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Declaración de Guerra

De repente, caigo de nuevo en mi vieja cama, y todo parece haber sido solo un sueño fugaz.
Me siento exhalando la bocanada de aire fresco de las últimas semanas, que, como una ilusión agradable, ha pasado ante mis ojos, mis manos y mis labios; breve e intensamente.
Estoy lleno de ganas e intenciones, y vibro en la punta de los dedos si dejo de mirar. Estoy vacío de cadenas y lastres, ligero y lúcido tras una eternidad que hoy parece impensable. ¿Cuánto tiempo llevo hundido en el lodo?, me pregunto cuando pienso en lo que parece ser hace un rato, desperezándome entre estas mismas sábanas y cogiendo la mochila, sin ninguna expectativa y rebosando desesperación y apatía.
Me he sumergido hasta la coronilla en el abismo. Ahora el vértigo azota mi piel con un viento cambiante, imprevisible y desconocido. Siento miedo, pero, sobre todo, me siento vivo. Y quiero seguir viviendo y no perder la perspectiva, o por lo menos la tozudez de hacer de esto el mejor regalo que me podían conceder. Ahora es la única vida que tendré jamás.
Con los ojos puestos en las motas de polvo que revolotean ajenas a mi barullo interior, miro hacia dentro, y no me sorprende encontrarme acurrucado en el rincón más conocido del palacio. Alerta, con los oídos atentos. Asustado, con el corazón tamborileando, resonando en el eco de mi temor. Me aterroriza reencontrarme con la apatía, recordar el color gris de mi alrededor, y lo opaco de mi vitalidad.
No quiero estar aquí, no quiero estar aquí… Rezo en mi mente como para reiterar lo que ya no podré olvidar. Pero lo cierto es que sí sigo aquí. Mi mente se estruja y retuerce como un folio de tinta inteligible, buscando una respuesta desesperada que parece no estar ahí.
Una mano se posa en mi vientre, otra en el pecho, y una mirada inconfundible me abraza con calidez. Sin hablar, con su roce cariñoso, me cuenta sobre nuestro guía. Desmenuza en pequeñas piezas de comprensión el nudo en el estómago y la presión sobre los pulmones, que tan a menudo me gritan en silencio.
Hay que aprender a escuchar lo que nadie nos ha enseñado, porque pocos entienden la intuición, nadie sabe de donde viene, y la mayoría ignora siquiera su presencia.
Me revuelvo en el colchón, dudando de que hoy pueda dormir sin las estrellas velando mi sueño, sin el placer de refugiarse del frío del mundo, y sin la epifanía de los dedos de la comprensión recorriendo las pecas en mi piel.
Pero me duermo, y me levanto otra vez.
Y no he olvidado. También he recordado. Dentro de mi hay una mezcla de colores, borboteando espontáneamente, entre risas de júbilo y llantos de soledad. Así, solo siento más lo que ya sentía, temiendo perderlo, pero sospechando que ya, nunca jamás, podré volver atrás, ni ser quien era, ni olvidar la emoción del vértigo de no saber, y saber que lo tienes todo.
Y andar, aunque no quiera ese día, porque me arrastra algo más grande que la razón, ineludible y omnisciente, como un abrazo maternal, precipitándose a lo desconocido y por conocer, vertiendo sentido y acallando el discurso artificial hecho mío, que no lo es. Dándome palabras nuevas, salvando la curiosidad, subiendo los decibelios de la emoción, transmutando el miedo y regalándome todas las ganas guardadas tras una vida entera golpeando el cascarón.
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