Cerámicas verdes

—Esto es culpa de tu vieja, que no pudo aguantarte en la panza un día más así no nacías con la luna en escorpio.
—Callate, callate, callate— le suplico en, a mi entender, un susurro.
Agito los brazos, más que nada porque quiero sujetarla y tenerla conmigo. Pero se vé que me emociono de más porque de tanto moverme rompo el florero que está en la mesa. Ella se aleja. Camina hacia atrás, donde está la puerta, mirándome fijo a los ojos.
—¡Qué mierda hacés!— No lo pregunta. Lo afirma. Lo grita.
—¿No te das cuenta de lo violenta que sos?— Tengo la cara mojada, me limpió con la manga del buzo mientras me acurruco entre mis piernas en el piso y ella, tan alta, tan hermosa, me mira desde arriba y dice:
—¿Yo soy la violenta, pendejo psiquiátrico? Por muy poquito no estamos sangrando los dos.
Desparramado por el suelo están los pedazos de cerámica rotos resultado de mi exabrupto. Al lado de uno de los más chiquitos, tapada casi por la pata del sillón, veo mi caja de sertralina. Pensé que la había perdido, hace como una semana la ando buscando. Capaz por eso lloro tanto.
—Me estás insultando.
Me hundo entre las rodillas.
—No, estoy culpando a tu signo por tus problemitas mentales.
Levanto la cabeza.
—Shakespeare diría que los problemas de mi destino capaz perturben el tuyo, así que, te suplico que me dejes para que pueda soportar mis males a solas. Los astros brillan sombríamente sobre mi, esa es mi luna en escorpio apesadumbrandome.
—Te pusiste poético, pelotudo. Si querés dejarme, dejame. No me lo romanticés, que casi me cortas toda la pierna.
—No gordita, no me entendés.— ¿Tendrá pena por mi así como yo la tengo por ella?— No quiero más malas palabras. — Hablamos idiomas distintos, pero quiero calmarla. Nos entendemos solo en el tacto, así que me levanto despacito. Trato de acercarme a acariciarle el pelo, quiero sujetarla, abrazarla y explicarle. No me deja, pega más su cuerpo hacia la puerta, apoya las mano en el picaporte. —No te vayas, por favor. Perdoname, no quise tirar nada. Estoy intentando estabilizarme. No va a pasar más esto. Perdón. Perdón. Perdón.
Hay algo en repetir las palabras tres veces que me hace sentir en control. Ella cambia la postura. Me mira con sus ojitos redondos que parecen estar más negros que nunca. Salta por encima de los pedazos de cerámica verde para llegar hasta donde estoy yo.
—No te trato mal a propósito amor, perdoname vos también.— Y me abraza. Sumergidos en ese abrazo se borra toda discusión, toda pelea, todo grito, todo florero roto y todo corazón roto. Se unen los pedacitos que a cada uno de nosotros nos quedan, formamos uno entre los dos. Le digo que la amo, me dice que ella también, pero me toma rápido de la cara. Me aleja para mirarme y me pregunta.
—¿Hoy tomaste la medicación?
—Sí. 
Miento. Sigo.
—¿Y vos?
—Sí.
Miente. Sigue.

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