Nosotros a escondidas mirando todo el proceso y riéndonos hasta no poder más; estaban realmente desesperados, pensaban que les estaba dando esquizofrenia de tanto buscar sus departamentos. 
No sabían lo que pasaba cuando de repente decidieron llamar a la policía, cuando decidieron esto tuvimos que salir matándonos de la risa y enfrentándonos a las consecuencias de nuestras bromas. 
Siendo así, me gané muchos amigos que en momentos difíciles me ayudaron mucho sobre todo con la residencia y mis estudios. Sobre todo aconsejándome como podía progresar en un mundo tan difícil para un latino, tratando de mantener y disfrutar de mi libertad. Matilde estaba casada con un alemán llamado Tony. 
Ella me contrató para cuidar de sus dos hijos pequeños, con Matile desarrollé una muy linda amistad; más que niñera, ella necesitaba una buena compañía. Su esposo trabajaba mucho y era muy casero, venía de una familia de artistas.
Su padre era director de cine en Francia y su madre había sido reina de belleza, realizaba actividades para recaudar dinero como ayuda a un actor que había fundado una ONG que se llamaba Harshainboom, él ayudaba a los niños de Sierra León.

Él me invitó a Francia a cuidar de sus hijos, en las mañana los cuidaba y por la tarde tenía libre. Iba a estudiar el idioma y después iba a visitar museos y castillos. Sobre todo me gustaban mucho las pinturas, me hice muy aficionada del pintor francés Monet. 
Pero en las noches Matilde me llevaba a conciertos, hoteles, reuniones de cantantes o íbamos a la ópera cuando nos reunimos con su padre, llegamos a conocer algunos artistas de cine. 
Conocí a mucha gente importante y extravagante a la vez. Una vez me presentó a una muchacha muy linda alemana, era guardaespaldas de la reina de la corte. Se había sentado en el grupo de alemanes que hablaba francés, en el grupo íntimo de Matilde que conocía de la universidad, se llamaba Gera. Él quedó impactado por Efi, pero ella no se había fijado en él. 

Matilde alquiló una casa grande en Normandía para pasar el fin de semana en el mar. E invitó a Gera, así como otros dos alemanes y dos cantantes. En Alemania, Gera le preguntó a Matilde si podía invitar a Efi. 
—No quiero invitarla. —me contaba Matilde— No quiero que ilusione a Gerna, ella está muy ilusionada de un petrolero árabe que viene dos o tres veces a Francia y luego se va. 
Ella solo se divierte con los que se enamoran de ella, pero apenas llega el árabe lo deja todo y se va con el árabe. Los muchachos se quedan desesperados sin saber qué está pasando, esto se lo advertiré a él antes de que sea tarde. 
Pero ya era tarde, no quiso venir con nosotros y puso una excusa que no convenció a Matilde. Ella le advirtió por última vez, diciéndole que ella no quería nada serio. 
—Sé cuidarme —respondió— 
Lo que temía Matilde, sucedió antes de un mes, Efi desapareció y él se quedó con el sabor en la boca y con las manos vacías. Matilde estaba como una madre preocupada por su hijo. 
—Efi alguna vez me las pagará, porque Gera es un muchacho tierno con sentimientos nobles —gritaba—
Yo pensaba que si pudiera conseguir un licor para las penas de mi tío Pancho, él estaría mejor, así que fui al mercado de la ciudad de París. Me dio la impresión de estar en latinoamérica, para mi suerte encontré algunos mercaderes peruanos que tenían raíces parecidas a la selva amazónica. Aseguraron que hacían el efecto de aliviar las peñas, solo no conseguí aguardiente de caña, pero conseguí un pizco. 
Hice un macerado y haciendo un enorme esfuerzo por recordar el laboratorio del tío Panchito. Tenía que djearlo reposar por un mes, pero si lo hacía, mi amigo podía caer de las penas. Lo dejé reposar durante una semana. 

Matilde había organizado una reunión, donde le llevaría el macerado para que se lo tomara sin que se diera cuenta. Se quedó mirando el universo infinito. “Cuánto debe sufrir”, pensé. 
Si alguna vez llego a pasar por una situación así, espero acordarme de este licor milagroso. Cuando regresé a la cocina, cuál fue mi sorpresa al ver el macerado vacío. 
Fui a ver a los invitados y todos lo tomaban de lo más normal, pensé que si alguien pasaba por algo similar a lo de Gerna, le alegraría la vida y no lo mataría. No fue así cuando vi que unos estaban vomitando, otro estaba parado en la mesa, tratando de mantenerse en equilibrio, otro músico lloraba como la canción de la llorona. 
Tony, que era el más serio de la casa, tocaba la guitarra tratando de imitar a los Guns n’ Roses. Yo fui a buscar a Gera, esperaba que no se hubiera tirado al mar. 
Salí corriendo a buscarlo afuera, pero no estaba, fui al mar y tampoco. Si se tiró, mañana aparecería su cadáver. “¿En qué fallé?”, pensé. 
No sabía qué hacer y estaba desesperado. Me tropecé con algo muy pesado, era Gera, durmiendo con una sonrisa muy plantada y con ganas de tener un sueño irreal. 

Las enfermedades tropicales

Ya había pasado un año más o menos que estaba en el Amazonas. Había mucha humedad y llovía mucho, cuando no llovía, hacía un calor insoportable. 
Causaba enfermedades como el dengue, conjuntivitis, fiebre amarilla, etc. Todos eran generados por los mosquitos, debido a la acumulación de agua en recipientes viejos. Llantas que la gente tiraba a la basura y lo más peligroso era cuando corría el agua por las calles, las malas cañerías generan inundaciones por las calles. Nosotros debíamos caminar con agua entre los pies, pocas calles tenían pavimento y se formaba barro muy espeso, caminar por ahí era una odisea.

Me servía mucho tener unas sandalias especiales con caucho como material, pues podía soportar el barro que se pegaba. Mi tía Aurelia nos tenía prohibido bañarnos con el agua de la lluvia, me tiraba con los niños y pocas niñas se atrevían a hacer eso.
Cuando llovía, para mí era lo mejor sentir la sensación de frescura y apagar el calor sofocante que había en esa tierra. Después debía pagar las consecuencias, se me hinchó el cuerpo y la piel la tenía roja, me dolía todo el cuerpo y no podía siquiera echarme a la cama, sentía mareos y los labios se me partían. El tío curioso vino a verme y me dio una regañada, pues se asustó de mi estado. 
Parecía un monstruo y la fiebre no bajaba. Él pasó un trapo de alcanfor por todo el cuerpo, me limpiaba la sangre y limpiando la infección. 
Me hacía dormir con compresas de barro en el vientre, poco a poco la hinchazón fue bajando, pero los chupones tenían que madurar para bajar la pus que había adentro. Me prometí a mí misma no volver a bañarme en la calle, pues el dolor era sumamente insoportable. Mi tío venía a sacar toda la pus con una aguja.

Él decía que si salía al sol, sanaría con marcas y se quedaría para siempre. Al parecer no le hice caso porque aún tengo las marcas de aquella vez, se quedaron algunas huellas pero en la casa también habían contraído las niñas la conjuntivitis, que atacaba los ojos. Los ojos se ponían rojos y algunos granos sobresalen. 

Como yo ya no quería pasar por esos dolores insoportables, esta vez puse de mi parte para no ser contagiada. Alguien me dio una receta a base de limón. 
Tenía que verter 3 gotas de limón al día en cada ojo, así la enfermedad pasó por mi nariz y no segregó. Así otras enfermedades tropicales atacaban con tal fuerza que a veces mi piel se torna amarillenta, no tenía mejillas sonrojadas y labios rojos como cuando vivía en la capital. Mi piel se volvía verdosa y mis labios sin color. 

Mi cabello creció más y se volvió rizado, pero también dorado. 
Muchas veces me daba vergüenza mi aspecto, tomaba un jugo y de esa manera podía tener algo de color en mis mejillas. Me levantaba más temprano de lo normal para pasar al mercado y comprar un jugo de verderraga. 
Cuando veía que había jugos especiales a base de manzana, zanahoria y un huevo azul que decían que era mucha energía, entonces también tomaba de tal manera que cuando llegaba al colegio tenía ganas de treparme a los árboles o hacer alguna tontería, pues notaba que el jugo me daba mucha energía. 
Aunque en ese colegio no había nada interesante más que un patio al que casi no entrábamos todos a la hora de recreo, no cambiaba el panorama de alegrarme un poco la vida. Siempre le rogaba a mi tía Aurelia para que me cambiara de ahí. 

Me decía que esperara a que llegara mi padre para mudarme a otro lugar, sino tenía que esperar un año para cambiarme al colegio Virgen de los Dolores, siempre le preguntaba cuándo llegaría él. Estaba abajo del río donde incluso me han dicho que ha fundado una ganadería. 
Me ponía triste porque le habían avisado que estaba allí y que cómo era posible que no viniera a ver a su hija. Mi tía para calmarme me mentía y decía una mentira piadosa, siempre decía que él ya estaba en camino y ese día nunca llegaba. 
Decía que tratara de mejorar mi salud, que comiera más o que mejorara mi aspecto, pero sobre todo que me portara como una niña normal. Cuando esté así sería el momento correcto para recibir a mi padre. 

Mi tía era un amor de persona y me estaba acostumbrando a ella, pero sinceramente no me gustaba bordar manteles y después de la cena nos sentábamos afuera de la casa en la mecedora a tejer o bordar.
A ella no le gustaba que no estuviéramos trabajando. Yo ya había terminado una alfombra, un mantel de punto cruz, servilletas, velos de novia, animales de peluche, etc. Todo eso me había cansado ya, pero mi tía nunca estaba cansada y siempre estaba con las manos ocupadas. 

Mientras bordaba contaba sus historias de niña, pero por más que hago memoria, no las recuerdo. Quizás porque no era algo enigmático y misterioso, como lo que me contaba Lucy, por lo que sus historias no me eran interesantes. 

En la ciudad donde vivía no había escándalos por ser pequeña, había muchos curas y monjas que hacían que se respirara un aire religioso. Eso sí, había muchas actividades y sobre todo había una actividad el 28 de junio en las fiestas patronales, o en el mes de agosto. La gente se preparaba con anticipación. Se sentía el aire de alegría en el ambiente cuando la gente empezaba a decorar sus casas. 

Por ejemplo, en casa de tía Aurelia, compraban gran cantidad de papel crepé de diferentes colores como arbolitos, hojas en triángulos o muñecos. Con esto decoramos la calle con una soga de frente a frente. De esta manera todas las calles de la ciudad estaban adornadas, tanto ricos y pobres trataban de adornar sus calles lo más que podían, después adornábamos las ventanas con dibujos, dando vida a las fiestas patronales. Aurelia tenía mucho trabajo pues le dieron el honor de adornar la prefectura y la iglesia. 

La casa se volvió un taller y teníamos que hacer arreglos enormes. También decoramos árboles y ella era la única en la ciudad con tanto gusto para decorar y combinar bien los colores. Llegaba la noche y a la tía no se le notaba el cansancio, pero a mí sí. 
Me habían dado el trabajo de calcar los moldes y cortar correctamente. Si cortaba mal tenía que hacerlo de nuevo y debía dibujar con mucha precisión. Al llegar la noche estaba tan cansada que no daba más. Llegaba a la cama y me quedaba dormida. Al siguiente día era lo mismo. 
Comenzaron los preparativos de la comida. Aurelia contrató dos cocineras indias para cocinar el masato, una bebida rica a base de yuca. Una vez observando cómo hacían el masato, quedé impresionada. Ellas trajeron tinajas enormes de medio metro de alto y medio de ancho, hechas por ellos mismos con un barro especial, tenía que ser amplio para que la bebida se fermentara bien. Esta bebida se fermentaba por medio de la saliva y después de dos semanas se convertían en licor delicioso.

Nunca me cansé de tomar el masato sobre todo cuando era preparado con los indios, ya que ellos hacían que el masato tuviera un licor muy suave, era como sentir que todo en el cuerpo se aliviaba, de tal modo que sentías una inmensa frescura y alegría. 
Algunas veces quise preparar el masato, pero en lugar de masticarlo, se ponía en una tinaja con pata de res. De esta manera la gente que era muy valiente podía tener el gusto de saborear la chicha de jora con ese gusto especial que le daba la pata de res. 

La fiesta se organizaba por barrios, cada casa colaboraba con dinero; los que no podían colaborar, buscaban un árbol muy alto con ramas arriba, ahí se trenzaban las hojas y se formaba un pequeño arco, ahí se colgaban los regalos. Con los regalos que colaboran las familias, con lo que podían dar estaban camisetas, zapatos, perfumes y todo tipo de cosas diferentes. 

En otras fiestas ponían tortugas como regalo hasta que una de ellas cayó sobre la cabeza de un hombre y lo mató. Las humishas se ponían en medio de la calle donde previamente se habían cerrado con palmeras a su alrededor, después ponían una mesa afuera y sacaban las comidas. Ponían comidas típicas en las mesas, contratan orquestas conocidas dependiendo del barrio y había músicos típicos del lugar que tocaban con su flauta canciones típicas de la selva.

Todos los colegios tenían que elegir su reina, la más bonita, la más estudiosa y la más aplicada, a mí me eligieron como reina pero no por ser aplicada sino por el daño y perjuicio de mi laboratorio de perfume. No quería aceptar el título y no me hacía gracia aceptar la malicia que tenía el colegio o que mis amigos se enteraran, pero cuando vi los vestidos llenos de perlas que hizo mi tía Aurelia para mi coronación, se me prendieron las luces de mis ojos, jamás había visto algo tan bonito, pues también tenía piedras de cristal en todo el vestido, el carruaje estaba arreglado con palmeras y flores, nos juntabamos con unos compañeros e hicimos un recorrido por toda la ciudad. Escuchamos que gritaban “viva la Mashica, viva su reina”, alegres y contentos entonamos una canción primaveral que decía así “la bella primavera de verde se vistió, de otoño y del invierno y bailando el socarrón, a las orillas de rin y de rin, pon tus palabras junto, ay de mí, ay de mí”  y casi no quería aceptar el título porque no quería que nadie supiera que era dama de ese colegio. A mí me hubiera gustado haber sido la dama de un colegio superior pero tuve que aceptar porque el vestido que me iba a hacer era de mi tía y mi tía Aurleia me hizo un maravilloso vestido de perlas que sobresalía mucho al ser la primera dama. 

Las fiestas patronales

Las fiestas patronales empezaban por el día de San Juan, era una tradición ir el fin de semana al campo y llevar el masato, la chicha de jora ya bien fermentada y toda la familia iba al campo. Había fiesta por todos lados y siempre había un grupo musical tocando. Nosotros íbamos acompañadas de la tía Aurelia, de Lucy y el tío curioso con toda la familia. 

El paseo de la reina no duraba un día, sino una semana. Empezaba el lunes y terminaba el domingo. La caravana empezaba muy temprano a hacer un recorrido por las calles. Felizmente tenía a la tía Aurelia que me proveía los vestidos, uno de durazno y ella me levantaba el pelo rizado con cintas de botones de flores que ella también había hecho. Ella estaba muy contenta y orgullosa de mí. 
Sus amigas le decían que tenía una hija muy bonita, de ojos almendrados, inteligente y muy lista para su edad. Cuando actuaba en el teatro del colegio, lo hacía con mucho talento. “No era para tanto”, pensaba yo. Pero la gente de la selva exageraba un poco. 

Mi tía decía que yo era la reina y debía recitar con mucho sentimiento, decía mi tía Aurelia. Además debía dejar en alto el nombre ya que no éramos de cualquier raza, nuestros antepasados fueron europeos artistas y exploradores. En nuestra sangre corría Europa. 
La verdad yo no entendía lo que decía ella de Europa, ni siquiera conocía bien a mi padre o a mi madre, entonces cómo iba a recitar solo por nuestro nombre para dejarlo en alto. Pero algo era seguro, a mí me gustaba recitar los poemas y a veces los inventaba, pero eso entró a raíz de que me eligieron reina. Recité un lindo poema a la madre, algunas me daban besitos diciendo que lo había recitado con mucho sentimiento, mientras iba al colegio que quedaba a 4 cuadras de la casa, unos niños curiosos se acercaron y dijeron en murmullos: “mira, es la reina de la Mashica”, inaudible por risas minuto 3:30, me disgustaba mucho porque no quería ni uno ni otro, ya que no quería que eso pasara.

El fin de semana cuando llegué a la escuela, los maestros habían preparado la caravana y las otras niñas iban disfrazadas de rosas, flores, indias o una abeja maya. La caravana tenía una música y salíamos cantando; todo el trayecto lo hacíamos sin que el grupo musical dejara de tocar. Fuimos a San Ramón a un pequeño río cristalino, ahí la gente había armado un trono para la reina y las demás, todas las familias y los chicos llevaban su comida. Nos sentábamos en el pasto como un picnic para comer. La orquesta tocaba al medio día y tocaban música de moda como cumbias y salsas. 
La alegría era muy grande y todos nos divertíamos aunque no como yo quería. Los chicos se iban a bañar al río pero yo no podía ir porque era la reina. El único fotógrafo que teníamos en el pueblo nos hacía posar para la foto. Nosotros sudamos de tanto calor y mi traje no era para soportar mucho calor y también por los focos enormes que llevaba el fotógrafo. 

Yo no veía la hora de ir a jugar pues hasta las niñas se metieron al agua. La única que se quedó sin bañarse fue mi tía. 
Después de la sesión de fotos pude ir a comer, solo pude ir a divertirme cuando me enseñaron a bailar, me gustaba bailar y sabía que pronto ibamos a tener los regalos, algunos traían para la reina y las damas, me regalaron libros, pinchas, un pequeño llavero con mi nombre y una muñequita de pelo negro. No se los quería prestar a las niñas de mi tía, pero ella se las ingeniaba para quitármelos, mientras los chicos se subían a los árboles, yo no podía por mi vestida. 
Empezaba a anochecer y debíamos regresar porque los mosquitos nos comerían. Esa noche dormí como la bella durmiente, hasta dormía con vestido de todo lo uqe hacía en el día. Así empezaron las fiestas del 24 de junio, la gente llegaba de todas partes del Perú. La plaza de armas tenía una gran multitud de gente y salíamos con las niñas a jugar a la plaza. 

Lo más chistoso es cuando llegaba la vaca loca y salía a corretear a la gente a cornearlos, no era una vaca de verdad, era de madera. Quien lo llevaba era descendiente de indígenas, de cabello largo, durante años habían sido encargados de llevarse la vaca loca. Esta vaca nos hacía correr por todos lados. 

El recorrido era por todo el pueblo y todos los días tenía que ir por la casa de armas a hacer ese ajetreo, formábamos castillos en la plaza de madera para los fuegos artificiales, nos divertíamos mucho con los fuegos y siempre había heridos porque se acercaban tanto que se quemaban. 
Las chicas del colegio de las monjas salían a pastorear. Eran las más bonitas escogidas del colegio, vestidas de pastoras y les hacían coreografías. Había un padre que las acompañaba con el acordeón. En cada barrio cantaban y bailaban. 
Cuando llegaban a la plaza de armas, colgaban un palo con cintas verde y blanco, con ellas tenía que trenzar el palo bailando. Admiraba a esas chicas y decía que cuando creciera quería bailar como ellas. 

Las hijas del tío curioso estaban en el pastoreo y les llevábamos agua porque todo el día tenían que bailar. Se les notaba ya el cansancio porque el calor era agotador, se escuchaban historias de amor, por ejemplo: mis primas conocieron unos estadounidenses. 

¿Qué querían saber los estadounidenses del tío curioso?

Se escuchaban historias de amor, mis primas conocieron unos estadounidenses, mi tío estaba feliz y mi tía no porque no quería que sus hijas fueran tan lejos a vivir. 
Ellos eran los invitados favoritos del tío curioso, les invitaba buenos tragos y ellos se sentían eufóricos. Ellos se sentaban en su botica y observaban muy interesados en la tienda del tío. 
—Yo quiero otro trago, Mr —decía uno de ellos.— ¿Qué tener aquí en este trago?, porque la gente es feliz.
Pero mi tío en su vida contó el secreto de sus tragos y esta vez sí abrió la boca y habló como un loro, él les contó todo y los llevó a su laboratorio, todos quedamos boquiabiertos, hasta la tía Juana, pues ni a ella le había permitido entrar al laboratorio. Aproveché para entrar nuevamente y vi otros nuevos trofeos, así como nuevas pócimas, por ejemplo el viborachado. Había una víbora pequeña adentro, en otro lado estaba una cabeza disecada de pantera negra con ojos hipnóticos. La pantera hipnotizaba a sus víctimas y ella caminaba a su suerte. 

Los foráneos estaban estáticos de tanto asombro, uno de ellos sacó su libro para hacer apuntes. Él les dijo que no quería que nadie se enterara de su trabajo. El tío estaba furioso y uno de ellos le dijo que él hacía mucho dinero y querían ayudarle. 
Él respondía que él no amaba el dinero, sino a la gente, no quería que la gente se hiciera de dinero con sus descubrimientos. Ellos se fueron desanimados y tristes ya qeu se quedaron con la curiosidad y con las ganas de ser futuros yernos del tío curioso. Para mí fue una bendición que entrara al laboratorio el tío Pancho y desde hace mucho tiempo yo quería descubrir algo de esto. 

Sabía que mi tío no me ayudaría con las investigaciones y debía descubrirlas sola. 

Enseñanzas en Alemania

Decidí regresar a Alemania porque tenía más probabilidades de estudiar, había conseguido una beca para estudiar el idioma alemán. No me imaginé que se convertiría en una estadía de 20 años. Recordé ver a la reina Ginebra, con el rey Arturo y el combate de los caballeros de la mesa redonda, recordé con mis sentidos y me transportó en el sillón de la reina, sentía que los caballeros me edificaban cada hazaña que lograron y me quedaba algunos días en la cara con ellos, estaba algunos días durmiendo en su carpa escuchando y viendo sus fiestas. Pensaba en lo bonito que hubiera sido vivir esa época de sueños y aventuras. Cuando regresamos con mi familia de esas fiestas regresamos con ganas de esas fiestas rompiendo los moldes y perfeccionismos, dejándonos llevar por la ilusión de querer hacer grandes proezas en el mundo. Total, mientras uno cumpla las normas de Dios, se pueden lograr muchas cosas bellas en el mundo y para el próximo. 

La llegada del tío Pedro

Un día caminando por la playa escuché mi nombre. 
—Chipi, hola soy tu tío. Hermano de tu papá. —decía el hombre—

No se parecía en nada a mi padre y ya no me acordaba de nada de él. Llegamos a casa de tía Aurelia y nos contó cómo estaba mi familia. Mi padre pensó que yo me había ido a los Estados Unidos con mi abuelita. Los mensajes nunca le habían llegado y mi tío estaba muy contento de verme. 
—Te pareces mucho a tu abuelo —me dijo.—

Estaba casi a una semana de viaje y mi tío estaba aquí de casualidad, se sentía mal porque le había dado tifoidea. 
Se encontraba quemado, muy moreno por el sol. Mi tía le aconsejó que no se fuera tan pronto porque podría recaer, llamó al tío Pancho y le recomendó irse inmediatamente al hospital, 
—No. —dijo el tío con insistencia— En ese hospital entra la gente y ya no vuelve a salir. Yo sé que me voy a recuperar en casa comiendo una buena comida sana y con la ayuda de tu hermano, esta enfermedad se irá, sino, que sea lo que Dios quiera. 

Y Aurelia reía, pues sabía que el tío era obstinado y se iba a salir con la suya. Si le llevábamos al hospital, se va a escapar o volverá loco a los doctores, le contaba a mi tío curioso, así que tendrá que quedarse aquí. 
Mi tío decía que vería qué puede hacer, lo importante era hacerlo sudar para sacarle la fiebre del cuerpo. Debían conseguir barro fresco y el tío corrió hacia su casa. 

Mi tío se puso mal y deliró mientras sudaba chorros. “No me quiero ir”, gritaba. “Que venga mi padre”, decía bastantes incoherencias. 
Mi tío trajo otros medicamentos y comenzó a darle palmadas en todo su cuerpo; la piel se le ponía roja y se le formaban granos. Después pasaba toallas frías por todo su cuerpo y le pasaban frazadas para que sudara. Así, cada media hora con toallas limpias. Después se le juntaron otras cosas. 
Poco a poco fue saliendo su delirio. Después le pusieron barro en el vientre y durmió plácidamente. Su comida era fruta y verduras, todos los días se le pasaban toallas. 
A veces lo llevaban a exponerse al sol, cuando estaba caliente le daban un cubetazo de agua fría y lo cubrían. También le daban una sopa de choclo o hinojo con papa y camote. 

El tío se recuperó en un abrir y cerrar de ojos. Él decía que Panchito tenía manos multi curativas, que tenía mucho más conocimiento que los chamanes o los médicos. Decía que tomaría su cervecita para festejar y, para eso debía recuperarse sin mujeres, alcohol o cigarros. Ella le reprochaba que por eso lo abandonó Gertrudiz, él respondía que no, que ella quería vivir en la ciudad y él no. 
—No me siento mal, me hizo un favor en todo caso. —respondía mi tío— Ahora tengo a alguien que me quiere y hago lo que yo quiero. 
—Espero que con ella sientes cabeza, Pedro. Hay mujeres que te pueden hacer mucho daño. —decía mi tía—

Ella le respondía que debía encomendarse a Dios y con eso su vida cambiaría. Él sí haría eso, pero daría sus últimos deseos para despedirse de su vieja vida. Si no lo hacía, su vieja vida se lo llevaría pronto…
Él se reía como siempre con esa risa sarcástica, diciendo:
—Si no me voy ahora con esta basura de tifoidea, Aurelita, quiere decir que tengo 10 vidas más. 

Mi tía solo se echó a reír porque mi tío ya no tenía remedio. Hasta ahora tiene esa sonrisa que no lo deja ni en los peores momentos. Por recomendación de mi tío Pancho, él debía quedarse en la ciudad para curarse por completo, había bajado mucho de peso. 
Ahora podía ir con el tío Pedro a la playa y no sola como era común. Mis amistades se extrañaron de que fuera a la playa con un tío insoportable que solo se burlaba de la gente. Él no me dejaba subir a jugar a los árboles o hacer lo que yo quería con los niños, tampoco me permitía ir al río o a la ciudad y además tampoco me gustaba el olor a mapacho que expandía, ya que fumaba mucho. Y siempre me cambiaba de nombre, no me llamaba por mi nombre y me ponía apodos. 
Detestaba mucho esto pero él seguía haciéndolo siempre. De repente me di cuenta que dentro de poco abandonaría la ciudad. Les conté a mis amigos que me iría a la selva en busca de aventura. 
Quería buscar esos famosos manantiales que me habían contado, así que estaba a la expectativa y pronto iría con mi padre y ni siquiera en mi imaginación podría contar todas las proezas y grandeza pura de la naturaleza que fui aprendiendo en este lugar. Sin embargo, esto lo contaré en mi próximo libro, sobre cómo fue encontrarme con mi padre y vivir junto a él. 

Enseñanza final

Al ir relatando este libro me fui convenciendo una vez más qué es tan saludable recordar ese pequeño tiempo de plenitud que venimos dejando volar nuestra imaginación y tratando de entender al mundo que nos rodea, sea como fuera nuestra niñez, hubo un lugar en nuestra imaginación que nos p
Recuento de vida
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