Osvaldo Suárez's profile

Corrección de estilo (Novela)

CAPÍTULO 11
—¡Código rojo! En habitación 3 ¡Código rojo! — anunció una enfermera en el altavoz.
El Dr. Riley salió corriendo del cuarto de médicos, los Wilkerson se despertaron alarmados
al escuchar que algo pasaba en la habitación de su hija.
—¿Dr. Riley? — preguntó Oliver alarmado tratando de entrar a la habitación de su hija, pero
fue detenido por el mismo Dr. Riley.
—Tranquilo señor Wilkerson, su hija está bien, son los Parker.
Al momento de entrar el Dr. Riley en la habitación, Oliver alzó el cuello tratando de ver lo
que pasaba. Cassie se encontraba en la misma posición, estaba sentada y amarrada observando con
la misma sonrisa a los Parker. El esposo de la anciana se encontraba desplomado sobre su silla, un
equipo de enfermería lo bajaba al suelo para iniciar el protocolo de reanimación cardiopulmonar.
La pobre señora gritaba y lloraba mientras que un camillero la mantenía sujeta para evitar
que se bajara de su camilla, su panorama fue interrumpido cuando el número 3 de la puerta se
entrometió cerca de su rostro. El Dr. Riley contaba en voz alta mientras oprimía el pecho del
anciano. El sentir y escuchar cómo las costillas del señor Parker le crepitaban en señal de varias
fracturas le hacía soltar carcajadas a Cassie.
—¿Lo escuchas? ¿Escuchas ese crujido? —le preguntaba Cassie a la pobre anciana que no
dejaba de llamar por su nombre a su compañero de vida. Tras varios ciclos de resucitación el Dr.
Riley declaró la hora de defunción a las 5:30 de la mañana. Aprovechando la presencia del padre
Araldo, Riley le pidió que le diera unas palabras de consuelo a la señora Parker, la cual era devota
desde nacimiento.
—¡Fue ella! ¡Fue ella! —exclamaba la señora Parker llorando y apuntando con su dedo a
Cassie quien le sonreía, quieta, inmóvil como una estatua sentada.
—Señora Parker, la niña está amarrada, sin mencionar que… Es solo una niña —musitó
Duncan sentándose junto a ella en la camilla.
—¡No sé cómo lo hizo, pero ella lo mató! —sollozó.
La anciana se echó a llorar en el hombro de la detective Duncan mientras que el padre le
dedicaba un rezo de despedida en lo que amortajaban al anciano. Cassie seguía riendo y mirando a
la desconsolada mujer que la miraba con terror bajo los brazos de Duncan. La señora Parker fue
testigo de algo sobrenatural, y aunque su esposo ya no estaba con ella para confirmar lo que habían
visto, estaba aún cuerda para comprender que aquello era imposible y que estaba a punto de perder
su credibilidad por culpa de las palabras de una niña amarrada a la camilla de un hospital.
TESTIMONIO DE LA SEÑORA SUSAN PARKER
Tras la declaración de defunción del señor Parker a las 5 de la mañana con 30 minutos por parte del
Dr. Mathew Riley, la señora Susan Parker expresaba con seguridad que su esposo no había fallecido de un
infarto al miocardio de manera natural como se declaró en el acta de defunción. Según la señora Parker
hubo una fuerza desencadenante que lo produjo.
El señor Vicent Parker de 89 años le dirigió un par de preguntas a Cassie Wilkerson sobre su estado
de salud por mera amabilidad puesto que la mirada inquietante de la niña y su sonrisa “macabra”
incomodaban a la pareja. Tras no recibir ninguna respuesta por parte de ella, procedieron a rezar. Sus rezos
fueron interrumpidos cuando la luz de la habitación empezó a fallar. La señora Parker asegura que Cassie
Wilkerson se desató de alguna manera para después trepar la pared y alcanzar al señor Vicent para decirle
al oído: “Te estas pudriendo”. Posteriormente, el señor Parker empezó a tener datos de infarto, lo que llevó
al equipo de urgencias a proceder a un “código rojo”.
Yo, la detective Megan Duncan como testigo del incidente, declaro que al llegar a la habitación
número 3 Cassie Wilkerson estaba sujeta tal y como la habían dejado el equipo de enfermería unas horas
antes.
Detective Megan Duncan
—Usted misma no ha creído ni una sola palabra de lo que ha dicho esa señora, detective
Duncan. ¿O sí? —preguntó Wesley recargándose en el respaldo de su asiento de oficina color verde
militar encendiendo un puro.
—Por supuesto que no le creo en todo lo que ha dicho la señora Susan Parker —respondió
Duncan tomando la carpeta que el detective Wesley había lanzado incrédulo en el escritorio.
—¿A dónde quiere llegar?, toda esa historia que le contó el padre Araldo sobre la tal Caitlin
Harrel, sus locas fantasías sobre un espíritu que atormenta a la chiquilla, no son más que sandeces.
Detective, creí que era más profesional, jamás creí que se tragara toda esa basura, el mismo padre
cree que es una enfermedad mental y todo es debido a las ideas o alucinaciones de la señora Haley.
Si no mal recuerdo, le dije a usted que no le creyera nada de lo que dijera, ¡había desaparecido su
hija y ella estaba en una especie de shock traumático!
—Solo le pido una cosa detective Wesley; deme un equipo de oficiales para indagar en el
pueblo de San Nicolás.
—¿Y si no encuentra nada?
—Le doy mi renuncia —Wesley enderezó su espalda sorprendido y contento.
—Me parece formidable, espero de todo corazón que no encuentre nada detective, así me
librare de usted. Ya estoy cansado de sus sospechas idiotas.
—Pero creí que… —los ojos de Duncan se volvieron de cristal brilloso al escuchar las
palabras que demostraban desprecio hacia su persona, no se lo esperaba.
—Creo que me siento más cómodo trabajando con el oficial Edwin, incluso aunque no es de
mi agrado, que con usted. Lo considero más competente. Si me pregunta, creo que haría usted un
mejor trabajo si se regresa al pueblo de donde vinieron sus padres, dedíquese al hogar y espere a
que un hombre con trabajo de verdad la mantenga. Deje su puesto para alguien que tenga cabeza y
no se desborde de sentimientos o corazonadas.
—No comprendo por qué me dice todas esas cosas —un nudo en la garganta le impidió
articular bien sus palabras—. Todos estos años…
—Tiene 24 horas para que empiece su extravagante investigación en el pueblo que yace bajo
el agua, esperaré su renuncia para pasado mañana sobre este mismo escritorio, y no está a discusión:
a mis hombres los quiero de vuelta completamente intactos.
—Me tendrá que soportar mucho más tiempo, detective —amenazó Duncan.
—Dios no te escuche… Si es que existe —replicó soplándole el humo en su rostro
sonrojado.
***
—Amor, no te esperaba, creí que irías a Netten —dijo la señora Lou Roberts, esposa de
Wesley. Le dio un beso al recibirlo en la entrada de la casa, se limpió sus manos húmedas sobre el
delantal, la sala estaba oscura con el comedor iluminado, una mesa pequeña para una familia
pequeña.
Lou y Wesley se habían casado hace 25 años, era una pareja vieja con una hija mayor que ya
había partido de casa hace un año para empezar su primer trabajo como profesionista y la cual le
había dejado a cargo a su hija por un tiempo, quedándose solos con su nieta Melany de 7 años; fiel
apetitosa de la vida y experta en evadir métodos de anticoncepción de su madre. Melany había
congeniado un par de días con Allison en el campamento de verano del presente año que hizo su
escuela ubicada en la ciudad, en convenio con el colegio en el poblado de Netten. La excursión
consistía en subir a las montañas naranjas y disfrutar del frondoso bosque, bajo varias actividades
que requerían trabajo en equipo Allison y Melany se conocieron.
Los Wilkerson habían accedido al campamento convencidos por la directora de la escuela,
sabía por lo que habían pasado hace años con su hija mayor, así que la persuadieron de tener mucho
cuidado y cautela con Allison. Pero los Wilkerson solo accedieron con la condición de que Oliver
los acompañara en el campamento como profesor encargado de los varones para poder estar al
pendiente de su hija de vez en cuando. Durante una mañana, la profesora que cuidaba de Allison y
Melany alertó a los otros profesores sobre una mala broma por parte de los niños, pues ambas
habían despertado con una cruz invertida en la frente hecha con las probables cenizas de la fogata
ya extinta. La noche anterior, Oliver acompañó a uno de los niños a que orinara cerca de un roble.
Cuando el pequeño niño acabó de hacer sus necesidades, se acercó a Oliver quien esperaba dándole
la espalda respetando su privacidad y le contó que le pareció haber visto a una mujer alejándose del
campamento de las niñas caminando en el aire y que llevaba un vestido blanco.
Ante ambos sucesos, al llegar a casa, Oliver le guardó el secreto a Haley, un secreto más en
su consciencia. Utilizando el razonamiento no era necesario afligir a su esposa con bromas e
imaginaciones de niños traviesos.
—Hola querida, he decidido quedarme en la ciudad, he tenido un poco de tiempo libre —se
retiró el abrigo y el sombrero para colgarlos en el perchero—. La detective Duncan es un dolor de
cabeza, realizará una investigación mañana por sí sola y eso me deja un poco de espacio para estar
en casa. Estoy agradecido con el alcalde de Netten por hacerse cargo de los gastos del hotel, pero
nada como el amor hogareño.
—Qué bien, amor, tu hija y yo te extrañamos todos los días. La cena está lista; hice lasaña, la
comida favorita de Melany —dijo acomodando la silla para que Wesley se sentara.
—¿Y Melany?
—En su habitación jugando al té, ella ya cenó, insistía en que le diera de comer a su amiga
imaginaria, pero le puse un alto, le dije que en la mesa solo come gente de verdad —la señora Lou
colocaba los platos para cenar junto a su esposo y servía la caliente lasaña—. Me pareció muy
extraño que de un día para otro saliera con la sorpresa de que tiene amigos imaginarios, no parecía
ser esa clase de niña.
Wesley refunfuño.
—Quiere que se haga su voluntad —continuó la mujer—. Salió igual a su abuelo.
La niña, preocupada por sus ensoñaciones, se apuró a cenar y subió a darle de comer a su
“amiga”.
—Preocupada en su imaginación —susurró Wesley acordándose del asunto que se traía
Duncan entre manos—. ¿Qué tal tu día?
—Ya sabes, limpiar, lavar, recoger, preparar la comida y batallar con Melany a la hora de
bañarse. No estoy exagerando, pero te juro que esa amiga imaginaria le roba mucho de su tiempo
—dijo arqueando las cejas y elevando el tenedor haciendo una señal de que el tema no tenía
importancia—. ¿Y el tuyo?
—Un día de lo normal en la ciudad, a decir verdad, el caso de los Wilkerson me está
cansando, ya son más de 5 años en la que no hemos encontrado nada, estoy considerando renunciar.
—Pero amor, si renuncias… El dinero extra que recibes nos está ayudando demasiado con la
hipoteca de la casa. No tomes decisiones a la deriva, piénsalo unos días al menos.
—Lo siento de verdad, si Duncan no encuentra nada, renunciará. Y yo le haré segunda, no
comprendo aún por qué el alcalde de Netten está interesado en este caso.
—Sus motivos ha de tener.
—Y mis motivos tengo yo para dejarlo.
Al acabar de cenar la señora Lou recogió la mesa y empezó a lavar los trastes cuando
Wesley subió a su habitación desabrochándose la corbata. Al pasar por la puerta de la habitación de
Melany se detuvo para saludarla, pero escuchaba muy atento los chicheos de su hija, suponiendo
que platicaba con su amiga imaginaria. Giró lentamente la manija y asomó sus ojos para espiar su
nieta que hablaba con demasiada elocuencia sobre la mesita del té sin darse cuenta de que la
espiaban, frente a la niña había otra silla vacía. Melany alzó la vista hacia la silla, le sirvió agua en
una pequeña taza rosada simulando el té de manzanilla, mientras se concentraba en servirle se
detuvo de golpe como si hubiesen sujetado con fuerza su mano que sostenía la pequeña jarra.
—¿Qué dices? —preguntó Melany susurrando—. ¿Dónde? ¿En la puerta?
Melany giró su cabeza hacia la puerta donde estaba Wesley.
—¡Abuelo! ¿Por qué nos espías? —exclamó, molesta.
Wesley cerró la puerta, apenado. Melany salió enojada cruzando los brazos.
—Eso que haces no está bien, espiar a la gente está mal.
—Lo sé hija, lo sé —dijo sonriendo mientras se hincaba tomándola de los hombros.
—¿Qué haces aquí? Abuela había dicho que irías a Netten.
—He tenido un poco de tiempo para estar en casa. ¿No te agrada la idea?
—Un poco, sí, pero a mi amiga no le agradas —respondió ella.
—Ah, ya veo —dijo confundido—. ¿Por qué no le agrado a tu amiga?
—Dice que deberías estar trabajando, también dice que trabajas para ella —Wesley sonrió.
—¿De verdad? ¿Y cómo se llama mi nueva jefa?
—Caitlin Harrel —canturreó Melany.
—¿Qué dices? —la sonrisa de Wesley desapareció, sus ojos se fijaron en los ojos cafés de su
nieta, confundido, sus manos empezaban a apretar poco a poco los hombros de la pequeña.
—No me ha dicho su apellido —dijo, asustada.
—¿De dónde sacaste ese nombre?
—Ya te lo dije, ella me lo ha dicho. Abuelo, suéltame, me estás lastimando.
Wesley se percató de una sombra en movimiento debajo de la puerta, al parecer había
alguien en la habitación de su hija, seguido se escuchó un estruendo dentro de la habitación de
Melany. Al abrir la puerta todos los retratos de la pared, dibujos y espejos estaban en el suelo,
incluso el juego de mesa para el té estaba tirado boca abajo.
—¡Caitlin! ¿Dónde estás? —exclamó Melany corriendo hacia su mesa desbaratada—.
¿Caitlin?
—Melany, dime, ¿cómo es tu amiga? —el tono de su voz advertía preocupación.
—Es grande, una señora joven, me contó que estuvo casada un tiempo.
—¿Qué más? Vamos, dime —apremió—. Tal vez… Yo también podría ser su amigo.
—Siempre está acompañada de una sombra grande, como si la cuidara mientras está
conmigo, dice que es su amigo —explicó la niña—. También tiene unos agujeros en las manos y en
sus pies, cuando le pregunto si siente dolor ella responde que sí, que todos los días le duele lo que le
han hecho.
—¿Algo más?
—No, ya te dije que no le agradas, así que nunca podrías ser su amigo.
—¿Qué sucede? ¿Qué ha pasado aquí? —preguntó la señora Lou desde la habitación
observando los vidrios de los espejos y retratos en el suelo.
—Nada —respondió Melany, tranquila—. Le contaba a mi abuelo sobre mi nueva amiga.
Melany tomó su oso de peluche y se trepó a la cama dispuesta a dormir como si estuviera
cansada. La señora Lou recogió los vidrios con especial cuidado preguntándole a Wesley lo que
había pasado, pero él solo observaba a su nieta dormir como si nada hubiera pasado, como si su
amiga imaginaria ya fuese parte de su vida.
***
—¡Vamos chicos, vamos! —animaba Duncan a su grupo de expedición.
Estaba acompañada por el oficial Edwin, un buzo joven llamado Erik y dos oficiales más; el
más viejo llamado Anthony y un gordo de 40 años llamado Walter. El bote en el que navegan había
zarpado desde hace media hora. El pueblo de San Nicolás se encontraba a varios kilómetros de la
ciudad donde el clima era cálido a diferencia de Netten.
Aún inundado, las casas coloniales estaban hechas de piedra y lodo, las ventanas estaban
protegidas por barrotes de hierro y otras por barrotes de madera. La maleza se elevaba saliendo de
las aguas tomando apariencia de manglares acaparando todo espacio disponible, todo estaba en
profunda tranquilidad a excepción de ruido del motor del bote, el moho sobre las construcciones
mostraba los niveles que el agua llegaba a alcanzar en ciertos meses del año rebasando los altos
tejados. Al llegar a la parroquia la cual era la construcción más alta se percataron que estaba
rodeado o protegido por un paramento liso. Su portada, sobria y vieja, es semejante a las de los
conventos de la ciudad que aun aguardaban su antigüedad. Tenía arcos ornamentados flanqueados
además de pilastras estriada de color café combinado con el color verde oscuro del moho. Sobre la
cornisa se elevaba un frontón curveado que sostenía una delgada cruz de acero color negra en la que
se posaban las aves en busca de presas acuáticas.
—Ni la iglesia alcanzó piedad —dijo Erik, lamentándose, imaginando el dolor con el que la
gente abandonaba el pueblo—. Si bien había escuchado ya la historia de este pueblo, jamás le
nacieron deseos de visitarlo. Al atravesar el portón que estaba entreabierto, se anclaron cerca de los
escalones de la gran puerta guinda de la parroquia. Bajaron del bote con cuidado pues el agua
oscura le llegaba a nivel de su cintura y obstruía su visión del suelo, pero conforme subían los
escalones dejaban el agua abajo. La enorme puerta guinda estaba abierta, sin perilla ni candado
alguno.
—Al parecer este lugar ya estaba visitado por saqueadores —añadió Walter—. Siguieron
adentrándose, en el suelo los charcos de agua reflejaban los escasos rayos de sol que entraba por
algún orificio en el tejado, algunas bancas estaban sobre otras con toda su madera podrida, el
púlpito se encontraba desecho en el suelo, todas las paredes tenían moho. En algún momento de la
investigación Duncan sintió que perdían el tiempo, pero también sabía que tenía que encontrar
alguna pista a como dé lugar, se lo debía a los Wilkerson. Edwin hizo una señal al oficial Walter
que cargaba una enorme pinza para cortar cadenas. El oficial se acercó a Edwin cerca de una puerta
de madera, procedió a romper la cadena, al abrirla apreciaban “el jardín” posterior de la parroquia.
Se dieron cuenta que el terreno que estaban viendo era un tipo de cementerio, pues por donde quiera
había tumbas bajo esas enormes lapidas que sobresalían del agua, y más allá, donde se acababa el
terreno del cementerio solo había árboles que emergían del agua simulando un manglar de agua
dulce. Había una lápida en especial que llamaba la atención de todos, una grande en forma de una
pequeña casa con tu techo triangular que estaba en medio de todo el terreno.
—Tenemos que llegar allá —dijo Duncan, apuntando con el dedo—. Su atención se había
fijado en esa por el tamaño. ¿Quién era tan especial en aquellos días como para proporcionarle
semejante monumento?
—No sabemos con qué podemos tropezar detective —dijo el viejo Anthony en
desacuerdo—. No solo por su mala decisión que podría poner el riesgo la vida de uno de ellos, si no
por el simple hecho de que era una mujer; una mujer joven dando órdenes a un par de oficiales
veteranos.
—Podemos caer en una fosa profunda, podríamos ahogarnos y la verdad tengo miedo de
nadar, tengo miedo a que me dé un calambre, ya no estoy para eso, mejor aquí los espero —añadió
Walter, preocupado y en total acuerdo con el viejo.
—Flotaras —dijo Edwin, sonriendo y dándole pequeñas palmadas sobre el abdomen globoso
de Walter—. Edwin fue el primer en meter el pie bajo el agua, tras de él le seguía el buzo Erik,
después Duncan, Walter y Anthony al final. Todos en fila tocando el hombro del que estaba
enfrente para guiarse. Al llegar a la enorme lapida subieron los pequeños escalones dejando el agua
abajo. El portón de acero estaba bajo cadenas las cuales rompieron sin complicaciones.
—Jamie Murray 1624-1720 —leyó la lápida Duncan confundida—. Qué extraño. Según
esto, el padre Jamie murió con 96 años, falleció justo en el año que se fundó el pueblo, debe de
haber un error.
—Eso contradice toda la historia que nos ha contado, detective —dijo Edwin, estrechando
más sus ojos rasgados.
—No tiene sentido, se supone que el padre tuvo que vivir más años. Tuvo que haber vivido
hasta pasada la fecha del desborde de la presa, ¿si no, quién mandaría a matar a Caitlin?
—Tal vez hubo error en la fecha —agregó Walter, apreciando el eco que resonaba ahí
dentro.
—Independientemente de si fue un error o no, ¿entonces sepultaron al padre aquí después de
la inundación? —preguntó el viejo Anthony, incrédulo lanzando un escupitajo al agua—.
—No tiene sentido, nada de esto tiene sentido —negaba con la cabeza—. ¿Quién en su sano
juicio desearía ser enterrado en un lugar abandonado?, o si sus compañeros decidieron por él, ¡Qué
hijos de puta son!
—Tal vez su último deseo era ser enterrado en su parroquia —añadió Erik—. Como los
capitanes de los barcos que se hunden con ellos, solo que en vez de barco una iglesia.
—O tal vez ni siquiera ha muerto —dijo Walter, ocasionando que todos voltearan verlo,
como si estuviese a punto de revelar un secreto de aquella historia que solo él conocía—. Tal vez
ande por ahí nadando en busca de sus ya difuntos ortodoxos, todos rieron del mal chiste del oficial,
excepto Duncan que estaba buscando una respuesta lógica a las fechas que no concordaban con la
historia que le había contado el padre Araldo.
—Solo hay una manera de saberlo —susurró Duncan, sentada sobre la lápida—. Los
veteranos oficiales cruzaron miradas esperando la nueva e inteligente orden de la joven Duncan
—Hay que abrirla —dijo por fin poniéndose de pie decidida mientras se hacía una coleta.
—¿Quiere que profanemos una tumba detective? ¿Está loca? —replicó el viejo Anthony.
—Yo le llamaría…exhumación —dijo Duncan.
—¡Es profanación! no tenemos una orden para abrir la tumba, y estamos hablando de la
tumba de un puto sacerdote, ¡De un sacerdote!
—Tranquilo —musitó Erik, emocionado mientras se quitaba la mochila que cargaba sobre la
espalda—. Lo único que puede pasar es que el fantasma del “padrecito” te jale los pies cuando estés
durmiendo. Después del gran suspiro de negación por parte de Anthony, todos se pusieron al
costado derecho de la tumba y empezaron a empujar la pesada lapida esperando encontrar un
terrorífico esqueleto lleno de gusanos o encontrar un ataúd con su madera podrida. En su lugar se
toparon con una fosa llena de agua y unas escaleras de acero pegadas al mármol de la orilla de la
tumba.
—Qué demonios —susurró Walter, confundido y jalando aire, mientras su enorme panza se
movía al ritmo de su acelerada respiración.
—Cállate, no los invoques —replicó Anthony—. Sacaron las linternas de sus cinturones y
alumbraron al fondo de la fosa llena de agua lodosa. El cielo azul se tornaba de un gris oscuro, con
estruendos que hacían retumbar el suelo y las gotas de la lluvia que caían empezaban a realizar
ondas de expansión en el agua
—Yo se los advertí, hemos hecho enojar al sacerdote —musitó asustado el viejo—. Todos
dieron por hecho que el tener más de 60 años lo convertía en una persona supersticiosa. Ya era hora
de que le Otorgasen su jubilación.
—¿Quién va a bajar? —preguntó Erik en un tono serio—. Ante la pregunta irónica todos
voltearon a verlo clavándole la mirada
—Pero claro, llego mi hora de trabajar.
El cielo oscuro se dejó caer a cantaros. El buzo sacó de su enorme mochila un pequeño
tanque de oxígeno conectado a un manómetro, un visor, el traje negro, los escarpines, aletas y todo
lo que conlleva a un buen equipo de buceo.
—Apúrate muchacho —dijo Anthony en modo de súplica alumbrando con su linterna hacia
la parroquia deseando con fervor regresar—. El cielo ya no se va a despejar, necesitamos luz para
salir de este maldito pueblo.
—¿Alguien conoce el camino?, no, ¿verdad? —encandiló a cada uno, pasándole la potente
luz de la linterna sobre el rostro—.
—Relájate, Anthony —dijo Edwin—. Erik ya está listo, ¿verdad?, Erik levantó el dedo
pulgar en señal de que estaba preparado. Descendió las escaleras llevándose las aletas bajo el brazo.
Todos observaban y admiraban el valor del joven Erik al descender a esa fosa oscura imaginándose
si en su lugar tendrían el mismo valor que él.
—¡Voy a sumergirme! —gritó Erik, sujetándose en los últimos peldaños al darse cuenta de
que aún faltaba para llegar al fondo, pero las escaleras habían terminado—. Por cierto, a este tanque
no se le ha recargado el oxígeno desde hace tiempo.
—¡¿Y apenas nos dices?! —exclamó Duncan molesta—. ¿Cuánto te queda?
—Calculó que, para una hora y media, más o menos. Si no regreso en una hora… vienen por
mi —todos se miraron entre sí confundidos, porque en caso de que existiera la posibilidad de que no
emergiera, ¿realmente irían por él?
—No lo creo —respondió Walter—. Ya que estás dentro de esta lápida sin dueño, en
automático es tuya si no regresas.
—Ya sumérgete de una buena vez, muchacho —dijo el viejo Anthony sin paciencia,
alumbrándole el visor de su rostro con la linterna desde arriba—. Erik se colocó las aletas y
procedió a sumergirse; aún faltaban dos metros por descender, con su pesada linterna alumbro el
fondo de la fosa lodosa y se encontró con el resto de la escalera que probablemente se había
separado debido al acero oxidado. Y frente a las escaleras estaba el marco de una entrada con la
puerta tumbada. < ¿Qué clase de tumba es esta?> se preguntaba nervioso, pero sin dudar y con los
nervios de acero pasó el umbral de la entrada. Dentro parecía estar en una especie de habitación
construida de madera color negro con una pequeña mesa en el centro, extraños dibujos pintados en
la pared, y una puerta roja al fondo de la habitación. Giró la manija y la puerta cayo por si sola, el
agua había hecho estragos sobre las viejas bisagras del marco ocasionando un sonido corto y
ahogado cuando la pesada puerta toco el suelo. Erik se encontró con un largo pasillo estrecho
sostenido por pilares de madera tanto en paredes laterales y el techo adornado con antorchas
flanqueando el oscuro pasillo, en cierta manera el túnel le recordaba a una vieja mina en la que
trabajaba su abuelo. Había pasado más de una hora y media y no hubo señales de Erik, en la lápida
Duncan se seguía cuestionando sobre si verdaderamente estaba perdiendo el tiempo, pero al darse
cuenta de donde estaba sentada, descansando sobre una posible pista, calmaba la terrible idea de
que no estaba yendo por un buen camino, sin embargo, las palabras de Wesley resonaban con eco
en su cabeza al exigirle regresarle a sus hombres intactos, Erik aun no regresaba y en consecuencia
eso la deprimía de nuevo, cargaría la vida de un hombre en su consciencia en vano, tal vez después
de todo si estaba perdiendo el tiempo. Mientras el oficial Walter se estaba quedando dormido
recargado sobre una esquina de la lápida, el oficial Anthony apuntaba su linterna al final del
cementerio donde emergían los árboles que simulaban un manglar, alumbraba hacia esas delgadas y
filosas ramas, las gruesas raíces de donde sentía que le clavaban una mirada, tenía la sensación de
que los estaban vigilando. La lluvia seguía cayendo agresivamente, notaban como poco a poco el
agua empezaba ascender los escalones de la lápida, incluso el nivel agua de la fosa que habían
descubierto empezaba a subir también sumergiendo un centímetro más a Erik. Un silbido desde la
parroquia hizo que todos se pusieron alerta, alumbraron con sus linternas hacia la puerta que le
habían cortado las cadenas y Duncan con los nervios de punta colocó su mano sobre su arma en la
cintura.
—El arma no es necesaria —le dijo Edwin rápidamente tocándole la mano—. Fue inevitable
acordarse del padre Araldo en aquella noche cuando Cassie Wilkerson mataba a un cachorro con
sus propios dientes. En ese momento se puso como propósito trabajar con su modo de reaccionar
ante el miedo.
—Es Erik —dijo Edwin tocándole el hombro haciéndole saber que todo estaba bien.
—¿De dónde salió? —le preguntó Duncan a Edwin conociendo ella la posible respuesta.
—¡Casi te vuelan los sesos, muchacho! —exclamó Anthony al percatarse de la exagerada
reacción de la detective.
—Por poco —añadió Walter poniéndose de pie, sorprendido de los reflejos de Duncan.
—¡Es hora de irnos! —gritaba Erik desde la puerta de la parroquia apagando y encendiendo
su linterna—. Tras subir al bote sintieron como la temperatura empezaba a descender mientras el
agua ascendía. Partieron de la parroquia dejando la estela en el agua y desde ese entonces toda
conversación que tenían debía de ser con un volumen de voz elevaba para poder ser escuchados
bajo la torrencial lluvia.
—¿Entonces el túnel si conecta a ambas iglesias? —preguntó Edwin desde el frente del bote
—Así es —respondió Erik, maniobrando el motor desde la parte posterior del bote—. Por un
momento creí que había llegado al mismo templo, pero al quitarme el visor me di cuenta de que era
muy parecido, era el mismo templo que contó sobre los protestantes, estoy seguro de eso, porque al
salir de ese templo me lleve un gran susto al ver al cristo de cabeza en el tejado, era muy real y
grande.
—La pregunta del día, ¿quién construyo la sala donde se hacían los sacrificios de los niños?
—preguntó el viejo Anthony.
—¿Y si ambas religiones hacían eso?, tal vez estaban en acuerdo —añadió Walter mirando
alrededor suyo lo que un día fue un pueblo satánico.
—No tiene sentido —dijo Edwin—. Detective Duncan, ¿qué opina usted?
Pero antes de que la detective Duncan pudiera expresar su opinión, el bote se detuvo en seco.
—¿Ahora qué? —cuestionó Duncan desde el frente del bote cerca del oficial Edwin.
—Demasiado peso —dijo Anthony sonriendo.
—Opino que deberíamos dejar a Walter aquí —bromeó, dándole unas palmadas sobre el
lomo grasiento del oficial Walter que estaba sentado frente a él—. Su carácter había cambiado
desde que salieron del cementerio, se encontraba menos preocupado.
—Cierra la boca —añadió Walter, acostumbrado a los chistes o comentarios de Anthony,
pero siempre tomaba los comentarios como lo que son; simples comentarios.
—Parece que ha sido la falta de combustible —respondió Erik, quitando una lona de la parte
en posterior del bote para mostrar un bidón con combustible a la mitad—. Ah, sí, perfecto. Con esto
lograremos salir de aquí.
—Ni oxígeno, ni combustible, no sé cómo has logrado seguir vivo hasta ahora —replicó
Anthony alzando un poco la voz para que fuese escuchado bajo la lluvia.
—¿Alguien tiene binoculares? —preguntó Duncan poniéndose de pie.
—En mi mochila —dijo Erik mientras suministraba gasolina al motor—. ¿Por qué?
—Confirmen si soy la única que ve una persona en la entrada de la parroquia.
—Lo que me faltaba —pensó Anthony con el mismo tono de preocupación de antes
llevándose una mano temblorosa a la frente—. Al voltear efectivamente notaron la presencia de
alguien a lo lejos, debido a la lluvia torrencial era imposible ver bien el rostro, solo estaba quieta en
la entrada de la puerta guinda de la parroquia. El oficial Edwin le extendió los binoculares a Duncan
que había sacado de la mochila de Erik. Un relámpago alumbro el rostro de la mujer que le pareció
familiar a Duncan, una anciana descuidada que no tenía nariz vestida con el hábito religioso de una
monja. En forma de flashback le vino a la mente el recuerdo del retrato hablado por parte del niño
Tom White hace cinco años; era “el muerto”.
—Creí que el pueblo estaba deshabitado —dijo Anthony, tratando de recuperar la cordura—.
Ahora tenemos un testigo que vio como profanábamos la tumba de su sacerdote.
—Es solo una monja, tal vez tiene alguna tarea relacionada con la iglesia —añadió Erik
mientras terminaba de suministrar el combustible—. Duncan retiró los binoculares de su rostro para
tallarse los ojos, limpio el agua de los binoculares y observo de nuevo.
—¿Qué pasa? — preguntó Anthony preocupado—Claramente viste algo.
—Nada, Erik apúrate con eso, ¡ahora!
—¡Listo! —dijo Erik poniendo en marcha el bote.
—toma, guárdalos —susurró Duncan a Edwin extendiéndole los binoculares—. No dejes
que nadie la mire.
—¿Qué vio, detective? —la curiosidad estaba ganando la lucha interna en Edwin contra la
orden de Duncan.
—No estoy segura —cruzó los brazos sentándose.
—Puede decírmelo, puede confiar en mí.
—No se lo cuentes a nadie ¿está bien? Mucho menos al detective Wesley.
—De acuerdo, ¿Qué sucede?
—La mujer…empezó a caminar hacia nosotros.
—¿Qué dice?, tal vez necesita ayuda. Debemos regresar en este instante, no podemos dejarla
sola con este clima.
—Se acercaba caminado…sobre el agua. Las dudas del oficial Edwin se esfumaron al ver los
ojos de la detective que expresaban terror. Al salir del pueblo montaron el bote sobre el remolque
que estaba anclado en la camioneta en la que habían llegado, el cielo parecía caerse, las nubes se
volvían cada vez más oscuras, a pesar de ser temprano parecía que había anochecido.
Tras una hora de andar por un sendero flanqueado por árboles y maleza interceptaron la
carretera que lleva a la ciudad. Llegaron al fin del sendero en donde había un letrero viejo que en
ciertos años fue restaurado para no olvidarse que ahí existió un pueblo alguna vez. Cerca del letrero
estaba la camioneta del detective Wesley.
— ¿Qué rayos hace tu jefe aquí, Walter? —replicó el viejo Anthony a su copiloto Walter.
—¿Quedaron en verse aquí detective Duncan? —preguntó Edwin, confundido y
encorvándose para poder ver a Duncan al otro lado de la cabina pues ambos estaban separados por
Erik.
—No, no tengo ni idea, supongo que viene a pedir mi renuncia —todos la miraron, incluso
Anthony desde el retrovisor—. Al ver que la camioneta de los oficiales se acercaban el detective
Wesley bajó de su camioneta vestido de un impermeable rojo y un segundo hombre con un
impermeable amarillo.
—Ese puto bastardo —maldijo Anthony, apretando los dientes observando la patrulla de
Wesley a través del parabrisas que limpiaba las hojas y el agua que caía con violencia debido al
agresivo viento—. No se ofenda Detective Duncan, pero desde que llegó ese infeliz remplazando al
oficial Gordon todo se ha ido al carajo, es un malnacido que abusa de su autoridad.
—No le haga caso detective —dijo Walter girando su espalda con mucha dificultad—. Lo
que quiere decir el oficial Anthony es que desde la llegada de usted y el detective Wesley pusieron a
trabajar al viejo como hacía muchos años no lo hacía.
—Pusieron andar sus rechinantes articulaciones —añadió Erik—. Una ligera sonrisa se les
dibujó en el rostro.
—No le tengan tanto coraje a Wesley —dijo Duncan—. A pesar de todo se preocupa por
ustedes, me encargó estrictamente que “sus hombres” regresaran intactos. La sonrisa desapareció al
instante cuando Duncan bajó la ventana mientras se acercaba Wesley.
—Apuesto que encontró algo detective —dijo Wesley, alzando la voz para poder ser
escuchado. Duncan solo asintió con la cabeza—. Yo también, o eso creo.
—Venga, iremos a la casa de los Wilkerson —confundida, bajó de la camioneta—. Anthony
bajó su ventana para despedirse.
—Muchas gracias, chicos. De verdad fueron de gran ayuda —confesó Duncan—. Todo lo
que vimos hoy es confidencial hasta nuevo aviso.
—Hasta la próxima, detective —dijo Erik sonriendo mientras alzaba la mano.
—¡Ja! —dijo Anthony—. Espero que no exista “una próxima”.
Le guiñó el ojo con ese parpado caído a causa de la edad. En cierta manera le agradó trabajar
con Duncan, porque a pesar el miedo que sentía recordaba la emoción que era de encontrar pistas
nuevas, pero era muy duro como para decírselo directamente, no toleraba recibir órdenes de una
mujer.
—Cualquier cosa que necesite, detective Duncan, contácteme —ofreció Edwin, mientras
Anthony negaba ligeramente con la cabeza la emotiva despedida.
—Hasta luego —dijo Walter, sonriendo con sus rojizas mejillas gordas—. ¿Qué les parece
unas rosquillas con café?, el clima lo amerita. La sobrina de Anthony trabaja en el restaurante con el
café más rico de toda la ciudad
—Edwin y Erick aceptaron.
—Y lo mejor de todo es que nos queda de pasada —agregó Anthony arrancando la
camioneta.
CAPITULO 12
—No entiendo —dijo el padre Araldo acomodándose el impermeable amarillo en el asiente
del copiloto—. La historia que le conté detective es exactamente como me la contaron a mí, es muy
probable que conforme pasan los años se manipule la información o detalles de esta.
—Tengo entendido que Caitlin Harrel fue crucificada —continuó Wesley, mientras
conducía—. Entiendo, pero, ¿quién es ese ente que vio usted en la entrada de la parroquia y el niño
Tom White hace cinco años? ¿Será la misma persona?
—Los ojos del detective Wesley se clavaban sobre los ojos de Duncan a través del retrovisor
buscando una respuesta.
—Creí que el padre Araldo podría decirnos.
—¿Yo? —frunció el ceño confundido.
—Esta anciana vestía un hábito de monja, tal vez su iglesia se lo pudo dar en acción de
caridad, tiene que recordar quien es, por sus características físicas es imposible no reconocerla.
—En ese caso tendrían que hablar con la hermana Varteni Saryan, ella dirige las obras de
caridad.
—¿Cuál es la historia de la hermana Varteni? —preguntó Duncan mirando como el padre
Araldo sacaba su crucifijo de madera del impermeable amarillo.
—Ella ya estaba en la iglesia antes de que yo llegara, es proveniente de Alemania, por lo que
sé en una noche de tormenta como esta, hace muchos años tocó las puertas de la iglesia, a pesar de
hablar muy poco el idioma logró hacer entender que su estado migratorio no estaba en el orden
correcto y suplicó que la dejaran ayudar, en cuanto tengan oportunidad hablen con ella, estará
encantada de cooperar. Horas después dejaron al padre Araldo frente al edifico de su departamento,
en la cual entró corriendo, la lluvia del pueblo de san Nicolas se había convertido en nieve
conforme subían de nuevo al pueblo de Netten.
—¿Por qué ha traído al padre Araldo, detective Wesley?
—Creí que me seria de ayuda, pero creo que es muy incrédulo.
—¿Ayudarlo con qué?
—Mi nieta Melany ha dicho que tiene una amiga imaginaria que se llama Caitlin Harrel, y
que sus pies y manos tiene unos agujeros.
—¿Eso le dijo? —preguntó sorprendida.
—Sí, creo que le debo una disculpa detective Duncan. Después de todo, estas historias puede
que sean reales. También mencionó que Caitlin estaba siempre acompañado de una gran sombra
que la acompaña como si la protegiera. Sorprendida, Duncan empezó a armar un rompecabezas en
su mente. La nieta del detective Wesley había visto a Caitlin Harrel con una sombra al igual que
Cassie Wilkerson el día que su madre la bañaba y su hermana Allison también dijo algo similar en
el hospital ¿Qué conexión podrían tener este trío de niñas? Al subir la colina cubierta de gruesa
nieve, la radio de la patrulla llamaba al detective.
—Aquí Wesley, cambio.
—Detective, se requiere de su presencia en la carretera Hampton a unos kilómetros antes de
entrar en la ciudad, una de las patrullas de la comandancia de Netten se ha volcado.
—¿Cuál es el estado de salud de los oficiales?
—Al parecer están en estado grave, están siendo transportados en una ambulancia al
hospital.
—Entendido, cambio.
—No puede ser —el corazón de la detective se empezó a acelerar, si algo les pasaba iba a
caer sobre su conciencia.
—Tranquila detective, estarán bien.
—Es mi culpa…
—No es culpa de nadie, yo me haré cargo. ¿Cree poder hacerse cargo de los Wilkerson?,
saque toda la información posible a esa niña, tal vez ya ha recordado algo. Lo ideal hubiese sido que
el padre Araldo la acompañase.
—El padre Araldo está firme en su convicción de que es una enfermedad mental.
—Estoy seguro de que lo es, pero siempre es mejor prevenir que lamentar.
—Comuníqueme del estado de salud de los oficiales.
—En cuanto tenga algo le marcare al teléfono de los Wilkerson, esté al pendiente.
Al bajar de la patrulla y sacar sus pies de la nieve que dificultaba su andar, llegó al pórtico de
los Wilkerson para tocar su puerta.
—Detective Duncan, ¿en qué le puedo ayudar? —preguntó, invitándola a tomar asiento en el
sofá mientras le servía un té caliente.
—Quería saber cómo está Cassie.
—Ella está bien, ahora está durmiendo gracias a los medicamentos que el psiquiatra le
recetó. De hecho, Oliver está consiguiendo más —le extendió la tasa de porcelana que hervía
mientras tomaba asiento junto a ella.
—Me alegra que esté bien —dio un pequeño sorbo, lo dejó sobre la mesa que tenía enfrente
y esperó a que el té llegara al punto de estar tibio.
—Duncan, creo que le debo una disculpa. La manera en que le pedí las cosas… no estuvo
bien, le ruego que me disculpe.
—No se preocupe señora Haley. Entiendo su situación. Sobre eso que me pidió, hemos
descubierto que el túnel que supuestamente construyeron los protestantes tiene un punto de
encuentro con un segundo túnel que llega a la iglesia del padre Jamie.
—¿Punto de encuentro?
—Si, bajo la parroquia hay un túnel que llevaba al cuarto de sacrificios, de igual manera que
el de la iglesia de los protestantes, según el padre Araldo el cuarto estaba justo debajo de la
parroquia, pero no es así.
—De modo que estaban unidas en cierta forma, ¿quién es el responsable entonces de matar a
los niños en sacrificios?
—Esa es la pregunta del millón.
—Sí, Caitlin Harrel está muerta desde hace mucho tiempo… sigo sin poder entender de
dónde sacó Cassie esos nombres, y Allison dijo que veía una sombra que controlaba a Cassie en el
hospital cuando estuvo internada.
—Hay algo que debe saber, señora Haley. Sus hijas no son las únicas que ven ese tipo de
cosas.
—¿Qué quiere decir?
—Melany Roberts, la nieta del detective Wesley le ha confesado que ha visto cosas
similares, una sombra que controla a una mujer, una mujer que se presentó como Caitlin Harrel.
—¡Dios mío!
—Y esto, señora Haley, no se trata de una histeria colectiva. Esto va más allá, porque en
medio de todo esto, seguimos sin entender qué relación tiene Melany y Cassie con esta “sombra” o
con la misma Caitlin Harrel, son niñas que no tienen nada en común.
—Tal vez sí tienen algo en común después de todo —dijo fijando su mirada en el vapor del
té que subía por el aire serpenteando e hipnotizando para traerle recuerdos—- Hace unos meses
Melany y Allison estuvieron juntas en un campamento, tal vez ahí escucharon alguna historia sobre
esta mujer y su acompañante, y tal vez, solo tal vez, Allison le haya contado esa misma historia a
Cassie en cuanto llegó y durmieron juntas. Desde entonces su cabeza no ha parado de imaginar
cosas.
—Puede ser, puede ser, uniendo estas piezas del rompecabezas puede contárselo al
psiquiatra de Cassie para que evaluase mejor la situación.
—Espero que sea de ayuda, la psicóloga que atendió un par de veces a Cassie es la misma
que estudió a Allison en el hospital, pero sobre Allison no pudo dar muchos detalles debido al poco
tiempo que estuvo con ella.
—Tal vez le pueda sacar un poco más de información, ¿cómo se llama esa psicóloga?
—Jan Morris.
—Jan Morris —musitó mientras escribía en una pequeña libreta roja que saco de su
chaqueta—. Muy bien, en cuanto tenga más información se la haré saber.
—Se lo agradezco, detective.
—¿Cree que su esposo tarde en llegar?, esto es incómodo, pero quisiera pedirles que me
llevaran al hotel “The Winds”
—No tiene por qué ser incómodo, es lo menos que podemos hacer por usted por tantos años
en este caso… se lo que dije en el hospital, y le pido que me disculpe de nuevo —Duncan solo
asintió y sonrió.
—¿Cómo se encuentra usted señora Haley? ¿Ha podido descansar?
—Ahora que me lo pregunta, creo que no. No descansé durante cinco años, pero ahora que
Cassie está aquí, sigo sin poder descansar. A veces siento que descanso menos cada día más, se
escucha mal, lo sé, Dios me perdone. He tenido muchas pesadillas.
—¿Quiere contármelo? —preguntó Duncan sorbiendo su té.
—¿Mis pesadillas?, no lo sé. No la quiero asustar.
—He tenido pesadillas también, créame que ninguna supera a las mías, y creo que todo está
relacionado con su hija Cassie.
—Justo esta mañana me levanté de un sobresalto. Estaba soñando que me levantaba de mi
cama porque escuchaba ruidos extraños justo aquí, en la sala. Cuando llegaba hasta acá, me
encontraba con Allison ahorcada con una cuerda que nacía del techo, ya sin vida Cassie arremetía
contra el cuerpo de Allison con el martillo largo que usa Oliver en la carpintería.
—¡Wow!, creo que al final si me superó.
—Y espera, Allison con una voz de tranquilidad mientras desayunábamos me dijo que había
soñado que Clare danzaba en la nieve fuera de neutra casa con mi cabeza en mano.
—Retiro lo dicho, ella gana.
—Creo que todos en esta casa estamos perdiendo la cordura, toda mi familia así ha sido
siempre —susurró recordando a su madre calcinada en los brazos de su padre.
—Oh, Cassie. ¿Cómo estás? —saludó Duncan—. El aspecto de Cassie era sorprendente,
parecía salida de un manicomio con su bata blanca, sus ojos fijos como si mirara al vacío estaban
medio cubiertos por sus párpados que luchaban por no cerrarse, su pelo maltratado, su brazo
izquierdo sangraba de su pliegue en señal de que se arrancó el catéter y esa misma sonrisa
perturbadora de oreja a oreja.
—¿Qué haces despierta Cassie? —preguntó sorprendida Haley—. Hacía menos de una hora
que se había quedado dormida por el fuerte sedante que le habían aplicado, no se explicaba por qué
estaba ahí de pie como si hubiese despertado de cualquier sueño matutino.
—Tienes una llamada —dijo mientras se lamía sus labios deshidratados. El teléfono en la
cocina empezó a sonar al instante.
—¿Podría contestar detective? —añadió Haley mientras se acercaba a Cassie para detener la
hemorragia de su brazo moreteado—. Duncan se dirigió a la cocina para atender el teléfono.
—¿Sí? —Duncan giró su cabeza por unos segundos para mirar a Cassie quien le clavaba la
mirada.
—¿Detective Duncan?, soy Wesley.
—Detective, ¿cómo están todos?
—Hay malas noticias, lamentablemente todos han fallecido. El oficial Edwin fue el último,
solo ha dicho cosas incoherentes, el Dr. Riley dice que es debido a los traumatismos en la cabeza.
—¿Qué ha dicho? —Duncan se llevó a la mano a la boca tratando de reprimir sus ganas de
lamentarse, la culpabilidad estaba pesando en su corazón.
—Supuestamente una mujer se atravesó en plena carretera y al tratar de esquivarla se
volcaron —en el pasillo, Cassie hizo a su madre a un lado con una fuerte bofetada, se abrió camino
para brincar y trepar la espalda de Duncan mientras le estiraba fuertemente su cabellera, en ese
momento Oliver entró por la puerta del garaje confundido por lo que veía, en su mano llevaba una
bolsa de plástico con los medicamentos psiquiátricos.
—Te dije que te fueras, es mía —le susurró Cassie al oído con la misma voz que hace años
había escuchado por la radio.
—¡Cassie! —exclamaba Oliver tratando de quitar a Cassie de encima de Duncan, pero era en
vano. De pronto, Cassie fue lanzada con tremenda fuerza aun lado del sofá.
—¡Oliver!, la vas a lastimar —sollozó Haley aún débil en el suelo con sus labios partidos.
—Pero… yo no he sido —dijo Oliver confundido—. Tras unos segundos de silencio, Cassie
empezó a gritar con su voz natural.
—¡Ayuda! ¡Mamá! ¡Mamá! —sus cabellos se elevaron como si un ser invisible la tomara
por el pelo—. Bruscamente la puerta de la sala se abrió dejando pasar la corriente helada del viento
y Cassie Wilkerson estaba siendo arrastrada hacia afuera con brutal violencia.
—¡Mi cabello mamá! ¡Ayuda!
—¡Sostenla! —gritaba Haley—. Mientras que Oliver se lanzaba al suelo para abrazarla e
impedir que se la llevaran, pero ni siquiera con su peso era posible frenarla. Duncan con mucha
destreza cerró la puerta, y lo sobrenatural cesó, dejando solo el llanto de Cassie y la preocupación
de sus padres dentro de la casa.
—Buenos días, quisiera hablar con el padre Araldo —dijo Duncan mostrando su placa al
entrar a iglesia a una de las monjas que salía con pasos apresurados sosteniendo en sus manos un
crucifijo.
—El padre Araldo ha llamado hace unos momentos para avisar que tuvo un inconveniente,
no tardará en llegar. El padre siempre ha sido muy puntual, a las cinco de la mañana él ya está aquí
rezando. Si gusta esperar…
—Si, está bien, lo esperaré.
—¿Por qué no pasa a la cocina a tomar un café mientras lo espera?
—Lo haré, gracias. Otra cosa, la hermana Varteni Saryan, ¿está aquí?
—Así es, tal vez esté haciendo sus oraciones, puede y que se la encuentre en la cocina en
unos minutos.
—Se lo agradezco —tras caminar por un largo pasillo con una pared blanca en la izquierda y
con enormes ventanas del lado derecho con sus vidrios difuminados por el frío, los árboles del
jardín de la iglesia se movían de manera salvaje sacudiéndose de encima la nieve. El sonido de sus
zapatos hacía eco por el pasillo vacío que lleva a la cocina, algunas luces del techo empiezan a
parpadear, Duncan supone que las antiguas instalaciones eléctricas de la iglesia debían ser
remplazadas. Al fondo en la pared hay un letrero que dice el horario de la cocina, a su izquierda la
pared blanca finaliza con un umbral de una puerta de cristal con un pequeño letrero que dice
“Empuje”. El comedor es muy pequeño con solo cuatro mesas largas de plástico con bancas a su
alrededor que muy probable eran bancas que habían sobrado de la iglesia o que habían sido
reparadas y le dieron una segunda oportunidad. Las paredes del comedor están adornadas con
azulejos pequeños y blancos que dan la pinta de que ese lugar fue un baño o regaderas años atrás, en
la pared frontal hay unas ventanas rectangulares en lo más alto de la pared donde solo entra la luz
de una lampara alumbrando a la cortina de nieve que sigue cayendo. En la pared izquierda hay dos
puestas de sanitarios tanto de hombres y mujeres y un pequeño ventanal a la derecha donde se
observaban a las cocineras preparando su lugar de trabajo desde muy temprano, algunas ponían
ollas sobre la estufa, otras cortaban apio y un sinfín de verduras, una de ellas se acercó al ventanal
para dirigirle la palabra a Duncan.
—La cocina aún no está abierta, además, es solo para las hermanas de la iglesia —los ojos
de la señora cocinera eran enormes, daban la sensación de que en cualquier momento se le saldrían
los globos oculares de su cuenca.
—Una de las hermanas me ha dicho que pase a tomar café, estoy esperando a la hermana
Varteni.
—Ya veo, ¿cuántas cucharadas de azúcar?
— Dos, por favor —la taza negra escurría unas gotas de café, Duncan se le quedó mirando al
vapor de la taza recordándole al té que Haley Wilkerson le había ofrecido el día de ayer cuando
Cassie tomó una actitud agresiva, y lo más extraño era que había sido arrastrada como si intentaran
sacarla de su casa, una escena escalofriante que no tiene explicación por parte de la ciencia. O,
¿había alguna manera de que Cassie se impulsará con sus pies y daba esa sensación de arrastre?, sus
pensamientos fueron interrumpidos por unos pasos que se acercaban por el pasillo. En las ventanas
aún había oscuridad. Al ver entrar a la hermana Varteni Saryan sintió un pinchazo en la espalda.
Sentía que ya la había visto antes, pero era más que eso, sentía que ya la conocía. Tomó su café y le
dio un sorbo tratando de recordar. Enseguida la hermana Varteni tomó asiento frente a ella, giraba
su café con una cuchara plateada pequeña, pero lo que captó la atención de Duncan es que llevaba
unos guantes de piel color negro, a pesar del frío de afuera, el clima del interior era cálido como
para quitarse los guantes.
—Me ha dicho una de las hermanas que me busca, señorita Megan Duncan —dijo sin
mirarla a los ojos, su vista estaba clavada en su taza. Duncan frunció el ceño, su mente maquinaba
tratando de recordar en qué momento le dijo su nombre completo a la hermana que se encontró en
la entrada. Le mostró la placa, tal vez allí observo su nombre, aunque solo le mostro aquella placa
dorada unos segundos, y la distancia era considerablemente lejos como para ser leído su nombre
con esas diminutas letras en relieve poco definidas.
—Soy detective —puntualizó—. Quisiera hacerle un par de preguntas si me lo permite.
—Adelante.
—Hace cinco años desapareció una niña.
—Los Wilkerson... lo recuerdo. Algunas hermanas y yo nos encargamos de pegar imágenes
de ella en todos los postes del pueblo.
—Antes de la desaparición, la señora Haley dice que mantuvo una conversación con una
mujer que vestía un hábito de monja. Pensamos que tal vez en una de sus obras de caridad le
donaron una de esas vestimentas.
—La mayoría de nuestras donaciones son para gente necesitada, no recuerdo con exactitud si
donamos un hábito, a decir verdad, esos tipos de vestimentas especiales no la donamos a las
personas de la calle; se mandan algún convento u otras iglesias. Pero supongamos que, si lo
donamos a un necesitado, en ese caso, ¿Están sospechando de un indigente como principal
secuestrador de una pequeña niña? ¿Un indigente que no tiene ni para comer para el mismo logró
mantener con vida durante cinco años a Cassie Wilkerson?
—Solo estamos descartando.
—¿Tiene alguna fotografía del sospechoso?
—Sospechosa —enfatizó Duncan. Los ojos de la hermana se fijaron sobre los de Duncan
tras dar un sorbo a su café, se veía realmente muy vieja, pero aún estaba cuerda.
— No tengo una imagen en este momento, pero uno de los testigos afirma parecerse a “un
muerto” —Duncan no solo se refería al testigo de Tom, si no de ella misma también.
—¿Un muerto?
—La anciana no tenía nariz, uno de sus ojos eran blancos, dientes descuidados al igual que
su cabello.
—Por como la describe, me viene a la mente la imagen de la hermana Gadar Mouradian
—¿Y dónde está?
—Venga conmigo —se pusieron en marcha caminando por el pasillo largo. Entraron a un
pequeño edificio de una sola planta donde abundaban las puertas, eran las habitaciones de las
monjas. Al llegar a la última puerta entraron a la habitación de la hermana Varteni, pequeña,
acogedora con una desgastada pintura color verde menta, una pequeña mesita de noche, una cama,
un crucifijo. La hermana Varteni se hincó sobre su cama y sacó un baúl azul polvoriento de bajo de
ella. Al abrirlo estaba lleno de libros, biblias y canticos. Sacó un álbum viejo amarrado con un
pedazo de tela. Todas las fotografías en ellas tenían un filtro de sepia, fotografías de monjas,
iglesias, padres, misas, obras de caridad. La madre Varteni señalo una fotografía en la que una de
las monjas servía un plato de sopa a uno de tantos niños, su rostro era totalmente blanco.
—Ella era la hermana Gadar —dijo señalando con su dedo enguantado.
—¿Era?
—Falleció hace muchos años.
—¿Por qué lleva una máscara de porcelana?
—Ella es de Alemania.
—Como usted, ¿no es así?
—Exacto, era mi amiga. Ambas venimos de un pueblo donde aún tienen costumbres
extrañas y creencias en base a supersticiones. Cuando ella era una monja joven, un grupo de
cazadores la encontraron rezando en un bosque con un bebé en brazos. La escena no era nada
favorecedora para ella, así que los hombres creyeron que había secuestrado al bebé; la declararon
bruja, la aprisionaron y la torturaron, eso se veía en su rostro. Cuando llegó su juicio, declararon
quemarla en la hoguera el siguiente día. Pero cuando el alba de la mañana se mostraba, ella había
desaparecido de su celda, había escapado, no sé cómo, solo se apareció en la puerta del convento y
me dijo que escaparía, me contó sus planes de manera rápida y se esfumó.
—¿Cómo lo hizo?
—No lo sé, yo seguí sus pasos. Aprendí mucho de ella, pero nunca, en tanto tiempo que la
conocí, habló de aquel día. Éramos las únicas que hablábamos alemán y ni así jamás entró en
detalles.
—Su idioma ha mejorado, cualquier persona diría que usted es originaria de este país.
—Ya son muchos años viviendo en este país, ¿no lo recuerdas?
—¿He de recordar que?
—¿Por qué te fuiste del convento donde te dejó tu madre? ¿Por qué te alejaste de nosotras
que te vimos crecer?, nosotras te criamos.
—¿Usted estaba allí? —preguntó sorprendida.
—Yo estaba allí, incluso la madre Gadar —los vellos de la piel de Duncan se erizaron, por
más que su mente trataba de recordar no lograba sacar a flote sus memorias.
—Yo… no recuerdo, lo único que recuerdo es que me fui porque mis creencias
eran…distintas, o tal vez me faltaba fe.
—¿No lo recuerdas?, así está mejor.
—¿Por qué estaría bien que no lo recuerde?
—Hay cosas que merecen ser olvidadas —una sonrisa perversa apareció en su rostro, le
recordó a Cassie Wilkerson en uno de sus trances.
—Me tengo que ir, vendré luego a buscar al padre Araldo.
Desde su camioneta, estacionada frente a unos consultorios médicos, Duncan reflexionaba
sobre aquella pregunta de la hermana Varteni “¿No lo recuerdas?”. Un auto se estacionó frente a
ella, bajó del auto la psicóloga Jan Morris, cruzó la calle rápidamente, al llegar al otro lado de la
cera introdujo una llave en la perilla de su consultorio y se adentró. Duncan le siguió antes de que
uno de sus pacientes llegase. Tras presentarse oficialmente y entrar en un poco de confianza,
Duncan procedió a las preguntas sobre Allison Wilkerson
—Ah, sí. Recuerdo bien a la niña, estaba aterrorizada por su hermana. Lloraba por su
mascota llamada “copo”.
—¿Cuál fue la razón por la que Allison empezara a ver a “la sombra” que controlaba a su
hermana?
—No puedo hablar sobre mis pacientes, es confidencial, y aunque tuviera una orden en sus
manos, no podría decirle con exactitud, no tuve suficiente tiempo para evaluarla con más precisión.
—Entiendo —la mirada de Duncan se fijó por unos segundos sobre el diván en el que se
recuestan los pacientes cuando están en terapia.
—¿Detective Duncan? ¿Se encuentra bien?
—¿Le puedo hacer una pregunta?
—¿Cómo, detective?
—Como paciente.
—Claro, con toda confianza.
—Puede una persona bloquear recuerdos, ¿cierto?
—Por supuesto, cuando hay momentos en la vida de esa persona que le causaron miedo,
estrés, traumas, el inconsciente puede lograr bloquear esos recuerdos.
—Esta mañana he estado con una persona, y me ha preguntado cosas de mi pasado que no
logro recordar, pero sé que a esa persona la conozco, no sé de dónde, pero la conozco y es muy
importante saber qué es lo que está pasando.
—¿Quiere que le ayude?, la hipnosis es un tratamiento que ayuda a las personas a recuperar
sus memorias cuando estas han sido bloqueadas.
—Lo sé, la policía utiliza mucho este método con las víctimas.
—¿Está lista? —Duncan asintió, después de acostarse sobre el diván, cerró los ojos bajo las
instrucciones de la psicóloga, su concentración estaba enfocada en el tic—tac del reloj victoriano
que estaba detrás de la silla de Jan, su respiración se hacía más profunda y lenta, una sensación de
sueño dominó sus parpados.
—Respire profundo, relájese, piense en aquellos días que quiere recordar con exactitud, en
cuanto esté en ese lugar responda con un “Si”
—Sí, aquí. Aquí estoy.
—¿Dónde está?
—Estoy en el convento de monjas, en la ciudad.
—¿Qué edad tiene?
—No lo sé.
—Está bien, concéntrese, ¿puede describirme donde esta?
—Estoy en mi habitación, sosteniendo un crucifijo, estoy rezando, afuera hace mucho frio,
hay una tormenta de nieve, unos pasos apresurados se están acercan a mi habitación, es la hermana
Varteni, creo.
—¿Cree?
—Tiene el rostro difuminado, pero sé que es ella por su voz.
—¿Qué le ha dicho?
—Que me apresurare a ayudarle, una mujer ha llegado en labor de parto.
—Vamos bien, ¿dónde está ahora?
—Estoy en otra habitación, hay dos monjas calmando a la mujer embarazada.
—Entre más detalles me dé mejor es para usted, detective.
—ellas llevan su hábito, yo solo llevo mi pijama; un vestido largo y blanco, el viento silba
muy fuerte a través de las ventanas.
—¿Cómo te sientes?
—Nerviosa, jamás había visto un parto.
—¿Puedes ver algún rostro?
—Si, solo el de la mujer embarazada… es… la señora Wilkerson.
—¿La señora Wilkerson?
—Si, ella me está mirando mientras sostiene la mano de una de las monjas, esta ruborizada,
las venas del rostro están inflamadas, suda mucho. La luz se ha ido, una de las monjas me ha pedido
que traiga unas velas, las están encendiendo, al parecer el bebé ya viene, una de ellas se ha puesto
frente a ella para recibir al hijo de Haley… ¡Dios!
—No pares, sigue contándome lo que ves.
—Puedo ver el rostro de la madre Gadar, está atendiendo el parto.
—¿Está segura de que es la madre Gadar?
—Por supuesto, lleva una máscara de porcelana. El bebé es una niña, es hermosa y fuerte.
—¿Cómo se llama?
—La señora Haley con voz temblorosa le susurra el nombre de Cassie, suplica que la dejen
ver a su bebé.
—¿No la dejan ver a su hija?
—No, me la han dado a mí. La madre Gadar me ha ordenado llevármela a otra habitación,
me ha dado unas llaves, yo me apresuro a llegar por el pasillo donde hay muchas puertas, hay una
en especial, recuerdo que me prohibieron acercarme a esa habitación antes, es prohibida.
—¿Prohibida? ¿Qué hay dentro?
—Es una habitación negra.
—¿Oscura?
—No, es negra. Hay muchas velas, las paredes están pintadas de negro con extraños
símbolos en la pared con pintura roja. Hay una pequeña mesa sobre un tipo de estrella pintada en el
suelo. Las monjas han entrado a la habitación, la hermana Varteni me ha arrebatado al bebé
—¿Qué están haciendo con el bebé?
—Lo están sujetando en la mesa. Alguien toca la puerta, me han ordenado que la abra.
—¿Puedes reconocer a la persona?
—Tiene puesta una capucha, en sus brazos lleva un bulto envuelto en mantas.
—¿Qué está haciendo esa persona?
—Se está acercando a la madre Gadar, le ha entregado el bulto. Ahora se ha quitado la
capucha…es la señora Clare Fisher.
—¿Qué hay en el bulto?
—Lo están abriendo, es un bebé… ¡Por Dios!, es su bebé muerto,
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