Casi que

Es largo el recorrido hasta el Cementerio de la Chacarita desde Villa Madero. Osvaldo va dos veces por semana a dejarle flores al amor de su vida, rosas y calas, que eran sus favoritas. Cada vez que me tomo el 47, lo veo a él.

En el colectivo el hombre escribe, va de acá para allá entre los asientos con su libretita y lápiz. Pareciera que va como buscándola a ella, a ver si por ahí, en una de esas casualidades, se encuentra con el fantasma de su mujer mirando por la ventana en el cruce de provincia a capital. A veces también llora, cosa que me parte el alma, no les voy a mentir, pero me compongo rápido. No quiero que se note que estoy ojeándole las lágrimas mientras manchan su cuaderno, donde explica la gran culpa que siente dejándola salir sola aquel día que él prefirió quedarse en su casa. Yo me pregunto, Osvaldo, si sos consciente de los peligros de tu barrio ¿para qué permitiste que deambule por la calle tan tarde sin ninguna compañía?. Era claro cual iba a ser su destino.

Cuando se baja agacha la cabeza mientras se suena la nariz con un pañuelo de tela que toma del bolsillo de su saco. Siempre usa el mismo traje corroído en los puños de las mangas y en el dobladillo del pantalón. Yo lo sigo a una distancia prudente. Entra a paso cansado al cementerio y saluda a la gente de seguridad, que ya lo conocen. Esta semana va a ser el primer aniversario de la muerte de su esposa. Me acerco a la tumba contigua y hago de cuenta que rezo cuando lo escucho decir “quedate tranquila, ya está todo listo. Mañana vamos a estar juntos otra vez”.

Casi que me arrepiento de haberla matado.
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