Hatsu Da'Haus Brand Story

A veces no sé a dónde voy y se me olvida de dónde vengo. A veces siento que vivo sin rumbo y que voy caminando sin destino. A veces me siento perdido y voy buscando el camino que haga que me encuentre. Siempre he sido así, ya casi que me he acostumbrado a esa sensación. Todo suena muy filosófico pero a veces es literal. A veces viajo y voy a donde me lleve el viento, sin tener nada en mente. Y justo estoy pasando por una de esas veces.

La arena entra en mis zapatos, y mis suspiros a la nada lo dicen todo. Acechado por la helada brisa, el agotamiento de mis pies, el hambre y peor aún, mi enemigo más grande, aquel que vive gratis en mi cabeza, del que no puedo escapar ni en el más hermoso paraíso... la incertidumbre.

¿Ya lo dije, no? Sí, al principio. En otras palabras. Pero en realidad ese es el nombre que reciben mis pensamientos: incertidumbre. Y hoy solo me acompaña ella, como una sombra que se mueve sigilosamente detrás de mí, y la noche, que despiadadamente observa como ésta me consume. Entonces no me queda más que caminar, seguir hasta encontrar donde descansar y refugiarme de la cruel mirada de la luna. No recuerdo ni en qué momento comencé a seguir este sendero, si estaba andando por el lado de la carretera hace un segundo. Tampoco es que importe, porque se está abriendo a un tipo de claro, rodeado por unos árboles con flores rosadas y pálidas que parecen brillar con la luz de los astros, y que seguramente valdrá la pena darle una mirada.

Llego al claro y donde antes había arena, ahora hay pasto, rozando contra mis zapatos, como queriéndome decir que me descalce y disfrute un rato de cómo se siente en mis pies, me relaje y trate de ignorar la incertidumbre que me viene pisando los talones. Los árboles le dan un toque místico al lugar, no parecen del tipo que crecen por esta zona. Me agacho, me quito los zapatos y al alzar la mirada veo una casa. ¿Siempre ha estado allí? No recuerdo haberla visto al entrar al claro, pero si está ahí es porque siempre lo ha estado.

Luego de un rato sentado sobre la hierba y de ignorar las críticas de la luna en el cielo, me decido ir a tocar a aquella casa. Por la luz que se filtra entre las ventanas da la sensación de ser cálida, acogedora, perfecta para descansar esta noche. Me acerco, receloso, sin saber qué decir o cómo pedir posada, y justo cuando iba a poner mi puño sobre la puerta, me abre una mujer que me mira con los ojos más amables que he visto en días. Es cómo si supiera lo que estoy pensando, porque inmediatamente me invita a entrar.

La sigo dentro de la casa, y noto que va vestida con una túnica que la cubre de pies a cabeza, de un color rojo, cálido como la misma casa y su mirada. No sé qué decir. No sé si preguntarle por la casa, por su vida, por el claro afuera. Si preguntarle por mi, por mi vida, por lo que estuve haciendo hasta llegar al claro afuera. Pero aún así ella me responde. Sin tener que abrir la boca, ella me responde. Que aquí me voy a encontrar a mi mismo, me dice. Que no me preocupe por lo que sucede afuera, que aquí me puedo relajar y ser yo. Que la casa está aquí precisamente para eso, para ayudarme en mi camino y ahuyentar por fin mi incertidumbre.

Llegamos a un pasillo que parece extenderse hasta el infinito, pero eso no es posible, seguramente es una ilusión o un efecto de la luz. Pasamos por varios cuartos, todos con las puertas abiertas. Hay uno amarillo y puedo ver en la pared el dibujo de un cerdito que seguramente alguien ha dejado allí. También hay uno rosa, y veo sobre la cama un solo carrete de hilo rojo, seguramente, también, alguien lo ha dejado allí. Pasamos por cuartos blancos, negros, naranjas, rojos, verdes y azules; en cada uno puedo ver algo, un objeto, un dibujo, una firma...

La mujer se detiene y señala hacia una habitación vacía. Literalmente, en esta no hay nada, como las otras que sí tenían algo. Me invita a entrar y me entrega un muñequito morado, del mismo color que el cuarto. Que le pinte el ojo izquierdo cuando encuentre mi meta, me dice. Y el derecho cuando la cumpla. Pero, ¿de qué meta habla? Yo sólo vine aquí a pasar la noche. Le recibo la figura, que es redonda y parece de madera, con una cara pintada pero sin ojos. Quiero preguntarle que significa pero antes de que pueda hablar, la mujer paciente y se empieza a retirar, solo me queda agradecerle rápidamente antes de que se vaya por completo.

La puerta se cierra detrás de mí y pongo mis cosas en el suelo. Me siento al lado de la ventana y comienzo a mirar hacia afuera. Puedo ver el pasto y los árboles que rodean la casa, brillando con más intensidad que antes, cuando estaba allí fuera. El resplandor me cautiva y me llena la cabeza de pensamientos. ¿Qué hago aquí? ¿A dónde voy? Aunque esas dos preguntas resuenan en mi cabeza, recuerdo lo que me dijo la mujer al entrar, que no me preocupara por lo que pasa afuera, y decido no prestarles atención, las hago a un lado y me recuesto en la cama. El muñeco me mira, sin ojos, desde el suelo. Lo agarro y le pinto el ojo izquierdo, sin entender muy bien lo que estoy haciendo, pero con el deseo profundo de que con ese gesto podrá ayudarme a responder esas preguntas que decidí ignorar.

Es suave, cómoda, me siento como si estuviera acostado encima de una nube. Vuelvo a mirar a la ventana y en un parpadeo el sol está saludándome con sus rayos mañaneros, diciendome que me levante y continúe mi camino. ¿Me quedé dormido? ¿En qué momento? Me paro, recojo mis cosas y justo cuando voy a salir de la habitación, se me viene el recuerdo de un sueño, en el que yo mismo me llevaba de la mano y me guiaba por un sendero de algodón, dónde me decía que ya era hora de concentrarme en mí, en lo que quiero hacer, de dejar las dudas y seguir adelante sin estarme preocupando a cada rato a donde voy y de donde vengo.

Y es ahí donde lo entiendo. Es ahí donde comprendo lo del ojo y el muñeco. Es ahí donde me doy cuenta que para seguir adelante debo enfocarme en mí. Es ahí donde dibujo en la pared una figura oscura, que parece acecharme. Es ahí donde decido que con él se queda mi incertidumbre. Es ahí donde me doy cuenta que mis dudas se están aclarando. Es ahí donde me encuentro a mi mismo y decido ser feliz.

Salgo de la habitación y donde estaba el pasillo, ya está la sala donde me recibió la mujer. Pero la mujer tampoco está y solo veo la puerta, abierta al claro. Salgo de la casa y cuando me volteo a dar un último vistazo, donde estaba la casa, ya solo hay pasto y árboles. Salgo del claro y camino, sin mirar atrás porque seguramente el claro tampoco va estar allí. Pero no me importa, porque aunque esté confundido, voy feliz, empuñando la figura que me dio la mujer. Las dudas en mi mente se han esfumado por completo y con toda certeza puedo pintar el ojo derecho. Sé que podré seguir adelante, encontrándome a mí mismo en cada paso que dé a partir de ahora, y todo gracias a una noche en una casa que no sé a dónde va, ni de donde vino. 
Brand Story por Juan David Arango Sánchez (@pineappledavs - Behance), Valeria Giraldo Martinez (@fragment.arte - Behance), Susana Perez Velez (@saladorada - Behance), Emmanuel Osorio Rojo (@e.ml.o - Behance) y Anyuly Rojas Vanegas (@anyulyrojas21 - Behance) - 2020
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Hatsu Da'Haus Brand Story

Brand Story para una extensión de marca hecha para Hatsu, en la que la empresa se extenderá al sector hotelero.

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