María Aguilar's profile

FLY ME TO THE MOON

FLY ME TO THE MOON
Después de una tarde lluviosa, mi colega y buena amiga Alexia y yo, nos dirigíamos hacia ese lugar. Cansadas por el trabajo que habíamos realizado ese día, nos volteábamos a ver de vez en cuando para confirmar que ninguna se encontrara atrapada entre sueños en el asiento trasero del carro en el que íbamos.
Sombrillas, chamarras, bolsas, cámaras y lentes nos invadían en ese espacio concurrido con ventanas empañadas. Sin ganas de movernos por miedo a que nuestros cuerpos, apenas tibios, tocaran algo metálico, frío o ambas y se nos enchinara la piel. Tuvimos que abandonar esa cápsula donde habitaba el vapor de nuestras respiraciones para entrar a otro ambiente; lleno de luces de diversas tonalidades, olores exquisitos a pan horneado, carne y vino. Todo ese cansancio y carencia de ánimo se esfumó de inmediato al escuchar una alegre y energética melodía que inundaba todo el espacio. En la entrada, una señorita alta y de cabellera negra nos dio la bienvenida con una sonrisa tierna, fue así como todo en nosotras cambió.
Un pequeño universo totalmente enfocado en la buena música tenía nombre y locación geográfica: Jazzatlán, en el pueblo de San Pedro Cholula, donde las luces rojas, rosas y moradas le daban un brillo exótico a los instrumentos dorados. Cervezas artesanales volando de mano en mano y comida recién preparada lista para ser devorada por los espectadores ansiosos por ver a la banda tocar.
Paradas en una esquina con nuestro equipo de fotografía poco sofisticado nos manteníamos temerosas a acercarnos demasiado a los músicos pensando en lo acosadoras que nos veríamos, desde una distancia prudente empezamos a capturar sucesos curiosos, algunos con pinta de rituales: tomar un gran vaso de cerveza, releer las partituras, tocar una canción con un instrumento imaginario.
El sonido casi lujurioso de los brillantes equipos de viento, lo bohemio de las cuerdas y lo excitante de las percusiones creaban una suerte de ruido caótico y a la vez melodioso, nos indicaba que pronto iba a iniciar el tan esperado concierto. Las risas y cuchicheos bajaban de tono hasta volverse un simple eco casi imperceptible, las luces se tornaron tenues y en el centro de todo ese ambiente, se encontraban unas siluetas irreconocibles que se iban acomodando. Un silencio tan corto como el de un respiro convirtió el ambiente espeso para luego estallar con una mezcla de platillazos y notas altas por parte de los saxofones y las
trompetas. Los músicos nos adentraron a su mundo lleno de adrenalina y buena vibra, elegancia y vida sencilla.
Un éxtasis indescriptible fue inundando paulatinamente cada cuerpo que en ese lugar, por casualidad o por gusto, se encontraban esa noche. Un golpeteo con los pies o con las manos, un movimiento de cabeza que iban al ritmo de la batería o probablemente del bajo, la música envolvía con dulzura nuestro oídos y corazones, mezclándose con el aire creando algo homogéneo y hermoso. Los solos que lucían los artistas nos mantenían en un clímax eterno que sólo tenía la opción de ir más alto.
Nosotras, con el sentimiento de libertad, danzábamos con la cámara y con los interpretes, haciéndonos uno mismo y dando como resultado plasmar toda esa energía para recordarla por siempre, imágenes que al observarlas el día de hoy, puedo escuchar cada nota, cada golpe, cada acorde.
Pasaron las horas y todos parecíamos viejos amigos, sin una gota de pena, cruzábamos miradas y sonrisas compartiendo la misma sensación de bien estar. Nos movíamos con fluidez y confianza, todos disfrutando de un gusto en común: la música. Sin darnos cuenta, ya era más de media noche y eso sólo indicaba que pronto todo acabaría, nuestros cuerpos empezaron a entumirse por estar tantas horas paradas, bailando, nuestros pantalones oscuros ya tenían impregnados el polvo y la tierra en la zona de las rodillas por intentar conseguir las mejores tomas de los músicos, nuestros pies nos rogaban por un momento de paz y nuestras bocas por un sorbo de algo refrescante.
Pocos minutos después toda esa gracia y éxtasis se esfumó, todo empezó a volver a la normalidad, los músicos ya no eran músicos, sino personas con traje, la audiencia ya no era familia ni amigos, sino desconocidos compartiendo un espacio y el Jazzatlán ya no era ese universo ajeno a todo lo demás, encapsulado por una burbuja de sonidos, sino otro restaurante más de Cholula.
Tomamos nuestras respectivas pertenencias y cada una emprendió su camino a casa. Por fin el día se acabó, el trabajo, las fotografías, la comida, las cervezas y las partituras, ahora sólo queda esperar a la próxima semana para volver a ese lugar, lugar donde todos somos conocidos y no existe tiempo, sólo la música.
FLY ME TO THE MOON
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