TAREAS DOMÉSTICAS  
 
I

Con qué cuidado
y doméstico afán, entre el alba y la ducha, 
meticulosamente aceitamos los goznes
a los grilletes damos brillo, nos aseguramos
que aprieten las cadenas –por si acaso–
que no hagan ruido 
sus eslabones. (Se molesta el prójimo).
Con qué aire laborioso 
Sonreímos a la mañana urgente y caminamos.
II

El sol de enero
corta sus alas sobre tu jardín, 
entra por la ventana azul, se posa 
en la madera tersa, rompe el lomo
de los libros en línea, A de Aleixandre,
B de Borges, Zeta 
de Zorrilla y de Zweig.
El sol de enero 
atraviesa cajones con olor a lavanda,
las camisas de seda a la derecha,
arriba el negro, en la mitad el blanco, 
atrás la lana, aquí el peltre, allí el vidrio,
y abajo las miserias, 
donde nadie las vea. El sol de enero
recorre el viejo orden, sigiloso, 
de mayor a menor, de grande a chico,
por países y por meses y por años,
y va a morir al centro de tu pecho
entre tu corazón encordelado. 
III

Tan tuyas y tan mías,
–el gatillo
de Portugal, la caja de madera–
tan de nadie en su estar, 
en su abandono
a la eterna costumbre de los días,
con su leve capa de polvo, 
de ese polvo 
que cae sobre tus hombros, sobre mis hombros,
sobre el pecho y la espalda de las horas. 
El tintero, la piedra azul,
–¿de dónde la sacaste?–
puestos por Dios ahí, desde el principio,
en la repisa aquella que compraste 
en los tiempos del sueño, del relámpago.
Pesadas como un sueño antes del alba,
o inútiles, ligeras, como aquellas
mentiras que me dices a veces, atediadas
por siempre, inexistentes,
no oyen crecer la extensión del silencio,
ni el roce indiferente de las manos, 
no oyen la lluvia afuera y sus bostezos, 
ni el trabajo del tiempo en su materia,
en El Hierro, en el lino,
en la madera, 
el el alma porosa de los años. 
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